CUANDO TE MIRAN RARO POR PEDIRTE UN NESTEA

Hola, tengo cuarenta años y soy abstemia desde que nací. Curiosamente, siempre ha sido una de las cosas que me ha definido: morena, alta, gordita, muy lista, intolerante a la lactosa y a los gilipollas, malaje y abstemia. Sí, me lo han recordado y se han sorprendido un millón de veces. ¿Os imagináis que, cada vez que un colega o alguien que no conozco se hubiera pedido una cerveza, le hubiera dicho «¿Bebes cerveza?, ¿no me digas? Increíble». Si hay alguna abstemia en la sala, le sonará lo que voy a relatar a continuación. 

Los abstemios tenemos incluso un nombre propio, de lo raros que somos, al parecer. Puedes ser abstemia por convicción personal, porque no quieres sufrir los efectos del alcohol, por creencia moral o religiosa, porque no te gusta el sabor… da igual, el caso es que te sales de lo que la sociedad dice que es «normal».

En la adolescencia, cuando todos andan experimentando, mezclando y potando por las calles, a ti te dicen que eres una aburrida 58 veces cada fin de semana. Alguna vez puedes incluso dar con algún gracioso que intente aliñarte la bebida, como si no fueras a darte cuenta, o te retira las bebidas no alcohólicas para que no tengas más remedio que beber. En esos casos, me he cabreado y me he ido, sin más, pero no todos los abstemios tienen armas para enfrentarse a sus colegas y estos comportamientos pueden pasar factura a esas edades.

Luego acabas sujetándoles el pelo o la frente a tus amigas mientras vomitan y te dicen que ojalá fueran como tú, o preocupándote de que no les pase nada que después no recuerden… hasta el siguiente fin de semana. Mientras tanto, tú, toda sobria, observas el percal que, en algún momento, se torna lamentable. En mi época, los móviles y el internet accesible estaban aún en fase de pruebas, por suerte para los protagonistas de todas esas noches de locura. 

Recuerdo la época en la que nos daban unos flyers en el instituto y, si entrabas a la discoteca antes de las 23h, te costaba 20 duros (0,60€, para que lo entiendan las más jóvenes). A partir de esa hora, la entrada costaba 500 pesetas (3€), pero eh, que incluía un cubata. Pues yo, si alguna vez no conseguía entrar a tiempo, le revendía el cubata a alguien y tan contenta con mis 400 pesetas, que me daban para ir cuatro veces más. A decir verdad, lo que más echo de menos de aquel momento son los precios… pero eso es otra historia.

A medida que vas creciendo, las bromas van cambiando de color. De repente, un día, algún que otro hombre se lamenta de no poder emborracharte. Ahora, pensado con perspectiva, resulta una (no) broma bastante siniestra. En esa época ya empiezas a ser valorada como conductora sobria quitamultas, a la vez que eres una cortarrollos. 

¿Creéis que esto termina aquí? Pues no, amigas, porque entonces llega la edad del cerveceo y de los vinos. Si no bebes vino, es que no sabes apreciar las cosas buenas de la vida. Si no bebes cerveza, es que eres asocial. Vas a un bar y solo hay refrescos, porque claro, todo está pensado para mezclarse con alcohol. Si te da por pedir bebidas sin azúcar y ¡oh no! sin gas, aunque el mercado esté lleno de alternativas, ya puedes deshacer tus pasos y volverte a casa a llorar porque eres demasiado rara. Bares con mil tipos de cerveza donde te ofrecen agua, entre risillas. 

Las cenas de empresa o de amigos en Navidad son otro drama, ¿tenemos que pagar las botellas de vino que se meten los demás entre pecho y espalda? Pues estas Navidades me negué y tan contenta, os animo a probar si estáis en la duda porque es, en cierto modo, liberador.

El día en que tu entorno va dejando de beber porque ya no lo soportan, o porque les sienta mal, o porque están guardando el tipo… ese día ya no eres tan rara e incluso te elogian. Cuando además te encuentras con otros abstemios que por fin han dejado de justificarse, es otro nivel, dejas de sentirte sola en el mundo.

Cuántas veces habré oído que «si no bebes, ni fumas, ni follas, ¿pa’ qué vives, gilipollas?». Pues oigan, ¡la tercera sáquenla de la ecuación, no me hagan eso!

En conclusión, ¡la de euros que me habré ahorrado por no pagar alcohol, que podría tener ya un piso en la playa! La cosa es que no tengo ni piso ni dinero, es todo un misterio. Será la noche y el alcohol, que nos confunden.

 

Helena con Hache