Quizás esta sea mi semana favorita del año, la travesti que llevo dentro (mi construcción de género es curiosa) lleva nerviosa meses, sin exagerar. Aquí estoy un año más, con mi cerveza y mis aceitunicas, preparada para ver la segunda semifinal de uno de mis guilty pleasures (sorry not sorry) favoritos del mundo, el Festival de Eurovision. Sí, sí, soy eurofan y no me avergüenzo, todo lo contrario. Uno de los grandes sueños de mi vida es poder ir a una gala, cuando llegue ese día (que llegará, lo juro) creo que lloraré de la emoción y del gusto y de todo.

Me gusta la música, me flipa la caspa y amo la geopolítica… coge estas tres cosas, mételas en una coctelera y ahí lo tienes: EUROVISION.

Ahí van unos cuantas razones por las que amar profundamente este Festival de la Canción…

  • La musiquilla de la intro. Es oírla y sentir que se me llena de alegría el alma.

  • ¿Quién maneja mi barca? (¿Quién?). No me canso de reivindicar es maravilla canción (a mi es que todo lo bien aflamencao me gusta). Remedios Amaya fue una adelanta a sus tiempos, solo hay que ver como ahora es tendencia y todos los años hay alguna muchacha actuando descalza. ¡Historia de España!

  • Las reivindicaciones LGTB. Desde aquella maravillosa Dana Internacional, pasando por las t.A.T.u., la barba de Conchita Wurst, y hasta los abucheos a Rusia a raíz de las políticas contra los homosexuales llevadas a cabo por su gobierno. Eurovisión se ha convertido en una especie de templo de la diversidad sexual y solo por eso ya es algo maravilloso.

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  • Lo que vamos a echar de menos a José María Iñigo y su infinita sabiduría (no me acostumbro a Tony Aguilar). Para los que llevamos siguiendo este Festival de la Canción desde pequeñicos, Uribarri siempre tendrá un lugar muy importante en nuestros corazones, pero nuestro José María también era lo más.

  • Los baladones eurovisivos (normalmente de la Europa del Este). Qué vozarrones, qué épica, qué pereza y qué cantidad de caspa. MA-RA-VI-LLA.

  • La obsesión con el dubstep. Durante los últimos años hemos visto como cada vez más países apostaban por ritmos más modernos. Ahora prácticamente TODAS las canciones tienen algo de dubstep, parece una seña de la casa.
  • Las puestas en escena. Con los avances técnicos cada día son mejores y nos sorprenden con unas historias que parecen sacadas de un futuro tan cutre como el de la señora esa que anuncia lejía.

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  • Los estilismos imposibles. Y es que por Europa adelante se estilan unas cosas muy raras. Vestidos locos de esos con muchos volúmenes y que hacen juego con los efectos de luz del escenario, chaquetas pseudo-militares tan pasadas de moda que huelen a naftalina desde aquí, peinados que parecen arquitectura efímera… un sinfín de posibilidades que te hacen reír hasta que te duele la tripa.

  • Los vídeos de presentación de los países. En 1 minuto te cuentan todo lo que necesitas saber de la historia eurovisiva del país, de los que van a representarle y si me apuras de la gastronomía típica. Mucho lerele con las guías de viaje Lonely Planet y tal, pero deberían hacer un algo virtual solo con videos de presentación de Eurovisión.

  • Las votaciones. Aquí es donde entra en juego la geopolítica (emoji de demonio feliz). Los juegos de las minorías étnicas: “Ya verás como Montenegro le da muchos puntos a Serbia”. BINGO: Serbia, ten points (dix points).
  • Los freaks. Y aquí no solo entra el Chiquilicuatre (que pena que ese año no hubiera ido La Casa Azul con su Revolución Sexual) o los finlandeses Lordi. Nunca olvidaremos a Sébastien Tellier entrando en cochecito de golf en el escenario, la grima que daban los gemelos irlandeses, ni esa actuación teatralizada de Serbia en el 2009.

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  • Organizar el sarao en casa. Si tienes unos amichis majos a los que engañar, es un plan estupendo para beber un sábado por la noche. Comida rica de picoteo, vino bien frío, la hoja de puntuaciones cerca y a disfrutar. No conozco a nadie que no haya querido repetir después de una primera noche eurovisiva.

Quien ama Eurovisión sabe de lo que hablo, quien reniega de semejante festival del disfrute es que no sabe nada de lo que es gozar sin prejuicios de la buena mierda. Pero es que a todo esto le podemos sumar los temazos que nos ha ido dejando en la memoria colectiva: el clásico Lalala de la gradísima Massiel (¡diosa!), el “Bandido” de unas Azúcar Moreno enfundadas en unos minivestidos increíbles y cargadas de oros, esa canción tan girly que es Poupée de cire, poupée de son… y así podría seguir hasta el infinito. ¡VIVA EUROVISIÓN!

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