ME HA VUELTO A OCURRIR. Y esta vez de una manera totalmente surrealista. Juro que he estado a punto de grabarlo porque en ese momento pensaba: «si lo cuento no me cree nadie«.

Hoy he acompañado a mis abuelos al médico, y mientras ellos estaban dentro de la consulta yo les esperaba fuera. Sentada. Sola… hasta que pasó.

Un «señor» de 80 años (lo sé porque me lo ha dicho, no porque yo me lo haya inventado), se ha acercado a mí, plantándose justo enfrente y preguntándome QUÉ HACÍA PARA ESTAR ASÍ, TAN DELGADA. OTRA MALDITA VEZ. Y DIRECTAMENTE. Por educación le he contestado, al fin y al cabo era una persona mayor y «sólo quería y necesitaba hablar». Eso pensaba al principio. Pero la conversación fue a más, a peor, a rozar lo indecente, vergonzoso y asqueroso. Ha llegado a preguntarme si tenía novio y a SORPRENDERSE porque «¿y de verdad te quiere? Es que los chicos quieren tener donde agarrar y tú estás muy delgada». VAMOS, VAMOS, VAMOS. Y yo, manteniendo la compostura, me he mordido la lengua por lo mismo que antes: educación. Y porque al fin y al cabo pues eso, que no era ni el momento ni el lugar para entrar al trapo… Hasta que me dijo que qué hacía allí, que por qué no estaba en la playa LUCIENDO MI CUERPO. Ahí ya me mosqueé. Yo no tengo que LUCIR NADA. Soy una persona, no un trozo de carne para que otros se conviertan en el perro de Paulov y yo en el estímulo. Y creo que nadie debería convertirse jamás en estímulo, pero allá cada uno y sus ideas, vaya. Yo NO. Total, que se ha sorprendido. ¿En qué quedamos? ¿No era que estaba grimosamente delgada? ¿O ahora resulta que tengo que ir a la playa a «lucir» cuerpo?

Pero la cosa no ha quedado ahí. Él hablaba. Solo. Yo miraba el teléfono. Lo ignoraba. Y él seguía hablando solo. En una de esas me dijo que estaba buscando trabajo: «y pensarás, ¿un viejo de 80 años como tú buscando trabajo?». No respondí. Pero ya lo hizo él por mí… Que el trabajo que quería era echarle crema a las chicas de 18 años en la playa. Levanté la mirada. Desafiante. Harta y hasta las narices: «¡No tiene peligro usted ni nada!». Por supuesto me contestó, y aun encima me llamó malpensada después de decirme que él siempre iba a la playa a ver carne, pero que claro, cuando tenía al lado al sargento de su mujer no podía echar el ojo. Pero toda la razón. Sí, sí. Soy yo, que he pensado mal de él, oye…

Pues NO. ¡BASTA YA! Que cada uno es libre de hacer lo que le dé la gana, sí. Unas y unos de «lucirse» y otras y otros de babosear lo que quieran. Pero a mí DEJADME EN PAZ. Tanta delgadez y tanta mierda. COÑO YA. Que me tienes HARTA, mundo. Yo no me meto con nadie y NI ENTIENDO NI RESPETO que lo hagan conmigo. Luego tenemos complejos, nos odiamos, nos operamos, nos deprimimos… ¡Es que ya está bien!

Y por cierto, él SÍ me quiere. Es más, le saco yo más pegas a mi cuerpo que él, que todo hay que decirlo. Pero yo también me quiero. Y a mí esto nada porque me la trae realmente sin cuidado (en lo referente al físico quiero decir, que no me crea trauma ni me genera complejo… Lo que pasa es que NO PUEDO CON ESTAS FALTAS DE RESPETO, DE DECORO Y DE SER PERSONA), pero a alguien que ya le cueste quererse, que tenga la autoestima baja o cualquier otra historia, estas cosas LE HUNDEN. ¡¡Y NO HAY DERECHO!!

(Lo más gracioso es que al salir se lo he contado a mis abuelos. Después de decirles que el «señor» me dijera que ayer había ido a la playa a ver «carne», mi abuelo me ha dicho: «claro, por eso tuvo que venir hoy al médico»).

Nerea Garrido.