Todos sabemos que el tiempo es el que procura entre dos personas un lazo inexorable que las va uniendo a base de momentos compartidos, que es el que culpable de que la intimidad surja y crezca, día tras día, cuando estás en una relación. Al principio son un par o dos de detallitos que sabes que eventualmente tenían que venir, y no por ello hacen que se pierda la magia (el primer catarro de uno, un eructo del otro), ¡al contrario! Son abrazados con cariño porque constituyen el crecimiento de esa intimidad.

Sin embargo, cuando esa intimidad ya es mayor, le han salido canas y no empieza a oír muy bien,  no se sabe cómo se ha llegado hasta ese punto, pero lo puedes afirmar alto y claro: Cariño, creo que con esto último, ya hemos sobrepasado el límite. No nos queda nada por hacer.

  1. Comida. Se empieza por hablar de qué se ha comido. Sin saltarse una sola ingesta, eh. ¿Qué has comido hoy? sale ya como un resorte tras la más que típica ¿Qué tal el día? Y ahí empieza la descripción de los garbanzos de la tía que no han sentado bien o el contenido soso del tupper. Es necesario el informe completo mutuo. Lo que antes te la traía al pairo, ahora pone claras imágenes en tu mente y conforma la dieta completa del estómago de la otra persona (útil, cuando planeas llevártelo a un italiano y te acuerdas que anteayer ya se puso hasta arriba de fetuccini y no le sentó bien…).
  2. Eructos. Vienen después de esas comidas. Dicen que la confianza da asco, pero está claro que la intimidad no solo se alcanza cuando puedes eructarte libremente delante del otro, sino que llega a maestría cuando hacéis concurso de a ver quién sale con el eructo más lúcido (suele ganar él).
  3. Pedos. También vienen después de ciertas comidas. Todos sabemos que el primer pedo entre dos personas tarda en llegar meses; ninguno quiere ser el que rompa esa barrera. Está claro, entonces, que una vez abierta la compuerta nadie se frena y los pedos pasan a convertirse en una liberación que aparece en cualquier momento y lugar. Lejos de procurar una reacción tal como ¡Guarro! se remitirán al nº1 de la lista si son especialmente olorosos ¿Qué has comido?
  4. Aliento. El cine nunca ha desarrollado en extenso este momento y muy pocos han sido los valientes en tratar el aliento matutino. Lo común en las pelis es que todos se lancen a besarse recién despertados con los coloretes y el pelo atusado a las mil maravillas. La realidad, bien lo sabemos, es muy distinta, y si al principio se recurren a trucos para evitar que la otra persona descubra que a ti, como hasta el último de los mortales, te huele el aliento nada más levantarte… Llega un momento que esa barrera no existe. Te despiertas despeinado, ojeroso, molesto con todo, con la boca apestando… y lo primero que haces es dar un beso con los buenos días.
  5. Mocos. Llegados a un punto en el que ni los eructos, ni los pedos ni el aliento molestan, los mocos no son menos. Hubo un tiempo en el que para sonarse se construía un muro infranqueable de papel y manos entre tu pareja y tu nariz. Pasado el tiempo, los mocos son tan comunes como el respirar. Los escuchas, los ves, incluso se pueden llegar a enseñar mutuamente y es en ese momento, observando el pañuelo arrugado, que piensas “esto es amor”.
  6. Pelos (de él, de ella, en todas partes). También hubo un tiempo en la relación que cuando esos peletes del sobaco crecían más rápido de lo normal a tus espaldas y tú no te percatabas de ellos, podías morir de la vergüenza si la otra persona te los veía. ¡Qué va a pensar! Bueno… Pues una de las ventajas es que eso ya no sucede llegado un punto. Los pelos siguen su curso natural por todas las partes de tu cuerpo y si bien antes los tenías temporalmente a raya… digamos que tu pareja ya no se va a fijar si esta semana combinas abrigo de pelos en pierna, sobaco, bigote o hasta debajo del ombligo.
  7. Cera de las orejas. Está ahí, la ves… Te daba asco. Ya no. La vida sigue.
  8. Ducharse juntos. Esto es un básico de los elementales que va más allá. Si bien empieza con el morbo que implica el espacio pequeño y lo suave de la espuma, acaba convirtiéndose en un modus operandi. Coordináis agendas para ducharos juntos, y hasta me atrevo a decir que se coordina el sexo siempre previo para aprovechar la ducha conjunta. Lo espontáneo ya no compensa.
  9. Hablar de pis y caca. ¡Venga, admitámoslo! Puerta afuera es un tema tabú, pero dentro de casita todos hablamos de caca sin parar. Una vez se empieza, no se puede parar, y suele ser la continuación o el preámbulo del punto nº1. Avisas cuándo vas, cuándo vuelves, cómo ha ido, posibles incidencias remarcables (para gente ducha en dicha discusión, este gráfico os ayudará a desarrollar la charla sobre las heces). Me parece que hablar de caca en una relación es uno de los puntos álgidos de complicidad máxima y más bonitos que se pueden alcanzar.
  10. Hacer pis y caca juntos. Obvio cuando se han alcanzado los puntos nº 8 y 9. Tú haces pis, él se ducha. Tú te duchas, él hace caca (y lo comenta). Te lavas los dientes, él tiene ganas y no puede esperar… ¿Suena guarro? A mí me suena romántico.
  11. En la salud y en la enfermedad. Ver al otro enfermo y pasarlo a su lado es otra de estas fases de relación a la que se puede saltar tras este proceso. Tienes delante de ti a alguien que escupe, tiene mocos, fiebre, se va de vientre, tose, no te deja dormir, se queja por todo… Y lejos de huir, te quedas bien al lado, lo cuidas con amor y hasta piensas en lo adorable que es en sus momentos de debilidad. Pasada la prueba, convertirse en el enfermero oficial del otro es un derecho, más que un deber (¡ni hablar de que uno se ponga malo y el otro no esté allí para cuidarlo!)
  12. Regla. Es la tercera persona de la relación. Ambos la odiáis casi de la misma manera. Se aplica en las charlas y quehaceres parejiles como los puntos nº 9 y 10…
  13. Llena como una nécora, harto como un cura. Un kilo arriba, dos abajo… Tres arriba nuevamente. Y se aplica a ambos. Si bien a él le daba cosilla en los primeros meses que descubrieses que es ver tocino y ponerse hasta las cejas, ahora no hay problema ni juicio alguno en que tú relamas las cucharas directas el bote de Nocilla y de paso te manches el pijama y el sofá. Será veros mutuamente entregados al placer de la gordura y sonreír, felices.
  14. Ropa sucia y fea. Con sucia me refiero a ya puesta (ves el jersey sobre la silla, lo estiras, lo hueles… lo piensas, lo vuelves a oler… te lo pones) y con fea me refiero a vieja (esas prendas que se quedaron en el fondo del armario cuando le conociste por miedo a que te viera de semejante guisa, pero que con el tiempo ha cogido sentido rescatarlas).
  15. La combinación de todo lo anterior. Te levantas con el pijama viejo y feo, despeinada, hace un mes que no tocas ni un pelo de tu cuerpo, notas cierto olor corporal, estás de mocos hasta arriba y con ventosidades. Vas al baño a la vez que tu pareja y mientras meas le cuentas que algo que comiste te sentó ayer mal y has pasado una noche atroz anclada a la taza del váter.  Para colmo, te acaba de venir la regla… Él te mira y en ese momento su mirada solo puede significar una cosa: cuánto la quiero.tumblr_m8z0h5wIwq1r5ioxoo1_500