Lo bueno de esta historia es que es reciente, así que el tiempo no ha desgastado ninguno de los detalles sobre el fatídico polvo que me llevó al hospital.

Conocí a Jordi por Tinder, que al parecer es como se conocen ahora al 80% de los ligues (gracias a páginas también como Adopta un tío). Debo decir que yo ya tenía un Máster en polvos esporádicos en Tinder, así que cero nervios, cero miedos y cero dramas, siempre smile.

Entre next y next encontré a un chico que me flipó. Tenía una sonrisa de oreja a oreja sin parecer turbio como el Joker, unos ojitos de buenazo y una descripción que hizo que soltase una carcajada. Estaba claro: super like. Por suerte o por desgracia, el debió pensar lo mismo así que hicimos match y empezamos a hablar.

Conectamos al minuto. Hablamos de música, de cine, de ingeniería civil, del ciclo vital de la mosca de la fruta, de genética, DE TODO. Conversaciones que me resultarían un muermo con otras personas, con él eran divertidísimas. Cuando digo de todo, es de todo, por lo que el sexo apareció en la conversación whatsappera.

Nos contamos nuestros gustos, fantasías y las ganas que nos teníamos. Que sí atarme un poquito, que si untarte de nata, que si pies, que si culo, que si rodillas. Con total confianza compartimos nuestros gustos.

Pasadas dos semanas en las que estuve hasta arriba de guardias, pusimos fecha: 6 de abril. Mi objetivo era simple, dejar ciego a su cíclope. Así que me puse un vestido monísimo aprovechando el calorcito primaveral, un pintalabios fucsia y palante como los de Alicante.

Quedamos en un bar como borrachos de bien, así que entré como un suricato mirando hacia todos los rincones del local. Allí le vi, tan fantástico como en las fotos, y yo más divina que en las mías gracias a mis vestidazo, mi pintalabios y los genes que dios me dio.

Nos dimos un abrazo, porque los dos besos nos resultaron forzados y nos entró la risa. Al igual que vía whatsapp, nos pasamos horas hablando de bobadas y movidas trascendentales, y en un momento de la cita yo me manché con la espuma de la cerveza y él me limpió metiéndome lengua.

En ese momento la escena pasó de “comedia romántica protagonizada por Katherine Heigl y Ashton Kutcher” a “AMATEUR, sexo en un bar, le come el rabo bajo la mesa” (que ya sabemos que los títulos del porno no dejan mucho espacio a la imaginación).

Con la buena borrachera que llevábamos decidimos trasladar la cita a su casa. Sinceramente no sé como no nos corrimos de camino, pero aguantamos estoicamente y al llegar allí seguimos dándole al tema. El caso es que en un momento del polvo me pareció una idea maravillosa cumplir una de nuestras fantasías más suaves y untarle con nata. Me dio el visto bueno y fui a su nevera corriendo. Como no había nata cogí un bote de leche condensada, que está hasta más buena.

Llegué a oscuras (no sé si porque las luces estaban apagadas o porque la cerveza había desconectado mi cerebro) y le eché un chorrazo de leche condensada por tol manubrio. Empecé a chupar y eso me supo raruno, pero mis papilas gustativas no estaban en su mejor momento por el alcohol en sangre y mi nivel de cachondismo era extremo, así que seguí jugando con la leche condensada.

De repente noté un grumo raro que ya hizo que saltaran mis alarmas, así que le pedí que encendiese las luces del todo.

AY AY AY. O el amigo heredó la leche condensada de su abuela o yo no me explico lo que vi. Eso no era blanco, era verde de la cantidad de moho que tenía.

A mi me entraron los siete males. Corrí como Usain Bolt hacia el baño y empecé a potar lo más grande. Estuve 30 minutos de reloj pegada a la taza del váter hasta que mi ligue me dijo “mira, vámonos a urgencias porque te va a dar un parraque”, así que llamamos a un taxi y nos fuimos a compartir esta maravillosa historia con un médico que no se descojonó de mí por respeto.

Estuve un par de días a suero y Jordi y yo hemos quedado varias veces entre semana, pero sin leche condensada de por medio.

 

Anónimo

 

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