Lo cierto es que no sé en qué momento de mi vida me acostumbré a vivir rodeada de personas gordofóbicas, esas mismas que a cada paso que doy, o cada vez que topo con ellas deciden restregarme sus ideales para recordarme que hoy en día no sigo los estándares de belleza.

Y es que sí, la gordofobia forma ya parte de mi día a día, una tendencia a la que debo responder dando explicaciones o con una sonrisa forzada pero bajo ningún concepto agitándome o indignándome, ¡estaría bueno!

Sea como sea, con mis casi 31 años, una bebé bajo el brazo y mi propio negocio, todavía me toca soportar lo mismo cada día. ¿En qué momento esta sociedad se vió en el derecho de juzgar mi aspecto físico?

Hace apenas 9 meses todavía estaba embarazada, éramos felices, mi barriga y yo. Sí que es cierto que con mis casi 100 kilos de peso esa tripa me había acompañado antes, pero ahora estaba rellenita del mayor amor del mundo. Me dirigía a mi negocio, pletórica y acariciando mi pancita, cuando me encontré con una vecina muy sonriente… «Te veo preciosa» – Me dijo mientras tomaba mi mano – «El embarazo te sienta genial, aunque no se te nota, como siempre has estado gorda». Creo que en ese momento el halo de amor que me cubría crujió con un chirrido. ¿Y qué respondes ante eso? ¿Es necesario ese comentario?. Una media sonrisa, me giré y continué mi camino sintiéndome absurda por acariciar una barriga que, tal y como me habían recordado, siempre había estado, no era nada nuevo ¿por qué la tocas con cariño?.

Unos días después de este episodio me realizaban una de las últimas ecografías del embarazo, hasta entonces todo había ido bien, pero ese día las cosas se complicaron. Mi tensión arterial se había disparado y mi peque no ganaba el peso adecuado. Diagnosticada con una preclampsia leve me ingresaron durante diez largos y aburridos días. Cada mañana un ginecólogo diferente me visitaba y me daba su parecer al respecto, todos coincidían en que la preclampsia es hereditaria, y tanto mi madre como mi hermana la habían padecido, así que a comer muy sano y a seguir adelante. Hasta que un día… Una mujer muy seria, de estatura media y con gesto brusco entró en mi habitación «Así es imposible, con ese peso ¿cómo no vas a tener preclampsia? ¿qué pretendéis algunas?» – Y todo esto lo soltó sin apenas mirarme a la cara – «Con esa barriga ni en la eco se apreciará nada». En la habitación una enfermera, una auxiliar, aquella señora y yo ¡y nadie era capaz de decir nada para que cerrara la boca!.

giphy

No voy a mentir, quise llorar al instante, me hizo sentir nuevamente absurda y, encima, mala madre. Aquella persona quiso darme el alta esa misma mañana, alegando que mientras comiera sano no hacía falta que continuara ocupando una cama en su hospital «tú estás aquí de hotel» (perlitas en cada palabra). ¿Lo más curioso? Conseguí que no me diera el alta, y al día siguiente nació mi hija porque se presentaba sufrimiento fetal, para fiarse de la gordofóbica.

Ya hace tan sólo unos días paseaba a mi niña en su mochila de porteo, las dos presumíamos de cariño por el centro de la ciudad, sonriéndonos, abrazándonos… Llegamos a un paso de peatones y una mujer de mediana edad (o de la Edad Media, veréis) se paró a nuestro lado y nos miró con ternura. «¡Qué imagen tan preciosa! ¡Da gusto veros!» – Dijo mientras le hacía una caricia a mi niña en el cachete – «Aunque tú, entre lo que pesas y llevar así a la niña, debes terminar agotada». No pude evitarlo, mentiría si dijera que no lo vi venir, me miró de arriba a abajo y sus ojos dejaron de destilar amor, ¿cómo lo diría? la niña para ella era adorable, pero yo no le provocaba ni mucho menos eso.

giphy (1)

De nuevo el mazo acusador, el juez de la gordofobia volvía a sentenciarme a aguantar groserías cotidianas, de esas a las que no hay que dar respuesta, que está mal visto. De esas que se soportan ¡y punto en boca!. Eres gorda, gorda serás, y nuestras barbaridades soportarás. Gordofobia de andar por casa…

Alba Polo