Creía que era algo que solo pasaba en mi casa. Siempre pensé que mi entonces marido era una persona extraña. Con lo difícil que era encontrar un piso asequible, se le añadía la exigencia innegociable de tener dos baños, para evitar conflictos diarios serios. No es broma. Pasaba tanto tiempo en el baño que, necesariamente, tenía que interrumpirlo en algún momento para poder pasar yo (a lavarme los dientes para ir a trabajar, para ir yo al baño, para ducharme porque llegaba tarde, lo que fuera) y eso lo cabreaba mucho, pero ¿qué quería que hiciera? Si ocupaba la mayor parte del tiempo ese cuarto imprescindible…

Entonces me separé. No diré que el uso del cuarto de baño fuese un motivo de divorcio, pero sí fue algo que no iba a echar de menos. Y tanto que no… Pues me volví a casar y descubrí que mi ex no era un bicho raro; era, simplemente, un hombre. Y volvió a mi hogar la disputa del baño porque, con niños en casa, no puede haber un adulto que se encierre media hora en el baño dos o tres veces al día. Si estamos en plena limpieza general y desaparece, podría estar ordenando el fondo de su armario, pero no, ¡está en el baño! Si tenemos visita y de pronto se esfuma, empiezo a poner gestos de disculpa y no sé cómo decir que, si se ha llevado el móvil o un libro, no cuenten con su presencia en los próximos 20 minutos (más si el capítulo es largo). Pero es que no entiendo qué placer le puede producir estar ahí, con el culo sucio, los genitales colgando, el aroma que desprenden sus propios deshechos y prolongar ese momento mucho más de lo necesario. Tampoco qué es lo que le obliga a llevarse entretenimiento para poder evacuar… Si es que es un momento que no niego que en algún momento pueda producir cierto placer, que te quedes a gusto, pero estirarlo así, teniendo en cuenta las circunstancias, no lo logro comprender.


Hace no mucho tiempo rompí dramáticamente mi silencio y, cuando una pareja que había venido a cenar a casa se quería ir, pero estaban esperando para despedirse de mi marido, les dije “Idos, está cagando, es posible que tarde media hora en venir, hoy ha habido fútbol y hay muchas crónicas pendiente por leer”. El exceso de confianza me llevó a liberar aquella gran mentira de “es que no le sentó bien la cena” que nos acompañaba siempre. Pero entonces, surgió la magia: mi amigo sonrió con complicidad y mi amiga se indignó conmigo, dando un codazo a su pareja para que quitase aquel gesto de satisfacción. Y por fin surgió aquella conversación en la que mi marido, saliendo del baño, y mi amigo expusieron ese placer absoluto que sienten cuando dejar pasar los minutos sentados en el trono como si eso fuese un descanso absoluto y nosotras preguntamos lo que eran para nosotras las grandes incógnitas. ¿No les molestaba el mal olor? ¿No sería mejor limpiarse y salir, aunque siguiesen sentados sobre la cama para terminar de leer o ver el vídeo que les tenía entretenidos? Pues al parecer no.


Por otro lado, teniendo niños pequeños, el momento de evacuación no siempre es respetado por ellos. Pocas veces me he sentado en esa pieza del baño sin que uno de mis hijos entre a preguntarme algo (evidentemente sin llamar) y salga dejando la puerta abierta, otro venga a pedirme que le abra el paquete de galletas o la pequeña quiera que la coja en brazos un rato. Y ahí estoy yo, deseando salir del baño, atrapada por las actividades menos agradecidas de la maternidad, mientras se asoma mi marido a explicar por qué no ha podido evitar que vinieran a molestarme en los DOS MINUTOS que necesito para hacer mis necesidades. Cuando no está él al otro lado de la puerta, habitualmente con la niña en brazos para aumentar la presión, preguntando cuanto me falta o si no me apetece contarle, en ese preciso momento, aquella historia tan interesante que por la mañana no pude terminar. Sin embargo, es una falta total de respeto que alguno interrumpamos sus varias sesiones diarias de acampada en el baño, ¿es que no puede ni cagar tranquilo?


Por no hablar de ese momento en el que le dices que llegáis tarde alguna cita y responde “tranquila, voy al baño y nos vamos” y ya debes asumir que vais a ser los últimos en llegar, vas mandando un mensaje de disculpa preventivo mientras aporreas la puerta pidiendo un poco de velocidad.

Pues he puesto una nueva norma en mi casa. A partir de los cinco minutos en el baño, está prohibido tener la puerta cerrada, salvo casos de indigestión previamente justificados. Si yo tengo que atender a las fieras en mis momentos de intimidad, él con más razón, ya que invierte diez veces más tiempo que yo. Si estamos haciendo alguna actividad en común o tenemos visita, está prohibido ir con el móvil o cualquier otro objeto distractor. Si quiere pasar sus tres cuartos de hora de rigor oliendo a mierda mientras le pica el culo, deberá hacerlo cuando no interfiera en las responsabilidades de casa.

Fue un alivio ver que no me pasa solo a mí, que hay más mujeres ahí fuera aguantándose las ganas de hacer pis mientras sus novios, padres, hermanos, etc, monopolizan el baño. Por ello os llamo a la revolución, si quieren ser los reyes del trono de porcelana, que lo hagan cuando no nos impida a nosotras seguir con nuestras vidas.