Las trabas que te encuentras cuando decides irte a vivir de alquiler

 

Por fin has tomado la decisión. O te han “coaccionado” a tomarla, ya que sin ahorros significativos en la cuenta no puedes comprarte ni un loft a 50 kilómetros del centro. No te ha caído una herencia del cielo y la posibilidad de reunir el dinero suficiente para hipotecarte los próximos 30 años de tu vida tampoco te convence. Sin ayuda familiar de ningún tipo, la realidad te empuja hacia el alquiler, estés o no de acuerdo con este estilo de vida. “Es tirar el dinero”, asegura buena parte de la sociedad, recurriendo a un argumento tan evidente como manido. “Pagas y pagas, y nunca tendrás nada tuyo”, lo sabes, pero tampoco la vida te permite ahorrar para pagar el 20 % + gastos que te pide el banco para convertirte en propietario. 

Así que has tomado la decisión de irte de alquiler porque, aunque tengas la solvencia económica de afrontar un alquiler mensual de 900 pavos por un piso al lado de tu curro, “sin ahorros” el banco no te suelta ni un duro para comprar, mientras tú te quedas “sin capacidad de ahorros” para el resto de tu existencia. La pescadilla que se muerde la cola. El ciclo sin fin. 

Comienza el calvario

La idea es irte a vivir en soledad. Tienes una edad y ya compartiste piso durante tus años de estudiante o simplemente estás hasta el coño de pelearte con tu hermana por la higiene del baño y te niegas a buscarte una compañera de piso que no sabes de qué tribu se ha escapado. Quieres tener tu independencia, hacer de tu casa tu hogar, tu espacio para ligues, tu cueva de sofá + manta + Netflix (¡tienes ganas hasta de pagarte tu propia cuenta!), el background perfecto de tu feed de Instagram. 

Empiezas a mirar sin seriedad, por la tontería, dándote cuenta de que el mundo del alquiler es tan salvaje como competitivo. Una metáfora válida sería la de compararlo con la sociedad en plena pandemia y su obsesión por los rollos de papel higiénico: si te gusta un piso, corre y ve a verlo, a ser posible con la documentación necesaria en la mano. 

La demanda es tan alta y la oferta tan reducida, problemática agravada desde que existe la posibilidad del alquiler vacacional, que buscar una vivienda de alquiler se ha convertido en una batalla digna de los Juegos de los Hambre. Lo que empieza por ser una búsqueda vertical, acaba convirtiéndose en tu obsesión. Los precios por cualquier zulo son desorbitados, así que cuando sale un piso con una ventana -aunque sea a un patio interior- y por una cuantía “algo” razonable, te lanzas a él como si fuese la última lata de atún en un escenario postapocalíptico. 

No has entrado, y ya has pagado todo lo que tenías y más

Te enamoras de esa vivienda. Visualizas, incluso, el hueco del árbol de Navidad. La búsqueda ha concluido, hasta que te das cuenta de que hacer scroll y el llama-llama para concertar citas con la inmobiliaria era solo el principio. 

Necesitan: contrato indefinido con más antigüedad de la que tiene tu empresa abierta, dos meses de fianza (¡Con suerte! Hay quien pide alguno más, por si las moscas), mes de gestión inmobiliaria y mes en curso. Por un alquiler de 800 € al mes, te piden SOLO por entrar a vivir 3200 pavos (¡mínimo!). Tienes o consigues la pasta in extremis, pero descubres que las exigencias no terminan ahí. AVAL. ¡Te piden un jodido aval! Sí, señoras. En muchos casos, ya están pidiendo avales. Por lo que o tu relación con tu familia es estupenda y les metes en el marrón o tienes amigos muy majos que te hagan el favor, ya que tus condiciones como indefinida por más de diez años no serían suficientes.  

Tienes la pasta, el aval, las 7 bolas de dragón, un producto con gluten de Mercadona y… ¡tachán! En el contrato todo son pegas: que si no puedes pintar las paredes, no puedes colocar el toldo en el balcón que te aplaque la solajera que le da todo el día y, lo mejor (nótese la ironía), tienes que dejar a tu gato atrás. Y es que en la mayoría de los alquileres no se permiten mascotas. Ojo, que durante mi análisis del mercado, algunos tampoco permitían niños. “Parejas mayores de 50 años, sin hijos”, leí para un apartamento en la playa. 

Además, aunque en un principio no lo barajes, llegado el caso de necesitar ingresar un extra, en la mayoría de los casos tampoco se te autoriza subarrendar habitaciones para salir del bache económico. 

¿Qué termina pasando al final? Que te dejas medio sueldo y comprometes a familia (el aval) para vivir en una vivienda medio en ruinas, que no puedes poner a tu gusto. Trabajas para pagar un techo con el que no te identificas, que no te deja disfrutar de la compañía de tus animales y tampoco te permite ahorrar para largarte de allí. ¡El plan perfecto! (nótese, nuevamente, la ironía). 

María Romero