Aunque siempre he sido bastante rubia, desde los dieciséis me pongo mechas, así que llevo yendo a la peluquería toda mi vida.  Aparte de que tengo una base muy bonita y no entienden por qué me quiero poner mechas, las peluqueras suelen decirme que les llama la atención que no tenga ni una sola cana.  

Bueno, pues el otro día fui a hacerme la cuarta sesión de depilación láser y cuando estaba en la camilla en tanga, y con las gafas de protección puestas, entra una chica que no conozco y me dice que ese día me va a depilar ella porque su compañera está de baja.

“No hay problema” le digo, y cierro los ojos con la intención de dormitar como hago siempre. -Espero que le guste trabajar en silencio- pienso.

“¿Empezamos por las ingles y las quitamos del medio o prefieres empezar por otro sitio?” Ufff las que estamos empezando mal, somos nosotras- pienso, -empieza por dónde quieras-.  “Vale, por las ingles está bien” le digo.

Vuelvo a cerrar los ojos y no pasan ni dos minutos cuando me parece oír a lo lejos “tienes una cana aquí abajo”. Sinceramente no le presto demasiada atención y sigo a lo mío, pero no pasa ni medio minuto cuando dejo de escuchar el ruidito de la máquina y dejo de notar ese olor tan característico del pelo quemado por el láser.  Noto que me cogen del brazo, me quito las gafas y vuelvo a oír (esta vez con toda la nitidez del mundo) “tienes una cana en el chumi, ¿me oíste?”

¿Perdona? ¿Pero a ti te pagan por eliminar pelos o por encontrar canas? No daba crédito, en serio, no sabía si reírme o gritar.  Y además, a ver ¿quién te crees que eres para ir por la vida señalando las canas en el coño de nadie? ¿Leonardo Di Caprio?  Y además ¿qué pretendes? ¿que me ponga a llorar y maldecir por tener una cana en la fañagüeta con cuarenta y dos años? Joder, si tuviese veinte, igual me matabas del disgusto, pero con cuarenta y dos ¡me parece un milagro que solo tenga una!

Cojo aire, intento poner voz de persona agradable a la que no están tocando profundamente la moral y antes de que se le ocurra volver a repetírmelo por tercera vez, le digo con mi mejor tono indiferente, que sí, que ya la había escuchado.  Bueno, ¿pues no va la tía y me dice toda ofuscada “Ah como no decías nada, no sabía si me habías oído”.  Tócate los c*jon!s ¡¿cómo no te voy a oír alma de dios?!

La tipa se volvió a poner las gafas, volvió a encender la maquinita y siguió trabajando notablemente molesta. ¡¡Encima se hacía la ofendida!! Lo único positivo, es que no volvió a abrir en la boca durante el resto de la sesión.

Al salir, paré en recepción a pedir cita para la vez siguiente y cuando la recepcionista me preguntó si prefería horario de mañana o de tarde, le dije que me daba igual siempre y cuando ya estuviese la chica que me depilaba siempre.

La vetusta bloguera