He llegado a una etapa de mi vida en la que soportar las mierdas de los demás, no va conmigo. A mí que me perdone el karma o su puta madre, pero a mis cincuenta primaveras he tomado la unánime decisión de no rodearme de idiotas.

Porque, además, esta fantástica madurez también me ha regalado un poder innato para desenmascarar gilipollas. Yo es que los huelo a kilómetros, antes incluso de que abran el pico. Y cuando antes decidía concederles una oportunidad, ahora me marco un ‘escudo para siempre’ y los mando a la mierda directamente.

Es que tú, que tienes veinte años y todo por vivir, quizás todavía no eres capaz de empatizar conmigo. Pero ya verás dentro de unos añitos como te acordarás de mí, de este texto lleno de mala ostia, y pensarás ‘joer, qué razón tenía esa tía‘.

Y ya no hablo solo de hombres, ¿eh? Que en el saco de los gilipollas con los que no quiero discutir entra de todo. Desde esa clienta insatisfecha que no tiene razón pero quiere que le dores la píldora, hasta ese señor que se te cuela en el súper pensando que tú no te has enterado.

Una llega un punto que ha dado tal uso al buen hablar y a las buenas palabras regaladas, que es como si, de repente, te quedaras sin ellas. Estoy segura de que cuando nacemos nuestro cerebro atesora en un rincón el espacio de ‘discusiones educadas’, y que según vas envejeciendo esa zona es absorbida por la de ‘enviar directamente a la mierda’.

A mí llamadme borde, maleducada o lo que os venga en gana. Probablemente os invitaría sin sutilezas a visitar el wc más mugriento del mundo. Mr Puterful está haciendo mucho bien por esta sociedad, y el lanzar al mundo esta premisa ha sido otro de sus logros.

No perdáis el tiempo colegas, los años pasan demasiado rápido como para desperdiciarlos con seres que no merecen la pena.