Actualmente está muy de moda eso de ponerle nombre a las generaciones. Antes nos identificábamos por el año en el que nacíamos, poco más. Ahora se ha popularizado la creencia de que, un determinado lapso de tiempo nos confiere unas determinadas características que se generalizan. Curioso y a la vez interesante.

Después de haber leído mucho acerca de esto, he visto que, en general, sí que existen ciertas similitudes entre personas nacidas en un grupo determinado de años y me he centrado, como no podía ser de otra manera, en la generación a la que pertenezco. Los maravillosos, polifacéticos e irreductibles millennials. 

Para el que ande un poco despistado, para pertenecer a esta generación hay que haber nacido entre el año 1981 a 1993. Somos el resultado del “baby boom” y la onda expansiva que vino después.  Somos los niños que se criaron en la calle jugando al fútbol y a la rayuela, los que llamábamos a la puerta de las casas de nuestros amigos para preguntar si podían salir a jugar. A los que nos podía dar una colleja la vecina, sin que nuestros padres la denunciaran, si hacíamos alguna trastada. Somos la generación que todavía usaba el “gracias” y el “por favor”. El “perdón” también estaba por ahí, pero nos costaba más soltarlo, que tampoco éramos santos.

Fuimos la generación JASP (joven, aunque sobradamente preparada), los que contemplamos el amanecer de las tecnologías y el ocaso de las relaciones humanas y nos fuimos adaptando a una sociedad que cambió radicalmente, de buenas a primeras y sin avisar.

Si echamos la vista atrás y contemplamos el mundo tal y como era cuando éramos unos niños y lo comparamos con cómo son las cosas ahora, parece una locura.

Con nuestros más y nuestros menos, vivimos años dorados en muchos aspectos; el cine con sus maravillosas e icónicas películas, una música brutal y la época dorada de muchos deportes. Sin embargo, no todo estuvo de nuestro lado. A nuestra generación la atropelló una crisis económica y los posteriores años de recesión. La incorporación al mundo laboral fue complicada y nos dimos de bruces con las tasas de temporalidad y el empleo a tiempo parcial.

Da igual que tuviésemos una carrera de órdago o que hubiésemos estudiado lo justo; nos vimos obligados a aceptar empleos para los que estábamos sobre cualificados y con unas condiciones más que discutibles.

Y la cosa no ha ido a mejor. Para resumir, se podría decir que, después de unos años de bonanza, los Millennials hemos sido la primera generación de “tiesos” de la época contemporánea y muchos seguimos en esta situación.

Sin embargo, y aunque a primera vista no parezca tener sentido, hemos mantenido ciertas costumbres que nos inculcaron nuestros padres y una de las más queridas y respetadas es la cultura de bar. Somos personas de calle, de amigos y de charlas. Nos hemos criado viendo el fútbol en los bares, cuando casi nadie tenía televisión de pago en casa. Hemos pasado tardes enteras con nuestros progenitores mientras tomaban un café y se juntaban con sus compañeros y amigos por el mero gusto de tener una charla. Y eso nos marcó, ¡claro que nos marcó!

Porque en aquellos tiempos no importaba si tenías mucho o poco, sino lo que compartías. Porque todo el mundo en la oficina limaba asperezas a la salida del trabajo con una cerveza bien fresquita y porque muchas de nuestras penas desparecían estando sentados en una tasca con un buen pincho de tortilla y un oído amigo.

Es lo que nos enseñaron, es lo que hemos vivido y es lo que por nada del mundo vamos a cambiar.

Y si, quizás a veces no podemos permitírnoslo. En ocasiones esa caña de los miércoles a medio día (y sobre todo con lo que ha subido el precio de la cerveza) se nos hace cuesta arriba. Pero somos así. Hemos sobrevivido a la digitalización, al estallido de las tecnologías y al auge del reguetón, pero jamás sobreviviríamos a alejarnos de nuestra gente.

Por eso, aunque el mundo se hunda, todo nuestro alrededor sea una mierda y para sobrevivir tengamos que hacer malabares, para celebrar la vida a un buen millennials siempre lo encontrarás en los bares.

 

Lulú Gala