Esta es la imagen que les viene a la cabeza a mucha gente cuando piensa en pasar las vacaciones en un camping:

Unos días con la familia o amigos, naturaleza, tranquilidad, asar cosas en una hoguera, alegría, felicidad.

Esta es la imagen que se viene a mi cabeza cada vez que alguien dice la palabra «camping»:

EL HORROR. MI MAYOR PESADILLA. NO QUIERO IR AHÍ NI MUERTA.

¿A quién coño le podría parecer un camping del demonio la mejor opción para irse de vacaciones? ¿Tan jodidos están de la cabeza? Irse de vacaciones al puto medio de la nada, para estar rodeado de bichos, de cuñados… ¡y de niños! Cómo se nota que esta gente no ha pasado una guerra, porque si no, ¿de qué iban a querer irse a un sitio a estar peor que en su casa?

De vacaciones se va uno a dormir en una cama gigante, y a que te hagan esa cama gigante. ¡¡¡Y a desayunar en buffets!!! La gente que se coge la tienda de campaña y se mete en un camping está ofendiendo directamente al espíritu de las vacaciones. 

«Es que a mí me apetece vivir experiencias extremas, como los de Supervivientes». Cariño, los de Supervivientes estarán pasándolo canutas, pero se llevan un pastizal. Tú estás cagando en una montaña y limpiándote el ojete con hojas de pino de las que pican por placer. A mí esto que vengan y me lo expliquen, porque yo no lo entiendo. Cómo a alguien le podría gustar dormir sobre un suelo pedregoso e irregular que te deja la espalda como si te hubiera dado un masaje el increíble Hulk, levantarse por obligación a las ocho de la mañana porque a las nueve ya no hay quien pare de calor en la maldita tienda de campaña, convivir con el olor a pies y a sudor y a mierda, si es que te toca poner tu tienda cerca de los baños del cámping, comer mal, descansar peor y estar confinada en un único y limitado recinto que no ofrece demasiadas diversiones, y si las ofrece, te has cansado de ellas a los tres días.

Te lo venden como una forma de hacer turismo diferente. Mis estrías de detrás de las rodillas sí que son diferentes. Lo de vivir en un camping es una putada. ¿Que no tengo un duro y quiero hacer algo divertido este verano? Me veo cinco series de Netflix, cariño, pero no me voy a pasar diez días a un sitio que, de haber existido en Alemania hace setenta años, sin duda alguna lo hubieran llamado CAMPO DE CONCENTRACIÓN.

Porque es un campo, y está todo el mundo ahí concentrado. Concentrado en no asesinar a los «vecinos» de recinto, porque si tengo que estar yo más de dos días de acampada, al tercero ya se me empezaría a pasar por la cabeza coger un palo y empezar a apalear gente. Por relajarme, por liberar tensiones. Que es a lo que se va a la naturaleza.

Las vacaciones de mis sueños. Que se me meta una culebra en la tienda de campaña y me piquen todos los bichos que habiten en tres kilómetros a la redonda. Y todo esto mientras intentas dormir por la noche (pensando en que, por favor, no se te meta ningún bicho en la tienda) mientras escuchas los ronquidos lejanos de los demás acampados. Y dicen que mola.

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MENTIRA. Lo que pasa es que para poder hacer una reserva en un camping hay que autoengañarse a tope, te tienes que repetir miles de veces que irse de acampada es lo más porque si no te pasarías las vacaciones llorando abrazada a un árbol. A un árbol que da cobijo a millones de arañas y hormigas que aprovecharán tu cercanía para explorarte. Sintiéndote la persona más desdichada del mundo porque, precisamente, LO ERES, ¡joder! que estás de vacaciones en un puto camping.

En Estados Unidos tienen mucha costumbre de crear historias de terror relacionadas con los campings. Porque estás «más o menos solo», en un lugar apartado de la civilización y más o menos incomunicado. Te ponen a un asesino que aparece de la nada pero armado hasta los dientes y ya tienen película de terror. Pues para mí, de terror, nada. ¡¡Película con final feliz!! No me imagino final más maravilloso que ser asesinada para no tener que pasar ni un día más de vacaciones en un maldito camping.

Y otro día si queréis hablamos de cuando estás de camping y llueve.