La extraña relación con el profe de bachillerato

He tardado mucho tiempo en arrojar un poco de luz a esta extraña relación que viví siendo una cría de 16 años. Hoy que tengo una visión más objetiva de los hechos y me apetece compartirlo con vosotras.

Con esa edad salía con mi novio que tenía un año más que yo y, a menudo, nos movíamos bastante con sus amigos de clase, de los cuales, algunos se convirtieron también en amigos míos. Hasta ahí todo normal. Lo que no era tan normal es que se nos empezó a acoplar uno de sus profesores.

El hombre en cuestión tenía pinta de doblarnos la edad y era el típico profe guay que mantiene buena relación con sus alumnos o, mejor dicho, con un grupito. Eso está más o menos a la orden del día y no sorprende a nadie. Pero claro, yo que he sido profe también, por muy buen rollo que tuviera con alumnas mías, no se me ocurría irme por ahí con ellas de fiesta o a tomar unas cervezas. Pues este señor sí que lo hacía.

Más allá de lo ético que sea irte a beber alcohol con tus alumnos menores de edad ―porque ellos te invitan, claro, el señor tampoco llegaba allí por todo el morro― es necesario especificar que cuando yo coincidía en esas reuniones era la única chica. ¿Adivináis por quién tenía preferencia este señor? Por supuesto que charlaba con sus alumnos y les prestaba atención, pero sin perderme de vista por el rabillo del ojo. Y no es que sea un engreída, es que me llegó a ocurrir que hice comentarios muy bajito o en conversaciones en segundo plano (como yo las llamo) que son minoritarias y estás con dos o tres personas apartada, y el tipo me daba una réplica haciendo alusión a lo inteligente y madura que era para mi edad. 

Ahora soy consciente de que eso es una red flag como una catedral, pero cuando pasó aquello ni siquiera conocíamos ese término. Y, por supuesto, ahí no quedó todo. 

Como estábamos a finales de los 2000 y toda la chavalería tenía Fotolog, este hombre se abrió uno para seguirnos y mantener el contacto fuera de clase.

A raíz de aquello, empezó a seguirme en todas las redes sociales y rápidamente encontró un punto común entre los dos: la literatura y la fotografía. Se leía todos mis textos y los comentaba, como decía antes, resaltando lo mayor que parecía y la calidad literaria de los textos. En cuanto a la fotografía, él se dedicaba a ello en su tiempo libre, así que supo engatusarme por ese medio, sobre todo porque era muy viajero y su especialidad eran los skylines de las grandes ciudades. 

Poco a poco, fuimos coincidiendo cada vez menos, aunque siempre en fechas clave como fin de año (¿de verdad no tenía planes con gente de su edad?), pero seguíamos manteniendo el contacto porque, como digo, comentaba casi todo lo que yo escribía y me sacaba conversación. Además, lo más fuerte, es que no sé ni cómo, pero consiguió mi número y a veces, cuando pasábamos tiempo sin hablar, me escribía por SMS.

 Algunas os preguntaréis que por qué narices le entraba al trapo. Es que yo no sabía que estaba entrando en ningún trapo, es más, ¡no sabía que hubiera ningún trapo al que entrar! Empezando porque yo era lo más inocente del mundo y que lo único que captaba es que un adulto muy cultivado y viajado me validaba constantemente, porque todo lo que yo decía o hacía le parecía arte. Entended que si esto me lo llega a hacer un niñato, para mí habría tenido credibilidad 0, pero al ser un adulto, el profesor de mi novio para colmo… ni se me pasó por la cabeza que tuviera intenciones ocultas.

 

Eso sí, yo siempre he sido muy intuitiva, tanto que sin querer le paré los pies en el momento justo. En alguna ocasión me había insinuado que tenía un reportaje muy bonito de París (mi ciudad fetiche en aquel momento) y que quería enseñármelo cuando lo tuviese en papel. Yo le dije que sí, pero ya me empezó a sonar todo muy forzado, así que se lo dije por compromiso y pasé de largo. Al cabo de un tiempo, me escribió para decirme que tenía un regalo de cumpleaños atrasado y que le gustaría que quedáramos para dármelo. Aquello fue definitivo. Me pareció totalmente fuera de lugar porque yo ya no salía con su alumno, por lo que no nos veíamos nunca, hacía meses de mi cumple… me dio mal rollo y lo ignoré. 

Al día siguiente me escribió de nuevo diciendo que estaba en la puerta de mi casa con una foto de la Torre Eiffel enmarcada a tamaño gigante, que si podía bajar un momento a recogerlo. Quizá no habría pasado nada y me habría llevado un fotón, pero una parte de mí se sentía muy mal con todo aquello y le dije que estaba en plena selectividad y que no podía distraerme ni un segundo, que gracias, pero que no.

No me insistió más.

 

Ele Mandarina