No es que fuera mi favorito. Era guapo, claro. Y cantaba bien. Yo me compré su disco.

La cosa es que cuando nos sentábamos frente a la tv con toda nuestra emoción y devorábamos las galas de OT, y todos cantaban “Mi música es tu voz”, nunca se nos ocurrió hacer elucubraciones del tipo: “¿Quién será el primero de los 16 en morir?” Y mucho menos pensamos que alguno lo haría antes de cumplir 40.

Supongo que por eso hoy casi todos estamos en shock. Todos los millenials que vimos como ese chaval catalán, rubio, bromista y lleno de sueños, empezaba a dar sus primeros pasos en el escenario del primer Operación Triunfo. Para muchos de nosotros, ese fue el único OT que fue realmente auténtico. Esos 16 triunfitos se metieron en la academia sin tener ni idea de lo que eso iba a suponer en sus vidas. Estoy segura de que algunos, de saberlo, no hubieran ni acudido al casting.

Sin embargo, todos acabamos siendo lo que somos por la suma de lo que hemos vivido, por lo que esa experiencia al final ha sido determinante para formar las personas que hoy son cada uno de ellos. Pero también de lo que hoy somos cada uno de nosotres.

Todos recordamos hoy a Bisbal, a Chenoa, a Rosa, ¿pero quién se acuerda de Javián, de Mireia, de Nuria Fergó? Sin embargo en 2001, todos ellos eran nuestro día a día. Alex Casademunt también. Hoy se va, pero en el mundo deja una niña.

Para todos los millenials que hoy ponemos en nuestro muro una foto suya o un vídeo de una de sus actuaciones, la semana que viene será solo una de esas personas que formó parte de nuestras carpetas de la adolescencia. Para esa niña, siempre será su padre. El padre que desgraciadamente murió. Ella no le vio bromear en OT, ni cantó a grito pelado en alguno de los conciertos. Y aunque la pena no es algo que se pueda cuantificar ni evaluar, nadie puede decir “a mí esto me duele más que a nadie”. La admiración también exige respeto.

Hoy con Álex se va un trocito de nuestra juventud. ¡Hasta siempre!

 

Patricia García