Quitarse la etiqueta de «niña buena»

Desde nuestra más tierna infancia hemos estado escuchando eso de “Las niñas son más buenas que los niños” “Las niñas son más tranquilitas, no dan tanta guerra” “Por Navidad ha pedido una cocinita y un Nenuco para jugar a las mamás” y así me podría tirar hasta mañana.

Lo que quiero decir con esto es que la sociedad nos predispone a que seamos buenas, o mejor dicho, lo que la gente entiende como buena. En este contexto buena significa dócil, prudente, adaptable… en definitiva, sumisa. Esto no lo digo yo, muchas personas con más estudios que yo en Igualdad de Género lo avalan, pero ese no es el quid de la cuestión; esto no es un TFM y no pretendo soltaros un rollo. No es una cuestión de bibliografía sino de biografía: vengo a hablaros de cómo me quité la etiqueta de “niña buena”.

Si eres buena estudiante, te portas bien en casa, con los demás niños y niñas, y no eres muy asidua a las pataletas, rápidamente se te encasilla como buena. A priori, es algo positivo, ¿verdad?

A las criaturas que se las cataloga como malas enseguida se colocan en el punto de mira de los adultos y tiene que sufrir que se le cuestione lo que hace porque todo resulta sospechoso. En cambio, si eres la buena, nadie imagina que vayas a saltarte las normas, que mientas o que eludas tus responsabilidades, porque las niñas buenas no hacen esas cosas. 

En un mundo en el que la escala de grises no tiene cabida, te esfuerzas por ser la buena. Tu comportamiento es irreprochable, tu trayectoria profesional, intachable, tu reputación está inmaculada. La etiquetita de marras no tienes manchas y eso te hace sentir bien. Sin darte cuenta llegas a la edad adulta y, aunque tú no seas consciente, parte de tu personalidad se ha erigido en torno a esa pulcritud: tienes estudios superiores, tienes pareja formal, tienes independencia económica, pagas un alquiler… haces lo que los demás esperan que hagas porque es lo que una niña buena en edad adulta haría. Seguramente, esas mismas personas que no tardaron en etiquetarte cuando eras pequeña también esperen de ti que no tardes demasiado en encontrar un trabajo estable porque ser freelance es de ser niña buena-regular, es un poco oveja con mechas negras. También esperan que, de algún modo, formalices tu compromiso con la pareja de turno, que te embaraces pronto, que organices la cena de Nochebuena en tu casa. 

Ahí es cuando empiezas a sentir el peso de las expectativas. ¿De verdad tú querías todo eso o has construido tu trayectoria en base a lo que los demás esperaban de ti? ¿Priorizas tus actos según lo que te apetece o consideras que te conviene o sientes la obligación de anteponer tus deseos para contentar a los demás? ¿De verdad te gustas o existen otras muchas versiones de ti deseosas de salir a la luz? La escala de grises, para mí, empezó a existir en el momento en el que me formulé estas preguntas. 

No. Evidentemente, no había construido toda mi vida según las exigencias de otras personas, pero sí me habían condicionado lo suficiente como para no sentirme satisfecha del todo. Y eso también incluye el gran impacto que supuso en mi autoestima, la forma de socializar y de entender las relaciones amorosas, de cómo no disponía de las herramientas necesarias para descifrar cuándo una persona te quiere de verdad o cuando hay maltrato, porque te has acostumbrado a hacerte siempre a un lado para dar paso a los demás, sin importar el coste. En definitiva, mi intuición, mi yo más auténtico, seguía latiendo dentro de mí, pero agazapado en un rincón, con miedo a que un mal gesto o una mala palabra me arrebatara para siempre la etiqueta de niña buena. O lo que es lo mismo, que me vieran como la mala.

Como ya mencioné antes, la escala de grises existe para mí, existe para algunas personas, pero no es un hecho universalizable. Para la sociedad, cuando dejas de ser la buena te conviertes, ineludiblemente, en la mala. Tomar las riendas de tu vida es de malas. Priorizar tu bienestar físico y mental es de malas. Dejar un trabajo que te está amargando la existencia para buscar otro en el que te sientas un poco más realizada es de malas. No conformarte con una pareja que no te llena, aunque te trate bien y te quiera a su manera es de malas. No querer tener hijos es de malas. Ayudar a otras mujeres a sentirse realizadas y a que dejen de basar su existencia, únicamente, en ser cuidadoras, madres y esposas… eso no es de malas, directamente ardes en el infierno. 

Algunos pensarán que estoy desvariando, que la escala de grises existe para todo el mundo y que tenemos libertad absoluta para posicionarnos en ella. Ante esa premisa yo pregunto: ¿A cuántas mujeres se las han invalidado cuando han denunciado alguna injusticia, sea de la naturaleza que sea, porque de cara a la sociedad no tenían un comportamiento irreprochable, una trayectoria profesional intachable o una reputación inmaculada?

El día que dejé de ser la niña buena fue el día en que unas niñas malas me hicieron sentir que no estaba sola, y que no tuviera miedo de hablar o actuar, porque daba igual la etiqueta que trajera de serie o la que me hubieran puesto 10, 20, 30 años después, lo importante es que me sintiera bien conmigo misma. Por eso ahora tengo las riendas de mi vida y no tengo miedo de ser la mala porque no hago daño a nadie. Ya no.  

Ele Mandarina