Mis amigas están siendo madres. Como consecuencia, están cambiando de prioridades. Algo totalmente normal, claro. Entiendo que, ahora, que a su hijo no se le salga la mierda por fuera del pañal y que tenga un correcto desarrollo cognitivo sea más importante para ellas que visitar el último bar que han abierto en el barrio.

Lo que no me esperaba y me está dejando patidifusa es que tener hijos les provocara a algunas de ellas una enajenación mental tan, tan peligrosa, que las lleva a celebrar fiestas sin sentido por cualquier gilipollez.

Hace unos meses, me tocó ir a una de esas fiestas. Lo hice por mi amiga, claro, aunque quizá la mejor manera de apoyarla habría sido zarandearla y pronunciar no sé qué palabras mágicas para que el demonio de las madres hormonadas que la poseía abandonara su cuerpo.

Se trataba de una gender-reveal party. Hablando en cristiano, una fiesta en la que se revela el género del bebé. Y en la que, por supuesto, todo estaba planeado para sacar las mejores fotos, para diseñar el escenario más instagrameable. Globos rosas y azules, guirnaldas rosas y azules, vajilla rosa y azul, postres rosas y azules…

baby shower

Al llegar al lugar de la celebración, sentí que había entrado a una dimensión paralela y lobotomizada en la que la salvación de la humanidad dependía de saber si lo que crecía en el útero de mi amiga era un Manuel o una Carmen.

Este tipo de fiestas empiezan a estar normalizadas, y las tiendas de decoración y elementos festivos venden incluso colecciones especiales. Pero no dejemos que la costumbre nos vuelva idiotas y parémonos a pensar por un momento: estamos celebrando como si fuera una boda una noticia que antes se despachaba con unos cuantos besos y abrazos y el clásico “sea lo que sea, que venga bien”.

Entendedme, yo soy una firme defensora de la fiesta y el jolgorio. De celebrar cualquier cosa. Pero, ¿de verdad hace falta teatralizarlo todo? ¿No os parece que la exposición continua en las redes sociales nos está volviendo imbéciles?

¿Que hemos empezado a darle más importancia a la escenificación que al valor del tiempo que pasamos juntos? ¿No tenéis la sensación de que ahora todo es lo mismo? ¿De que estamos perdiendo la autenticidad, la espontaneidad? ¿Qué ser una persona sencilla y huir de las estridencias es sinónimo de no estar a la moda, de pertenecer a otra época?

baby shower

Hace unos días, una amiga viajó a Andalucía para asistir a una boda. Atónita, leí lo que ponía en la invitación que recibió. Tenía que respetar un estricto código de vestimenta. Nada de llevar pantalón. Solo falda a media pantorrilla. De minifalda ni hablamos, claro. El atuendo no podía ser de colores estridentes y en la cabeza debía llevar sí o sí una pamela. Me pregunto qué habría pasado si no hubiera respetado alguna de las indicaciones. ¿La habrían echado de la boda?

En la gender-reveal party, había abuelos y bisabuelos que miraban alrededor con ojos de susto. Imaginaos lo que supondría para ellos todo aquel derroche, toda aquella parafernalia, toda aquella actuación.

Tampoco os digo que renunciemos al disfrute como lo hicieron ellos. Pero, ¿no me puede informar mi amiga del sexo de su bebé sentadas a una mesa ocupada por pinchos de tortilla, cañas y montaditos, en lugar de servilletas con dibujos de pañales y galletas con forma de biberón?