Cada cierto tiempo salen a la luz fobias desconocidas que finalmente muchas personas dicen poseer como la famosa tripofobia o el miedo a que te salga un hijo cishetero… Así que hoy, como la Pantoja, vengo a confesarme a ver si alguien comparte también este miedo irracional y se convierte cada día en el de más gente: me dan miedo las gallinas. Y sí, queridas amigas, esa fobia existe y se llama ALEKTOROFOBIA (no me lo acabo de inventar, de verdad, buscadlo en Google, palabrita del niño Jesús) ¿y sabéis qué es lo peor? Que está íntimamente relacionado con mis kilos de más. Otro trauma más para las gordas.

Nunca he sido chica de tener fobias o miedos exagerados, he sido siempre una tía valiente; sin embargo, las gallinas son mi debilidad y siempre que digo que me aterran estos bichos no hay persona a la que no se le escape un ¿¿PERO CÓMO TE PUEDEN DAR MIEDO LAS GALLINAS?? ¡¡SI NO HACEN NADA!! ¡SON TO’ MONAS, ADEMÁS PONEN HUEVITOS! (Y yo siempre pensando que prefiero que me pongan los huevos en otro sitio…)

Este miedo en mi caso supone un problema mayor, ya que mi familia posee un cortijo con muuuchos animales, entre los que se encuentran estas aves del demoño y que yo, como cualquier otro miembro de mi estirpe, tenemos que ir religiosamente a alimentar porque en esta casa nos gustan los animales vivos. 

Cumpliendo con el estereotipo andaluz, de pequeños pasábamos los veranos enteros en la finca entre bichitos y el agua de la piscina. Días repletos de felicidad y de alguna que otra buena hostia entre primos, porque desde luego la mala leche la teníamos nosotros y no las vacas. Perros, gatos, caballos, cabras, pavos reales… Y por supuesto gallos y gallinas.

En este nuestro polifacético corral había un gallo malvado. Mi yo de pequeña lo recuerda como un animal de 8 metros de largo y unas uñas que ya quisiera la Rosalía, pero quizás la realidad fuese diferente y no llegara ni a los 60 cm, aunque os JURO QUE ERAN 60 CM DE PURA MALDAD: a la mínima el gallo salía a correr detrás de ti, te daba picotazos por sorpresa y tenía atemorizadas a todas las gallinicas.

También te digo, puede que este animal estuviera un poco hasta los cojones de los 6 inútiles renacuajos que le tocaba aguantar, ya que un día normal en ese cortijo incluía irnos al corral, colocar cartones viejos cuál vallas y simular que toreábamos al gallo en una imaginaria plaza de toros mientras mi primo mayor lo grababa todo en su Sony TVR57E de 8 mm. 

Llegados a este punto diréis, 1. Pero bueno, ¿qué eres, la hija de Bertín Osborne con cortijo  andaluz y todo? Sí soy, pero en versión pobre y zarrapastrosa y 2. Chica, esto suena a alegría y felicidad dónde está el drama. Aquí está, amigas, no os hago esperar más, coged asiento que se viene trauma infantil, pero sobre todo TRAUMA POR GORDA.

Una tarde mientras chapoteábamos en la piscina, mi tío tuvo la genialidad de idea de agarrar ese gallo depravado y TIRARLO A LA PISCINA CON TODOS DENTRO. Obviamente a mis primos les faltó tiempo para salir corriendo como alma que lleva el diablo. Los más pequeños fueron sacados por mis tías y los mayores salieron sin ayuda. Pero yo, perdida en un limbo de edad de 6-7 años y con un SOBREPESO más que evidente, en una piscina todavía SIN ESCALERILLA puesta, el bordillo era (y sigue siendo como buena gorda) mi peor enemigo.

Sola en la piscina, ESE GALLO HIJO DE SATANÁS COMENZÓ A CORRER TRAS DE MÍ MIENTRAS YO LLORABA Y PATALEABA por toda la piscina intentando nadar para que se alejara de mí todo lo posible y no me picara ni me engullera cual ballena. Ni Tiburón ni Jurasick Park juntos tuvieron tanta TENSIÓN. Para colmo, cuando toda mi familia ya se había reído lo suficiente, tuvieron la poca decencia de sacar al gallo del agua ANTES QUE A MÍ. 

Tras este lamentable accidente, las gallinas en general y los gallos en particular se convirtieron en mis enemigos íntimos, los innombrables, en mi Toño Sanchís. No hay animal en este universo que me haga sentir más terror. Me horroriza pensar que van a saltar encima de mí y van a empezar a darme picotazos. Incluso forman parte de mis pesadillas recurrentes, en las que sueño que una gallina ME PERSIGUE PARA PEGARME y justo cuando se abalanza me despierto sobresaltada dando patadas al aire, porque claro, una tonta no es y tiene que defenderse de alguna forma.

Convertida ya casi en un meme, la historia de la gallina forma ya parte de la mitología familiar. Pero no fue hasta que no recapacité sobre tal suceso que no me di cuenta de que mi rival no era el gallo, ni mi tío por lanzarlo al agua, SINO EL MALDITO BORDILLO DE LA PISCINA QUE NO PUDE SALTAR POR GORDA.

Para que luego digan que tener sobrepeso no afecta a todos y cada uno de los ámbitos de nuestra vida. Ser gorda te define tanto que hasta puede decidir sobre tus traumas. A ver si haciendo ejercicio y perdiendo unos kilitos consigo salir de una piscina por el bordillo y le pierdo el miedo a las gallinas. Seguiremos informando.

 

Fuck gallinas y fuck piscinas sin escalerillas.

 

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