Estuve casada con un hombre bastante peculiar. Le quería mucho, pero es cierto que nunca fue el marido más cariñoso ni tuvo detalles románticos conmigo. También es cierto que yo no los necesitaba y con estaba contenta con el tipo de relación que teníamos. Al poco de casarnos me quedé embarazada y tuvimos una bebé preciosa.

Él siempre había sido muy maniático, pero al nacer la niña todas sus manías se multiplicaron. Claro que sus manías debía ejecutarlas yo, es decir, el pañal tenía que estar colocado de una manera muy concreta, pero la mierda la limpiaba yo, él supervisaba y me reñía si no ponía los cierres en la posición que, según él, era la correcta.

Cuando la niña tenía un añito, el mejor amigo de mi marido le regaló un peluche de un personaje del videojuego al que ellos jugaban siempre (nada muy llamativo para un bebé, pero entendí el detalle y lo agradecí). Desde ese momento mi marido hacía que ese peluche acompañase a mi hija a todas partes. Si íbamos a casa de los abuelos se venía el puñetero muñeco de minecraft con nosotros. Si se dormía en el carro, le ponía el muñeco al lado, si íbamos al parque, el muñeco venía con nosotros y se subía al columpio con ella.

¿Qué si me parecía raro? Pues sí, pero no más que el resto de manía que tenía. Entendía que le hiciera ilusión que la niña tuviera ese peluche de su amigo, pero esa obsesión porque se convirtiese en su muñeco de apego me parecía excesiva. Además de que a la niña no le gustaba especialmente.

Cuando empezó a hablar pedía llevar a su muñeca Martina (le puso a su muñeca favorita el nombre de su amiguita de la escuela infantil) al parque, pero papá le decía que su peluchito se pondría triste… Ella, cansada de tener que llevar aquel peluche cutre y que no representaba nada para ella siempre a todas partes, lo escondía debajo de los bancos del parque, lo metía entre la ropa sucia… Claramente le había cogido manía, pero para mi marido era un juego. ¿Cómo no iba a querer a su muñeco favorito si llevaba desde bebé con ella?

Un día de estos locos en los que vas a mil, pendiente de hacer la compra, llevar la solicitud del cole del año siguiente a tiempo al registro, un informe del trabajo que debía terminar en casa… Uno de esos días en que tu cabeza está en todas partes y lo que te pasa por delante es casi invisible, salí del parque con la niña, la mochila de la merienda, el maletín del trabajo, la carpeta con la documentación, pero sin el peluche que, como siempre, mi hija había escondido. Llegaba tarde al registro y aún debía parar en el super.

 

Llegamos a casa y mi marido no tardó en abrir la puerta de nuevo. Un beso a mí, otro a la niña y, ni dos minutos después “¿Dónde está el muñeco de la niña?” Ella se rio por lo bajo y me dijo “Lo conseguí”.  Yo, sabiendo que se avecinaba tormenta, me puse muy nerviosa. Ahora analizo esos nervios y pienso ¿hasta qué punto tenía miedo a sus reacciones? Él entró en la cocina y, muy enfadado, me gritó que dónde estaba el muñeco. Yo, vaciando las bolsas del super, le dije que no sabía, que venía del super, que había tenido que hacer mil cosas y me quedaban muchas más por hacer, que me había ocupado de la niña a la vez que de todas las tareas de casa y aún tenía pendiente algo importante del trabajo y que no me pondría a buscar un absurdo peluche cuando él llevaba toda la tarde con sus amigos sin hacerse cargo de nada. Le dije que si tan importante era estar pendiente del muñeco en el parque que llevase él a la niña al parque y viese con sus propios ojos la obsesión que había creado en la niña por deshacerse de aquel absurdo muñeco.

Noté cómo el enfurecimiento crecía dentro de él. Hacía rato que había pasado de rojo a granate su rostro con las venas hinchadas y los ojos salidos de las órbitas. En cuanto pudo empezó a gritar de una manera terrible. Que aquel peluche representaba la validación de su entorno social a su paternidad. Era como que su amigo “lo perdonaba” por ser un padre y no un colega como siempre. Que era el muñeco que lo conectaba con su hija, que era eso que tenían en común… La niña empezó a llorar asustada y a pedir perdón porque lo había escondido ella. Me abrazó la pierna con mucho miedo. Yo la aparté de los gritos de su padre con una mano y le dije a él, lo más calmada que pude, que su hija estaba asustada, que le estaba dando miedo y que dejase de decir esas tonterías delante de ella.

Él se enfureció todavía más porque no podía pedirle nada después de la traición que yo había cometido. Entonces me agarró de un brazo y al momento salté como un resorte “¡Que no se te ocurra tocarme ni un pelo! ¡Fuera de aquí ahora mismo!”. Se quedó muy sorprendido por mi grito, pues yo siempre mantenía la calma en todo momento, jamás me había oído levantar la voz, pero estaba intimidándome a mí y asustando a mi hija. En esos minutos analicé todo lo que había dicho, como si la niña fuese un castigo y solo pudiera sobrellevarlo con la validación de sus amigos. Como si lo único que fuese a tener en común con su hija fuese que ella adorase los mismos juegos que él y, de no ser así, no pudieran tener un relación de amor incondicional de padre e hija.

Me soltó al momento y se fue.

Apareció media hora más tarde con la mierda del peluche en la mano y gesto dulce. “Mira cariño, quien te estaba esperando en el parque”. La niña, imitando su tono de voz anterior y sus gestos amenazantes, le dijo que no quería aquella porquería, que no quería verlo más y que lo tirase a la basura. Él, notablemente enfadado pero intentado disimular, la intentó convencer de que aquel peluche era el que ella más quería y que debía dormir con él ese día porque había pasado mucho miedo en el parque solito. Ella me miró y yo… Pues hice lo que se me ocurrió en el momento. Cogí una tijera, le quité el muñeco y lo rompí en mil pedazos. La niña saltaba de emoción, él, nuevamente colorado como una cerilla, me miró y se acercaba a mí cuando le señalé la puerta.

Ese día se fue. No quiso hablar más y yo, en los siguientes días analicé mis últimos años. Todas las veces que hice cosas muy absurdas para que él estuviera tranquilo, todas las veces que me ridiculizó en presencia de sus amigos, su nula participación en la crianza de la niña. ¿Tenía que venir aquel peluche para abrirme los ojos? Pues al parecer sí.

En dos meses tenía el divorcio en mi mano. LA custodia no la tuve que pelear en absoluto, él mismo propuso que fuese mía. El régimen de visitas lo amoldó a su gusto y yo se lo permití, pues sabía que sería en beneficio de la niña que no pasase con él más de un par de tardes al mes.

Un año más tarde se mudó de ciudad. La niña no pregunta por él. Aparece cada tres o cuatro meses con un regalito (que nunca le gusta) y la lleva a comer un helado. Es toda la relación que tienen.

¡Qué lástima haber tardado tanto en ver que no merecía la pena perder el tiempo con un hombre así!  Pero la vida me recompensó. Hoy vivimos las dos con mi nuevo marido, a quien adora y que la trata como una princesa, y con mi hijo pequeño, que es el consentido de su hermana. Somos una familia feliz y ese hombre (que claramente necesita mucha terapia) no interfiere en nuestras vidas en absoluto.

 

 

Escrito por Luna Purple, basado en una historia real.

 (La autora puede o no compartir las opiniones y decisiones que toman las protagonistas).

Si tienes una historia interesante y quieres que Luna Purple te la ponga bonita, mándala a [email protected] o a [email protected]