Esta es la historia de cómo con 16 años me regalaron mi primer vibrador delante de toda una clase.

 

Tenía 15 años. Empecé el Grado Medio de Auxiliar de Enfermería en septiembre y para noviembre, el mes de mi cumpleaños, tenía un mejor amigo de mi edad y una mejor amiga de 20 años, exclusivos de clase, con los que me juntaba siempre. Yo cojo confianza enseguida y no me corto un duro, y a veces cuento cosas que me parecen normales pero para los demás son morbosas y les gusta oírlas para reírse un rato. 

Hablando con ellos durante esos 3 meses les dije que quería una americana rosa y otro día les dije que quería tener un vibrador (teniendo en cuenta que solo tenía 15 años, esto último lo tenía como fantasía hasta que me atreviese cuando fuera más mayor). Eran simplemente comentarios, pero decidieron hacerme un regalo y pensando en qué podría gustarme recordaron esas dos opciones y barajaron entre ellas. Mi amiga, más conservadora, quería regalarme la americana rosa, pero por supuesto mi amigo tenía claro que el otro regalo iba a ser mejor. Yo de esto no sabía nada, de hecho, no me esperaba ningún regalo.

Llega el 29 de noviembre, cumplo 16 añitos. Mis amigos no me habían felicitado todavía, así que llegué a clase (como siempre, tarde, porque iba desde mi pueblo y los transbordos de metro y bus me daban por saco) y no dije nada para ver si se acordaban. Nadie me felicitaba, no podía ser que de una clase entera, con la lata que di con mi cumple, no se acordase. Empieza la clase, Relaciones en el Equipo de Trabajo, nuestra profe era majísima y joven, de unos 35. Empiezo a escuchar detrás de mi unos plastiquitos (detrás se sentaban mis amigos) y de repente por el rabillo del ojo al lado de mi cabeza veo algo de color negro. Me giro, y era mi amigo dándome un regalo mientras todos empezaron a cantarme «Cumpleaños Feliz».

Cojo la bolsa, negra, saco el regalo de dentro envuelto en papel negro con detalles rojos, y entonces palpo el papel… ¡NO PODÍA SER!, ¡ESTABA TOCANDO UN PENE MUY GORDO Y LARGO! 

Empecé a gritar y a reírme, por supuesto mientras les insultaba en plan cariñoso. Todos gritaban que lo abriera, nadie sabía lo que era, y yo estaba muriéndome de la vergüenza, toda roja mientras me grababan. Rompí el papel y vi el monstruo, esa clase estaba siendo un show. Todos me decían: «que lo enseñe, que lo enseñe». Levanté el pene como quien levanta un trofeo e hice círculos en el aire mientras todos se morían de risa y mi profesora decía que escondiera eso ya.

Por supuesto lo primero que hice al llegar a casa fue querer probarlo, y digo querer porque no pude, era muy gordo. Medía 21 centímetros, el diámetro no lo sé, pero en la vida real eso no existe (o yo no lo he visto), y mira que he sido promiscua. Era de un plástico muy duro, con venas marcadísimas, de color beige y con una ruedecita en la base para ponerle velocidades de vibración a pilas. Lo intenté varios días, hasta que por fin uno entró y vi las estrellas del paraíso, cosa que hizo que cada día tuviera que usarlo como el que no puede estar un día sin desayunar café o fumar porque se pone de los nervios y no piensa en otra cosa. Gracias a mis amigos llegué por primera y única vez al orgasmo con penetración, es que ese bicharraco me hacía literalmente llorar de placer. Impresionante. 

Habitualmente me preguntaban que qué tal, que si ya lo había usado… Era un cachondeo eso. Había un señor de 50 años en mi clase y un día dijo: «bueno, si a ti te gusta yo estoy contento por ti». Días después se encontró con mi amigo y le dijo: «el otro día le dije esto y desde entonces no paro de pensar en que sonó muy mal, como si fuera un pervertido o algo». Cuando mi amigo me lo contó casi me ahogo de risa. 

A día de hoy lo tengo como decoración y abultando en mi caja sexual. Me compré un succionador y un dildo menos aparatoso y lo llevo mucho mejor así, pero el recuerdo de mi primera experiencia es maravilloso.

 

Viv Hill