Cuando se me planteó la posibilidad de empezar a trabajar desde casa, ni me lo pensé. ¡Oh Dios mío, el sueño de cualquiera!. Tras varios meses poniéndolo en práctica he sacado unas conclusiones que me gustaría compartir con vosotros.

 Lo que crees que supondrá

1. Diré adiós a los madrugones. Sí bueno, esto es cierto. Tampoco es que yo antes tuviera que madrugar mucho pero ahora con levantarme poco antes de las 9 es suficiente. Lo que nadie te dice es que si no te quitas el pijama hasta las 18h, en realidad todavía no te has despertado del todo.

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2. Podré estar en casa cuando reciba mis paquetes. Pues no, tampoco, porque estos llegarán justo el día que tienes que pasarte por la oficina o en el ratito que vas a por el pan. No falla.

3. Iré al gimnasio justo a las horas en las que está vacío. Bueno, dejemoslo en que ni tan siquiera fui al gimnasio.

4. Podré tener tiempo para limpiar. JA JA JA

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5. Comeré en casa. Al principio te harás platazos dignos de Arguiñano pero con el tiempo recurrirás a los mismos alimentos que antes te llevabas a la oficina dentro de un tupper.

6. Libertad. Poder poner la música que quieres a todo trapo no tiene tanta gracia cuando no molestas al colega de enfrente y si quieres elegir la temperatura de la calefacción o el aire acondicionado… ¡te toca pagarlo a ti!

Lo que de verdad supone

1. No ver seres humanos durante días. Si te pilla una época complicada de curro, olvídate. Es probable que las jornadas se sucedan una tras otra y tus paseos más largos sean al supermercado para abastecerte de víveres. Esto se traduce en una locura transitoria que te hace contarle tu vida a la cajera y hablar en alto por el pasillo de casa.

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2. No arreglarte. Mi madre tuvo la maravillosa idea de regalarme un esquijama estas Navidades. Es genial, tiene hamburguesas y patatas fritas como estampado y sobre todo es muy calentito. Lo que ella no sabe es que puedo pasarme varios días sin quitármelo. Sin peinarme, sin una gotita de rimmel. ¿Para qué? Si total no me va a ver nadie.

3. Ir contracorriente. Son las 19h, estás hasta las narices de estar metido en casa y te pones a disparar planes a diestro y siniestro para conseguir abandonarla. Vale todo. Unas cañas, un cine, un paseo. Pero tus amigos acaban de salir de la oficina, todavía les queda el trayecto de vuelta y lo único que piensan es en apoltronarse en su sofá y vegetar hasta que suene el despertador.

4. No valorar tu casa. La ves todo el maldito día, así que lo único que quieres es salir de ella. Por el contrario, si trabajas en oficina, el momento de llegar a tu hogar tras un duro día de trabajo es algo fascinante, dirías que hasta tu sofá es más cómodo de lo que realmente es. Casiña, al fin.

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5. No moverte. Pasan las semanas y todo empieza a darte pereza. Te acabas desplazando por casa cual reptil y tus paseos más largos son a la nevera.

6. No desconectar. En especial si eres tu propio jefe (como es mi caso), hay días en los que te levantas pensando en lo mismo que cuando te acuestas y eres incapaz de hacer un break. Siempre hay algo que acabar, un mail que acaba de entrar, una llamadita de última hora. En vez de trabajar 8 horas trabajas 18 y no hay nadie que te diga: ‘eh Elena, tienes la cara verde, creo que deberías irte a casa’. Más que nada porque YA ESTOY EN MI CASA.

Cinco meses me han bastado para darme cuenta de que soy un ser sociable y que trabajar en casa no mola tanto como pudiera parecer. Si tienes la suerte de poder elegir, haz lo que yo voy a hacer a partir de ahora que es alternar el curro en la oficina con algunos días caseros. Que se preparen mis compañeros porque llevo conversación atrasada para rato. ¡Hola amiguis!