Las bodas me provocan ecoansiedad (y probablemente otras formas de futurofobia)

 

Partamos del hecho de que las bodas me provocan un vaivén de sentimientos positivos y negativos. Positivos porque ves feliz a tu amiga/o, hablas con gente a la que no sueles ver, ríes, bailas y, por lo general, te pegas un buen homenaje gastronómico. Negativos si te cuesta encontrar un atuendo con el que te sientas cómoda, si el gasto te obliga a apretarte el cinturón todo el mes y si sientes que aquello es mera opulencia para que los novios saquen unos cuartos, se peguen la fiestaza madre y hagan el viaje de sus vidas. Porque no sé a qué tipos de bodas tendréis la suerte o la desgracia de ser invitadas, pero las mías son todas iguales: clásicas y a lo grande. Y no tengo una o dos al año, no. Llevo unos años que cuento seis o siete. SEIS O SIETE.  

bodas

Últimamente he sumado un nuevo elemento a la lista de cosas aborrecibles de una boda, y es la ecoansiedad. Por si alguna no hubiera oído hablar de ella, se trata del temor a sufrir un colapso ambiental, y se alimenta cuando se observa falta de conciencia o de acciones significativas en el entorno. Afecta especialmente a los adolescentes y adultos jóvenes, que ven su futuro comprometido. 

 

¿Y por qué las bodas me dan ecoansiedad? Me explico, pero antes quiero dejar claro algo: sé que estoy utilizando el término a la ligera y que son profesionales los que tienen que ayudar a gestionar estas situaciones. Al margen de eso, me afecta ver cómo retiran platos llenos de comida que seguramente termine en la basura. Me afecta que no reutilicemos los atuendos (nosotras) porque ninguna quiere repetir. Y me afecta que cada vez haya más parafernalia conmemorativa: cañones con serpentinas, mesas con chuches que acaban el en suelo o en la basura tras un menú demasiado contundente, accesorios de usar y tirar para invitados o, en los casos más fastuosos, incluso lanzamiento de fuegos artificiales que molestan a los animales.

bodas

En mi entorno ahora se han puesto de moda los tubos de chupitos. Son pequeños recipientes, similares a las probetas, que se rellenan con licores y se sirven durante la barra libre. No se pueden reutilizar, de manera que lo abres, te lo tomas y lo dejas en una mesa o lo tiras directamente al suelo, lo que lo convertirá en plástico hecho añicos a lo largo de la fiesta. 

  • La conciencia contra la diversión

No considero que haya perdido la capacidad de apreciar la cuidada estética de las bodas, ni de valorar lo que dos amigos preparan para vivir un día de fiesta con toda la ilusión. Pero tampoco puedo sentirme culpable porque, donde otros ven detalles bonitos, yo veo inutilidades de usar y tirar que los novios se podrían haber ahorrado, y el medio ambiente también. Más residuos, al final. Más atentados contra la máxima de reducir, reutilizar y reciclar (en ese orden, aunque ninguna se cumple) que cada vez se ha vuelto más urgente. 

Es hora de tener un debate sereno sobre una de las consecuencias de lo que el psicólogo Edgar Cabanas llama la “happycracia”, que es toda la ciencia y la industria que hay construida alrededor del concepto de felicidad. Los consejos para ser felices hoy día son muy autorreferenciales, es decir, se reducen al plano individual y se tiene muy poco en cuenta cómo esas prácticas en pro de la felicidad personal contribuyen o impactan en los demás

También estoy de acuerdo con la idea de Cabanas de que la felicidad está asociada a las prácticas consumistas. Se venden experiencias a las que nadie quiere renunciar. Aplicado a esto de las bodas, sería algo así como decir: “Bueno, a mí me hace ilusión casarme así, todo el mundo lo hace y yo también tengo derecho. No tengo que ser yo quien renuncie”. 

Me encantaría ver cómo alguien rompe la inercia de las bodas a lo grande, con el despilfarro consumista y la generación de residuos que suponen. Lamentablemente, hasta ahora no he vivido bodas de otro tipo, pero estoy segura de que hay miles de maneras más sostenibles de celebrar y pasarlo bien.

 

  • Que los principios no te impidan vivir

Pese a lo que cuento en este y en otros posts, trato de que las situaciones no me sobrepasen más de lo necesario. Deslizo algunas cuestiones para la reflexión de vez en cuando, pero evito andar dando lecciones y criticando. Es más, sé que es contradictorio, pero muchas veces participo de estas mismas actitudes que me generan tensión. Preparar los dichosos tubitos de licor genera la excusa para reunirnos entre amigas, hacer hermandad, sosegar a la novia, trabajar en equipo y tener conversaciones que son pura terapia… o no. Doy más importancia a ese hecho que al impacto ambiental, aunque no lo pierdo de vista. 

 

También intento adoptar una postura estoicista y no anticipar únicamente escenarios negativos, porque ni arreglo nada ni cuido mi salud mental. Los datos y las noticias son las que son y hay que ser realistas, sí, pero el futuro siempre ha generado incertidumbre y no siempre ha sido malo todo lo que ha venido. Tiene que haber lugar para la esperanza y siempre hay algo que se puede hacer individualmente.

 

Dejo para otro día otras formas de futurofobia porque cada vez les presto menos atención, como el clásico “Y vosotros, ¿para cuándo?” que mi pareja y yo tenemos que escuchar evento tras evento. No falla. Pero no descartamos casarnos ni el hecho de que, posiblemente, nos tengamos que meter la lengua donde ya sabemos cuando lo hagamos. Así que, cuando la pregunta se me hace pesada o indiscreta, aprovecho para soltar un poquito de veneno que hasta me venía bien largar. 

boda

 

A todas aquellas que también tienen sentimientos encontrados con las bodas, o directamente las odian, ánimo. A las que cargan con la ecoansiedad, me encantaría leer cómo lidiáis con ella. No son solo las bodas, soy consciente, y sé que alinearte al 100% con tus principios supondría renunciar a demasiadas cosas. Pero considero que siempre está bien cuestionarse. 

Anónimo