¡Maldita sea! Yo es que no sé cómo carajo lo hago pero ya me ha vuelto a pasar… Una vez más me he convertido en mi madre.

Y, oye, tampoco me malinterpretéis, que ya de parecerme a alguien que sea a ella y no a una puñetera loca desquiciada. Pero es que claro, cuando te pasas media vida jurándote y perjurándote que jamás te comportarás como esa mujer que parece haber nacido para poner trabas a tu juventud, es como haberte fallado a ti misma. Y eso es mucho decir.

Joer, es que yo no entiendo en qué momento he dejado atrás mi etapa como chica. Si es que ahora mismo que alguien me llame de esa manera es como un regalo para mis oídos. Yo escucho a quien sea, ya puede ser el mismísimo Anticristo, decirme ‘perdona, chica‘ y le regalo una sonrisa, un abrazo y mi alma si me la pide.

Porque yo, esa mujer que no llega a los treinta y cinco, de pronto soy una señora. Pero no una cualquiera, no, yo soy LA señora. La que está casada con fulanito, la mamá de menganita… pero la señora. Y yo por más que me miro en el espejo de verdad que no veo a nadie con aspecto de señorona, que no, que yo sigo siendo una chica, madura, pero joven y con toda la vida por delante.

Es que yo recuerdo cuando era una chavalita, y os aseguro que eso no fue hace tanto tiempo, y a mí ni se me pasaba por la cabeza llamar señora a nadie que no llevase bastón o no pudiese tener nietos. Bueno, que me estoy yo imaginando a mi madre con mi edad y a alguien dirigiéndose a ella como señora y yo creo que salíamos todos en la prensa, y no por algo bueno precisamente.

A ver, que lógicamente yo he madurado, he crecido como persona y como ser humano. Hago mis cosas de mujer con la cabeza amueblada, me preocupo por asuntos que antes me la traían fresca… Y sí, también tengo una bolsa de las bolsas. Porque, ¿qué casa de gente en sus cabales no tiene la mítica bolsa dura del hipermercado a tope de bolsitas?

Yo me independicé y después de tener toda la casa lista para que viniese la Lecturas a hacer el reportaje (JA-JA) pensé ‘¡ostras! ¿Y yo ahora dónde meto todas las bolsitas de las diferentes compras que vaya haciendo?‘. Te lo pide el propio cuerpo, es como un indicador de que al fin eres un ser adulto que puede valerse por sí mismo.

No te fíes jamás de alguien que no tenga mil bolsitas dobladas alojadas en otra más grande. Esa persona no está preparada para la vida. Puede, solo puede, que aguante unos meses dando tumbos por el mundo de los adultos, pero en cualquier momento se dará cuenta de que no está listo y volverá a casa de sus papás con el rabo entre las piernas. Y ellos sí tendrán una bolsa de las bolsas, pongo la mano en el fuego.

O si ya son muy pros, una caja en su defecto.

Quizás tenga que empezar a ser totalmente consciente de que el tiempo ahora pasa mucho más rápido, o que mis resacas ya no duran horas sino días enteros, o que eso del Trap no lo comprendo en absoluto. ¡Ay! ¡Qué va a ser verdad que ya no soy una jovencita! ¿Y ahora cómo gestiono yo esta mierda de noticia?

Creo que empiezo a entender a todas esas mujeres que en plena crisis se dejan la pasta en tratamientos de belleza y cirugías varias. Yo que tanto las criticaba, y pobriñas mías, que lo único que buscan es seguir siendo jóvenes y tersas para siempre. Pues una opción como otra cualquiera, ¿eh? No descarto yo en unos añitos, cuando esté hasta el toto de escuchar el ‘señora por aquí, señora por allá‘ pasarme una temporada estirándome. ¡Y a ver a quién se le ocurre volver a ponerme años!

Es ley de vida, o eso dicen. Con la prisa que tenemos de pequeños por crecer y yo ahora mismo solo quiero echar el freno. ¡Qué paren el mundo, que mis bolsas y yo nos quedamos donde estamos!