La balanza Bradshaw de las Redes Sociales.

Lo malo de los nuevos móviles, es que te dan las estadísticas de uso de tus redes sociales, en concreto, yo paso cerca de 12h todas las semanas en Instagram, 6h en WhatsApp y 2h en Facebook (que, para no usarlo, ¡la madre que me parió!) y bueno, de Twitter mejor no hablo, que me da vergüenza, digamos sólo que paso más tiempo del que cualquier mente sana debería aguantar. 

Esto significa que paso más de un día y medio de la semana conectada en redes sociales: abrumador.

Si a esto le sumamos un trabajo a jornada completa; el sueño mínimo que el ser humano necesita para descansar, en mi caso 6 horitas y una hora de queja porque tengo muchas ojeras; el tiempo mínimo para comer y no morir atragantada; seguir estudiando; dedicar un tiempo a mi familia; e intentar dedicarme 10 minutillos al día para el cuidado de la piel… el resumen es que me faltan horas para dedicarme a relacionarme con el mundo exterior, a charlar con mis amigas tomando un café, un vino o un copazo, que estoy cansada 36 horas al día y tengo ansiedad y encima ahora quiero echarme novio. Como dirían Chenoa y Rosa: SUEEEEEEEEÑA QUE NO EXISTEN FRONTEEEERAAAAAS

La cosa es que hace dos semanas decidí que tenía que salir de Twitter, la red que más usaba para desintoxicarme, de información, de comentarios tóxicos, de guerras de twitteros… y lo hice, entrando sólo en dos ocasiones y para mi sorpresa fue entrar y un bofetón de toxicidad me dio de frente y el monstruo que hay en mi salió como si fuese un alien, así que cerré de nuevo sesión rápido y desinstale la app para volver a evitar tentaciones. 

De lo que no era consciente, es de que iba a tener que sustituir una droga por otra, en mi caso: Instagram. Ahora en lugar de 12 horas semanales, le dedico 18. En mi cabeza suena Anne Igartiburu: Berni, twelve points, por imbécil. 

Quiero ser totalmente sincera, me da igual que me juzguen o no, yo me estoy sincerando y ya que me expongo, pues “palante como los de Alicante” y todo esto me ha hecho reflexionar sobre por qué paso tanto tiempo en redes sociales y qué me dan y lo único que he sacado en claro es que, me llevan a procrastinar de manera constante. Pospongo cualquier tipo de acción porque idealizo vidas ajenas, me pongo delante del espejo y me digo a mi misma que ni de coña voy a llegar a tener el casoplón de la Pombo, el armario de Rocío Osorno y la cara de Teresa Bass. 

Nos han educado en la idea de triunfar, de ser exitosas, elegantes, unas diosas de ébano y las redes sociales, que se iniciaron como una forma de contactar con el mundo, de crear una red de amigos fuera de tu círculo social, ha dado paso al crecimiento del monstruo cultural que nos llevan inculcando desde que éramos pequeñas. Pero ahora ya no hay un estándar televisivo, no hay una Rachel Green con un pelazo que envidias, la barrera de la racionalidad y separar el mito de lo real ha desaparecido. Porque ya no es Tamara Falcó, es tu prima la de Burgos, con 1 millón de seguidores y una vida de puto lujo.

Esto no significa que el uso de las redes sociales sea nefasto, he conocido a grandes personas con las que nunca hubiera podido coincidir si no fuera por ellas, pero también he conocido gente tóxica, verdaderos narcisistas y dependientes emocionales…

Al final, cuando pongo en la balanza lo que me da y me quita las redes sociales creo que no es equitativo. Las personas que me han regalado ya están en mi vida y forman parte de ella, las vidas ajenas que se muestran a través de la pantalla son irreales e inalcanzables y yo tengo que dejar de procrastinar. 

Ya lo he dicho muchísimas veces y con la vuelta de Just Like That, es necesario volver a repetirlo, Carrie Bradshaw nos mintió. Tenía un armario lleno de bolsos, zapatos y vestidos de alta costura, iba a cenar todas las noches con sus glamourosas amigas a restaurantes de tres estrellas Michelin, se enamoró de un magnate de los negocios y tenía, no uno, sino dos pisazos en Manhattan. Nos lo vendió de puta madre, pero lo que no dijo es que la relación con sus amigas es totalmente disfuncional, sin ningún tipo de lealtad, anteponiendo un polvete a una conversación de las que sanan con sus amigas; que el armario lo tenía hasta arriba porque trataba de llenar su vacía vida con compras y artículos de lujo, era una narcisista; que su chulazo, era eso un CHULAZO, que cambiaba de mujeres como de estampitas y se quedó con ella cuando la edad no le dio para chulear a jovencitas y que tenía que tener esos dos pisazos, porque su relación era tal mierda, que no aguantaba dos horas seguidas a su marido.

Podéis extrapolar todo este contenido al de todas esas influencers maravillosas, porque no, su vida no es de ensueño y, aunque sería mucho más feliz con un bolso de Loewe, si no lo tengo pues UPSI, como dijo Sandro Giacobbe: LA VIDA ES ASIIIIIII NO LA INVENTADOOOO YOOOO. 

@Bernalda_Alba