Cuando un hombre ama a una mujer –o a otro hombre, o una mujer a un hombre, o una mujer a otra mujer, o cualquier otra combinación posible– y deciden convivir en España pueden plantearse legalmente tres opciones que para mí son equiparables. Antes de seguir leyendo, sonreíd y ponedle un tono de humor al texto, que si no ya veo los comentarios encendidos diciéndome de todo por simplificar demasiado.

¿Ya? :) Pues hala, seguid leyendo. ;)

El compromiso no es mayor por firmar un papel –sea el que sea– ni tampoco garantía de amor eterno. El amor siempre tiene un riesgo, como todo en esta vida y el hecho de ir a vivir con una pareja ya es suficientemente serio como para pensárselo bien antes de dar el paso porque no hay diferencia entre eso y casarse.

Me parece ridícula esa situación que se da en muchas parejas que se van a vivir juntas y cada uno puede hacer lo que quiere hasta que «vamos y nos casamos, y ahora cambian las reglas del juego». Con razón hay tantos matrimonios que antes de pasar un año desde la firma ya se han separado. Yo creo que son los de este tipo de parejas.

Bueno, a lo que vamos. Si dos personas quieren comenzar una vida en común tienen, a mi modo de ver, tres opciones.

 

 

1. La Sin-papeles o hippy
Fácil, muy muy fácil. Nos queremos –o eso creemos– y queremos vivir juntos, pues nos vamos a un mismo piso –el tuyo, el mío o uno diferente– y ya está. Esto es sólo amor y el estado queda fuera de nuestras vidas. Mientras cada día queramos estar juntos, adelante, y el día que no, uno de los dos o los dos recogen sus trastos y cada uno se va por su lado. Podemos hacer fiesta con amigos –léase boda– o no, según gustos.

Si hay hijos, como los hippies somos gente estupenda, los dos entendemos que ellos son lo primero y que vamos a seguir siendo siempre sus padres, así que en ese aspecto nada cambia, salvo que los progenitores ya no viven en la misma casa –o sí, que cada ex pareja establece sus pactos–. Aun así, si legalmente se quiere proteger a la pareja frente a terceros –en casos de defunción y herencias, por ejemplo, o para establecer los términos de la custodia compartida– hay opciones sencillas como hacer testamento o firmar un acuerdo privado ante notario.

 

2. La clásica o casarse como toda la vida
Lo de toda la vida es con boda y por la iglesia, claro, pero aceptamos variantes modernas en las que, si de firmar un contrato se trata, basta con pedir hora e ir a firmar. Independientemente del amor que se tengan los contrayentes, queda escrito por ley que son un matrimonio.

Digamos que, en este caso, además de amarse, tienen un negocio común como el que monta una empresa. Legalmente, ese contrato obliga a esas dos personas y, al mismo tiempo, les permite el acceso a determinados derechos por ser cónyuges: acompañamiento y toma de decisiones en hospitales en caso de que incapacidad, pensión de viudedad, opción de tributar conjuntamente, vacaciones por contraer matrimonio…

 

 

3. La ni-hippy-ni-clásico
Es decir, como soy moderna o moderno y casarse es muy clásico, paso; pero tampoco soy tan hippy de creerme que esto de la pareja es sólo amor y quiero algunos derechos de los que se casan pero sin casarme, que eso ya no es moderno. ¿Entonces? Y algún lumbrera pensó en la pareja de hecho que les hicieron a los gais cuando les negaban los mismos derechos que al resto, porque no van a ser más que nosotros, ¡por favor!

Cuando aún éramos trogloditas –antes de 2005– y no aceptábamos que personas del mismo sexo se casaran –porque, claro, ese nombre de matrimonio es sagrado y sólo digno de unos pocos escogidos que hacen de él un ejemplo de amor casi divino–, inventamos un premio de consolación llamado «pareja de hecho». Legalmente, distaba mucho de ser una equiparación al matrimonio aunque para quienes no tenían opción a otro tipo de reconocimiento, pues era mejor que nada.

 

 

El matrimonio era un contrato regulado por ley y reconocido a nivel nacional vetado entonces para las parejas homosexuales. De competencia autonómica, los registros de parejas de hecho reconocían estas uniones estables no matrimoniales y, según la comunidad autonómica correspondiente tienen un reglamento más o menos desarrollado. Aun así, ser pareja de hecho no asegura la pensión de viudedad ni una pensión compensatoria para el miembro más desfavorecido, ni te libra de un juicio por la custodia de tus hijos –aunque este punto sí está reconocido en casi todas las normativas– o por el reparto de los bienes conjuntos. Al final, pleitear o no va más en el carácter de las personas.

A día de hoy, tú, que quieres ser pareja de hecho y que te reconozcan los mismos derechos que tienen los matrimonios… ¿por qué no te casas? ¡Ay, no, que eso no es progre! ¡Tonterías! Si quieres todos los derechos reconocidos, cásate y, puestos a pelear, peleemos por una tramitación más sencilla y barata de los matrimonios y divorcios de mutuo acuerdo.

Yo propondría que en el matrimonio, ya que se trata de un contrato igual que el de creación de una empresa, en el mismo momento de su constitución se establecieran y firmaran también la forma de disolución. Ahí, al principio, cuando todos somos buenos y nos queremos tanto, antes de que aparezca el monstruo tras la separación. Y eso no es quererse menos, es sólo dejar las cosas claras, porque el amor nada tiene que ver con los papeles, igual que el matrimonio no tiene que ver con la boda… pero esto es otra historia.