Lo has adivinado sólo con el título, no tengo hijos. Lo digo así, nada más empezar el post para que no pierdas el tiempo si eres un defensor acérrimo de eso de “los niños son la alegría de la casa y lo mejor que me ha pasado en la vida”. De hecho, por favor, deja de leer porque básicamente este texto es para darte un poco por saco.

En un giro de guión voy a decir que tengo una sobrina y que no me canso de ella,  y que probablemente sea el ser humano más bonito e inteligente sobre la faz de la tierra. No exagero. Y es que, en general, los niños me gustan. En algún momento quiero ser padre y que mi vida pase a tener horario Lunni y preocuparme por ellos hasta que cumplan 45 años o tenga alzheimer. Lo que ocurra antes. Y  también quiero aprovechar todos esos años para disfrazarlo de todos los animales posibles y avergonzarlo con esas fotos el resto de su vida.

Sin embargo, me cabrea sobremanera cuando un niño me es impuesto -normalmente por sus padres, claro-. Me sale el ansia homicida de Cersei Lannister cuando sus padres dice como excusa ante cualquier comportamiento “Son cosas de niños”. Por eso, padres y madres, recordad: una gran foto de niño disfrazado -y el ser que lo ocupa- conlleva una gran responsabilidad. 

 

Playas y espacios públicos

Me encantan los niños y me encanta la playa. También me gusta masturbarme y me gustan las tijeras. Eso no quita que mezclarlos sea una pésima idea para mí. Si estoy en Benidorm acepto que voy a escuchar la conversación de los que están al lado (porque estarán probablemente a 20 cm de mi cara) pero me cabrea la gente que pone un altavoz. Lo mismo con los niño: acepto que un niño corra, haga castillos y le diga a sus padres que le hagan caso. Me parece mal sin embargo el berrido descontrolado, el que llene de arena mi toalla impunemente – subrayo impunemente aquí, queridos padres y madres, porque cualquiera pisa una toalla sin querer, sobre todo con el nivel de ocupación levantino- . Del mismo modo, en un restaurante tengo unas expectativas que no se ajustan a un niño jugando a la pilla entre las mesas (caso real, lo juro). Ojo que aquí no hablo de niños hablando en los cines. Porque si vas a ver una película de Pixar, es lo suyo. Y además, lo mejor que me ha pasado en la vida ha sido un niño explicándole Inside Out a su madre durante la película: “Tristeza es una aburrida y una sosa. No sirve para nada.” Hay más sabiduría en esa frase que en toda la carrera de Paulo Coelho.

 

Niños en transportes

Ese momento en que te sientas en un avión y escuchas una voz infantil en el asiento de atrás. Y ves como la posibilidad de dormir la resaca se aleja. No siempre ocurre, es verdad. Me siento como dentro de un libro de “Elige tu propia aventura”, pero quien elige mi aventura, en este caso, son los padres en cuestión. Dos casos contrapuestos:

1.- Padre y madre viajan en avión con cuatro niños de entre 0 y 7 años (a ojo las edades. Lo que me faltaba era darles conversación) en una sola fila. 3 asientos – pasillo – 3 asientos. ¿Qué colocación eligen? 0 años-madre-padre-pasillo- 3 años- 5 años- 7 años. ERROR. ¿Dónde estaba yo sentado, gracias a al irónico karma? Efectivamente, delante del “mayor” que  sin observación paterna, convirtió mi asiento en zona de pateo y se convirtió en mi hilo musical particular ¿Es tanto pedir que se organice un padre por cada dos niños? ¿Estoy loco?

2.- Madre viaja con niña de 3 años en tren. A esa edad los niños aún viajan gratis compartiendo asiento. Efectivamente, yo sentado al lado bajando a todos los santos del cielo. La madre coloca las piernas de barrera, habla con la niña, juega con ella tranquilamente y se preocupa de que no grite demasiado. ACIERTO. Epílogo de la historia: La niña y yo acabamos hablando sobre su baraja de cartas de las princesas Disney, después de que su madre me preguntara expresamente si no estaba siendo pesada. Yo me enamoro de la niña y planeo secretamente robarle la baraja.

 

Me gustan los niños, pero sé vocalizar adecuadamente.

¿Pero quién está aquí?¿Quién?¿quién quién quién? (leído con la voz de Verónica Forqué). “Di anió que no vamoa mimí”. ¿Cuánto tardan los niños en aprender a hablar? Apuesto un año de matrícula en un colegio de niños superdotados a que si hablásemos como adultos con ellos, podríamos reducirlo. Para padres y madres, solo tengo un consejo. Uno que usareis cuando vuestros hijos e hijas se metan en peleas: No os pongáis a su nivel, dejad claro quien es el más civilizado de los dos. Parece fácil en teoría, pero a la vista está que no es tan sencillo de llevar a la práctica.

 

Me gustan los niños, pero puedo tener conversaciones adultas en su presencia

Un niño, como un influencer, busca ser el centro de atención allá donde vaya. En nuestra mano está controlarlo. Si es idiota, por muy bueno que esté, podemos plantearnos dejar de seguirlo… Perdón, volvamos a lo de los niños. Podemos no centrar toda la conversación en ellos. Podemos, por ejemplo, no acabar de comer a toda prisa para achucharlos, o jugar con ellos. Podemos, ya que viene al caso con la estructura de la frase, hablar de cosas de adultos delante de ellos, como política. Podemos. Sí se puede.

 

Si has llegado a este punto y crees que tengo algo de  razón; si sufres porque la gente no entiende que te gusten los niños y aun así te quejes, no sufras. Aún queda esperanza. Los regalos son el caballo de Troya para la venganza perfecta hacia los padres. Regalos ruidosos y cansinos para los niños, para acabar con los nervios de sus padres: pianos de juguete, peluches con voces estridentes, libros con música infantil en MIDI. Regalos para los padres que les gusten pero que sabes que ya no tendrán tiempo para disfrutar: un libro sesudo, una serie, una mascarilla exfoliante.

Hay una última opción regalar algo verdaderamente cuqui para  los niños. Algo que te parezca encantador para que te enamores de ellos y obvies por completo a sus padres. Yo he pasado por las dos fases: a mi hermano le regalé una videoconsola por Reyes, su hija no tenía ni un mes. Más tarde a mi sobrina  le compré un body de David Bowie. Y bueno, no me preguntéis cómo se llama mi hermano.

 

Diego Pernas