La culpa de que yo esté gorda es de mis amigas. 

Eá, ya lo he dicho.

Yo las quiero mucho. Tanto que no puedo dejar pasar mucho tiempo sin verlas, sin salir a cenar una noche con ellas o ir cualquier miércoles a tomar un vermouth y terminar en una hamburgueserías.

Las quiero, mucho, muchísimo, y alrededor de una mesa, más.

A nuestros treintaytantos, es raro el plan que hacemos juntas que no lleve implícito una comida o una cena, solas o acompañadas, pero nosotras lo de comernos la vida con el estómago vacío hace tiempo que lo dejamos atrás.

Hace unos minutos que se ha planteado una cena por el grupo de wass, una de esas colaborativas en las que cada una aporta una cosa y mis amigas rápidas como aves rapaces se han adjudicado diferentes platos: que si tortilla, que si empanada, que si yo llevo la tarta… Total, que yo, la que no sabe cocinar ha amenazado con presentarse con una bolsa de Doritos, y saben que no sería la primera vez. Y en una de esas casualidades que tiene la vida, se me ha cruzado en la pantalla del móvil un artículo que afirma que, según una investigación de la Universidad de Birminghan realizada en Reino Unido y Australia, las personas comemos más cuando cenamos con gente con la que tenemos confianza por aquello de la facilitación social.

 

Vamos, que si yo en mi casa me toca cenar sola y ceno un trozo de tortilla, si aparecen mis queridas amigas, me como el trozo de tortilla, media barra de pan, dos cucharadas de mahonesa y alguna croqueta que estuviera por allí. Por aquello de la confianza, porque el estudio afirma que si yo estoy cenando con gente con la que no tengo confianza, querré trasmitir una buena imagen de mi y comeré menos. Puede que tengan razón, no es plan de ponerse a chuparse los dedos en la primera cita. O sí.

Sea como sea, la culpa de que yo rebañe el plato con el pan cuando se han terminado las patatas al cabrales es de la confianza que tengo con mis amigas. ¡Ya os vale tías! Que así no hay manera, que tengo tanta confianza con vosotras que hasta os dejo hablar sin interrupciones para seguir comiendo chipirones como si fueran los últimos del mundo. ¿En qué momento cruzamos esa línea de la confianza?

Maldita facilitación social, malditos platos rebosantes de comida y maldita sinvergüencería la mía. 

No lo digo yo, lo dicen los expertos de la Universidad y a mí se me viene una pregunta a la cabeza: esa amiga que nunca come casi nada, que su plato siempre termina limpio y que nunca se come el pan entero antes de que nos traigan la comida, ¿esa amiga se comporta así por la falta de confianza? ¿No confías en nosotras? ¿No somos tus facilitadoras sociales? Tenemos que hablar amiga mía, esto no puede seguir así. Debemos encontrar la balanza, la confianza ideal para repartir ese aumento de lo que comemos entre todas. Todas a una, como en Fuenteovejuna.

Estamos en octubre, antes de que nos demos cuenta estamos metidos de lleno en esa época final del año conocida por encadenar cenas, comidas y otra vez cenas, con familiares, amigos, compañeros del trabajo y vuelta a empezar. Mesas largas, personas y confianza. Se junta todo pero yo lo tengo claro: si me das a elegir, entre estar bien rodeada y jartarme a comer o estar sola y comer menos, me quedo contigo.

Y una última cosa os digo, sí por la facilitación social, la confianza con las amigas y la complicidad con los que compartes apellido hacen que coja algún kilo más, ¡bienvenido sea!