Esto que os voy a contar es escatológico lo sé, y complicado de plantear, tanto a mi gente como a mi médico, o a cualquiera sin dos cervezas encima, pero me está pasando.

Con la tontería de los maratones benéficos y las carreras populares de fin de año, me he planteado volver a correr y de paso hacer algo de vida social durante los fines de semana y sentirme bien siendo sana y participando en actos solidarios y no apoltronados en el sofá. Como tampoco es cuestión de hacer el ridículo llegando la última y con el bazo colgando, pues me propuse salir a correr al menos tres días a la semana, vamos un planazo.

Vaya por delante que correr nunca ha sido lo mío, pero mis ocho kilómetros si los llevo con dignidad suficiente, con lo cual, 45 minutos por sesión dedicados al noble arte de la carrera, eran más que suficientes y  después del trabajo, los parques que rodean las oficinas eran el paraje perfecto para no caer en tentaciones y desistir, así no tendría excusas.

El primer día no llegué ni a dos kilómetros, y no porque mis piernas o mi corazón no pudieran con el ritmo,  menos mal que estaba cerca, casi dando vueltas alrededor por si se me salía un pulmón. Me entraron ganas de ir al baño, bueno, eso no eran ganas, era una necesidad imperiosa y urgente, no podía contenerme literalmente, es que se me salía. Lo de ponerme a cagar en medio de un parque no me lo podía permitir sin acabar en una comisaría, solo pensaba en meterme en ningún sitio para acabar con la pesadilla incómoda que estaba sufriendo físicamente.

Llegué corriendo y agobiada, pero de otra forma a la oficina, es que me encontraba realmente mal, pero todo se pasó cuando logré liberarme de aquello que mataba por abandonar mi cuerpo. Ese sábado salí a pasear con mi perro después del desayuno, y de haber hecho todo bien como siempre nada más levantarme repetimos momentazo y a los diez minutos de correteos por el barrio estaba igual, unos retortijones de no aguantar en pie y de marearme, el agobio me duró hasta que pude llegar a casa de nuevo para soltarlo todo. 

Y no, no es que estuviera mala de la tripa, ni con un virus estomacal ni ninguna de todas esas acepciones que tenemos para cuando nos vamos de varetas, es que es dar diez pasos seguidos a buen ritmo o trotar un poco más de lo debido y activarse mi sistema digestivo de forma imparable y preocupante claro, que no me puedo ir cagando por ahí sin más.

El caso es que si de la oficina iba derecha a mi casa no me pasaba nada, y si salía a hacer recados o quedaba tampoco, era al activar mi cuerpo, o algo así estaba empezando a pensar yo, evidentemente las paranoias aumentaban cada vez que esto me sucedía.

No, la regla tampoco tenía nada que ver, que a algunas se nos trastocan las visitas al baño cuando nos baja sí, pero no cuadraba. Tampoco había cambiado de dieta ni tomaba infusiones secretas y misteriosas, daba igual que hubiera comido ese día, arroz, kiwis o anacardos.

Mis amigas empezaron con el rollo de que lo mismo correr no era lo mío, que lo dejara, y me olvidara, pero ya por cabezona lo seguí intentando. La siguiente vez decidí anticiparme a mis tripas y salí de la oficina cagada y recagada, forcé mis intestinos hasta límites físicos para no volver a pasar por el trance de cagarme en plena calle. Nada, dos kilómetros y otra vez las ganas inevitables de evacuar y pasarlo mal por no poder hacerlo de inmediato.

Si alguna vez os ha pasado esto en algún sitio, me entenderéis a la perfección, ya no es que tu cuerpo fisiológicamente necesite realizar una acción, es que tu mente se pone de acuerdo y te la juega del todo porque hasta que no cagas no vuelves a ser tú.

Mi preocupación llegó a un punto alarmante cuando a la semana siguiente tuve que ir a unas formaciones en tren y empecé a sentir las mismas sensaciones, pero esta vez en un vagón lleno de gente, sin ventilación y con poco sitio para actuar.

Me puse tan nerviosa que la gente que iba sentada a mi alrededor lo empezó a notar, se ve que mi sistema nervioso no supo gestionar la situación y colapsé, perdí en conocimiento montando el soberano espectáculo en el vagón y en la estación.

Lo de dejar de correr era fácil, lo de paseos cortos y no tan apresurados pues igual también, pero lo del transporte público, pues podía acabar en un trauma mayor y afectar a mi vida entera.

Comentando con amigos el tema, me decían que era psicológico o psicosomático, que mi cabeza ya se montaba la película de que eso me iba a pasar y yo solita me lo provocaba. Claro, pensaba yo, como que me hace mucha ilusión cagarme encima llevando unas mallas y a kilómetros del baño decente más cercano.

Respecto al tema de correr me he hecho procrastinadora nata y casi lo tenemos superado, respecto al resto. El bloqueo iba en aumento y ya eludía el transporte público y alejarme de sitios con baños lo menos posible, mi vida estaba condicionada a esta mierda, nunca mejor dicho.

Prometo que perderé el miedo al médico e iré más pronto que tarde. Siempre mejor eso que morirse.

Anónimo