Aquí está otra vez, suspirando y con los ojos empañados. La miro y sus lágrimas me parecen olas empujadas por el mar, tan azul como sus iris. Ella, tan brava como el Atlántico, tan serena como un atardecer.

Lleva más de un año acumulando caídas, pero la he visto levantarse de todas ellas sin ni siquiera lamerse las heridas. A veces pienso que incluso antes de ver la piedra ya está preparando sus manos para hacerse el menor daño posible. Le han tocado todo tipo de piedras, pero le han importado más bien poco desde que tropezó con ese acantilado. La vi correr hacia él con los brazos extendidos y no pude hacer nada, sólo esperarla abajo con el botiquín de primeros auxilios.

Tiene el cuerpo lleno de cicatrices desde aquello, y en todo este tiempo no ha vuelto a derramar ni una de sus amargas lágrimas que saben a desamor. Hasta hoy.

 

Hoy es un día como otro cualquiera, y la piedra ha sido la misma de siempre: la (des)ilusión. Mi pequeña niña… hoy llora por todas las heridas abiertas en el camino. Hoy es el momento de echarles betadine, aunque escueza mucho, y permitir que se cierren.

La miro sentada en la cama, rodeada de clínex, el cenicero lleno y despotricando contra la vida. Esa es su medicina. Le grita al mundo las desdichas del amor, la inexistencia del karma y las promesas de no volver a caerse.

La miro, tan preciosa que ni ella se da cuenta, y le regalo una de nuestras sonrisas. Ella se enfada y me dice que no, que esta vez es de verdad, que va a olvidarse de los hombres. Y la creo, porque ella es así:  una montaña rusa de emociones. La he visto un día ilusionarse oyendo campanas de boda con un “buenos días, princesa”, y al siguiente no acordarse ni de su nombre.

La he visto con decenas de chicos y ninguno ha descubierto el tesoro que tenían delante. Ninguno ha llegado a entenderla, pero eso es lo que la hace especial. El secreto no está en entenderla, sino en disfrutarla a cada momento, acompañarla en cada locura, en cada risa, en cada lágrima, en cada monólogo, en cada silencio.

Lo digo porque la he visto en todas sus facetas, y por ello mismo la quiero y la querré siempre.

Ella es una de esas románticas enamorada del amor que nunca ha atisbado.

Ella es la chica que camina por Gran Vía esperando cruzar la mirada con unos ojos bonitos.

Ella es la chica que retrata atardeceres en Debod.

Ella es la chica que escribe en las terrazas de Malasaña.

Ella es la chica que baila Rock ´n Roll en Argüelles.

Ella es la chica que se sienta sola en los cines Renoir.

Ella es la chica que se tumba bajo los árboles de El Retiro.

Ella es la chica que siempre va de pie en el metro.

Ella es la chica que se ríe con las comedias en el Lope de Vega.

Ella es la chica que sale a las seis de la tarde a tomar unas cañas y vuelve a casa de madrugada porque “me han liado”.

Ella es la chica que llora cuando muere un perro en la película.

Ella es la chica que lee poesía antes de dormir.

Ella es la chica que gruñe por las mañanas.

Ella es la chica que nunca sabe qué ponerse y le da igual.

Ella es la chica que al calzarse unos tacones ya no se siente tan pequeña.

Ella es todo eso y mucho más. Ella cambia cada día y sorprende a cada momento.

 

Ella hoy llora porque la ilusión ha vuelto a desvanecerse, pero sé que un día llegará alguien que la mire y vea la gran mujer que yo veo. Y entonces no volverá a apartar su mirada de los profundos ojos azules que tengo delante.

 

– La Coleccionista de Soles

4 de octubre de 2017

Madrid, España.