Blablacar es una empresa que propone compartir coche para ahorrar gastos y reducir contaminación. Así de primeras podría parecer la mejor idea del mundo: el pasajero se ahorra unos euros (en comparación con los precios de los autobuses/trenes), el conductor no se deja el sueldo en gasolina y… supuestamente se usan menos coches así que se reducen las emisiones de mierdaca a la atmósfera. Sí, bueno, esa es la teoría, un triple win de manual, pero todos conocemos la realidad. Y, si no todos, al menos sí nuestras madres: Blablacar sirve para que los conductores secuestren a bellas y jóvenes muchachas y las abandonen en medio de un arcén perdido de cualquier carretera secundaria.
Y es que la fauna que crece en torno al nuevo hábitat del Blablacar comienza por tu madre o tu padre, o los dos juntos haciendo piña, convenciéndote de que es una locura viajar con un desconocido, como si al conductor del autobús que te lleva a Madrid lo conocieras de toda la vida.
Yo soy muy fan de Blablacar. En cuanto me enteré de su existencia me subí al carro de ahorrarme hasta diez euros por trayecto y llevo tres años viajando por España gracias a los conductores desconocidos. Y en tres años he tenido tiempo de vivir un montón de experiencias: geniales, normales y reguleras.
Así que me considero de lo más experta para compartir con vosotros un detallado análisis de la fauna con la que me he cruzado gracias a la app Blablacar (y Amovens, que es como Blablacar pero sin comisiones). ¡Me pongo mi chaleco color caqui y mi sombrero de exploradora y os cuento!
El mudo
Se llama Blablacar. Blabla car. Coche de ir hablando. El concepto de este viaje es que le des conversación al conductor, que no le apetecía ir solo hasta Valencia y ha decidido meter a cualquier persona en su coche para no aburrirse. Y tú te subes, no das ni las buenas tardes y te pasas tres putas horas de viaje sin decir ni mú. Ojalá te den solamente dos estrellas.
El dormilón
Otro que tal baila. Entiendo que si te metes en un autobús no tienes por qué darle conversación a nadie y es lo más normal que si te sale del potorro te quedes roquefor a la primera curva, pero en el coche de otra persona… a mí me parece una falta de respeto total quedarte planchada delante de tus compañeros de viaje. Aunque reconozco que yo una vez caí como peso muerto sobre el asiento que me asignaron y con cero remordimientos de conciencia porque a veces volver a casa después de un finde muy loco es lo que tiene.
El cuñado
Todos sabemos lo que es un cuñado y cuáles son sus características básicas. Una de ellas suele ser, precisamente, no callarse y tener una opinión sobre todo. Y cuando coincides con un cuñado en un Blablacar, en un espacio cerrado del que no puedes escapar, date por jodida, porque te van a dar el viaje y por el mismo precio. Jodienda extra si el cuñado es el propio conductor, porque de alguna manera el conductor tiene un estatus superior sobre los viajeros, que para eso es suyo el coche, y si da la casualidad que es cuñado podría no solo darte una chapa que flipas sino elegir la música que sonará durante el viaje. (Y será de los que todavía están flipando con La bicicleta de Carlos Vives y Shakira)
El botones
Los conductores de Blablacar siempre ponen qué tipo de maleta puedes llevar en su viaje porque conocen las dimensiones de su maletero, pero aunque hayan avisado de que solo les entra algo tamaño bolsa de viaje siempre se presenta un pasajero que parece que viene de atender a una celebrity en el Hilton, con dos maletas gigantes y bolsa de mano. Suena la música del tetris en nuestras cabezas mientras el conductor se esfuerza por encajar todas las piezas y el pasajero botones se limita a mirar la escena con cara de «¿pero qué pasa, es que una no puede irse a Madrid con el baúl de la Piquer a cuestas?».
El que usa el whatsapp todo el rato y encima no le quita el sonido
El no va más en la mala educación es aquel pasajero que no solo pasa de tu puta cara y le da exactamente igual con quién esté viajando sino que se va a pasar todo el viaje wasapeando con vaya usted a saber quién y no le da la cabecita para, por lo menos, quitarle el sonido al teléfono y que no tengamos que estar oyendo el «cling!» de que la única persona en el mundo que te tolera ha contestado a tus mensajes.
El conductor superamable
Los conductores rancios que pasan de ti y se les nota a la legua de que solo te quieren por tu dinero son bastante la mierda, pero peor son aquellos que quieren hacerte el viaje tan agradable que no te dejan en paz. Que si tienes frío quito el aire, que si tienes calor dilo y lo pongo, que si te molesta el sol tienes unas cosas no sé dónde para poner en la ventana, que si qué música prefieres, que si vas bien, que si te molesta algo por favor se lo digas, que si quieres un caramleo, que si no te voy a dejar vivir durante todo el viaje porque por alguna extraña razón me importa muchísimo que me des una opinión positiva en la app.
El vendedor a tiempo completo
La peor experiencia de mi vida en un Blablacar la tuve cuando me tocó viajar con un comercial. Que no era ni siquiera el conductor, era otro pasajero más, pero no quiso dejar pasar la oportunidad de tener a cuatro personas a su disposición para darnos una chapa de dos horas sobre las maravillas de su producto. ¡Que, por supuesto, nadie compró!
El primerizo
Es la primera vez que utiliza Blablacar. Sus padres lo acompañan al punto de encuentro para asegurarse de que las personas con las que viaja, al menos, son normales, y ya de paso quedarse con la matrícula del conductor por lo que pudiera pasar. Durante el trayecto, se le nota bastante cohibido, pero poco a poco se va soltando y te va contando cómo todos sus prejuicios se desmoronan a medida que pasan los kilómetros. Al final te comenta superentusiasmado que le ha encantado la experiencia y que repetirá.