Me fui unos días del piso y esto fue lo que hicieron

Seguro que conocéis la expresión de “además de p*ta, pongo la cama”, ¿verdad? Pues así me sentí yo hace años, en mi época de estudiante, cuando compartí piso con una amiga que vivió una clara enajenación mental transitoria por un tío que llegó a nuestras vidas como Atila el Huno.

Ya se sabe que la convivencia mata el amor y lo mata todo a su paso, es como el Cucal de las relaciones, pero voy a obviar los clichés e iré directa al salseo gordo. 

Mi amiga se echó novio, extranjero, por lo que se veían poco y, lo poco que se veían, era porque venía él. Esto se debía básicamente a que él era bastante más mayor, tenía su vida resuelta como quien dice, y disponía de recursos económicos para viajar holgadamente. Por ese mismo motivo, la primera vez que vino se alojó en un hotel, aunque pasó la mayor parte del tiempo en nuestro piso de estudiantes. ¿Quién va a querer hospedarse en un cuatro estrellas pudiendo compartir baño con tres veinteañeros en un piso sin calefacción central? Hombre por favor… Entiendo que había más factores en juego, porque si no, lo más lógico era que ambos durmieran en el hotel, por comodidad y para mayor intimidad, digo yo. 

Dice el refranero español que allá donde fueres haz lo que vieres (hoy tengo me ha dado por los refranes, sí), pues cómo se notaba que el colega no era de aquí, porque su filosofía era la de: allá donde fueres deja los zapatos en toda la puerta de entrada para que cuando llegue alguien se tropiece y, a ser posible, también la mochila, que se hagan compañía. No se trata de ningún ataque xenófobo, simplemente surgían choques culturales porque éramos nosotros, los anfitriones forzosos (mi mejor amigo y yo), los que debíamos adaptarnos a él y lo siento, pero yo no caso con eso, debería ser más bien al revés. 

Nos dejaba sus cosas por ahí esparcidas, tenía una especie de reloj-despertador en el baño que ocupaba medio estante, no respetaba el reciclaje y, entre otras cosas, nos ignoraba bastante cuando tratabas de socializar con él (todos hablábamos inglés fluido), de hecho, si podía, no te contestaba, era como un fantasma. 

La guinda del pastel llegó cuando, en las sucesivas visitas, mi amiga me comunicó que este hombre se quedaría allí a dormir. Ella tenía una cama individual, así que le pregunté cómo pensaban apañárselas porque no cabían. Entonces me pidió que le dejara un colchón hinchable que tenía, de los de camping, para juntarlo a su cama. Yo se lo dejé sin problema, pero lo veía una medida un poco cutre sabiendo que ese hombre tenía pasta de sobra para costearse, ya no te digo un hotelazo, pero sí un hostal (que la zona los había buenos) o algo donde dormir más amplios, aunque las comidas y la vida diaria la hicieran en nuestro piso.

Le dejé el colchón, le dejé ropa de cama, almohadas, me ofrecí a inflar el colchón… y todo ok. Todo ok, pero yo notaba cierto resquemor hacia mi persona porque mi habitación era la más grande y tenía cama doble. Cama en la cual, mientras estuvo ese señor alojado, se quedaron dormir mi novio e incluso algunas amigas, por lo que tampoco estaba en situación de cedérsela, aunque hubiera querido. 

Como nuestro huésped vino de visita durante unos días festivos, yo pasé la mitad en el piso y la otra mitad aproveché para ir a ver a mis padres, por lo que se quedaron la parejita con mi amigo solos. A todo esto, no he mencionado que mi amiga tendía a apropiarse cosas mías con cierta facilidad, algunas muy estúpidas como un túper, comida de la nevera… y otras cosas más chungas como meterse en mi portátil para usar mi impresora, cuando yo no estaba y gastarme toda la tinta. Todo eso, después de haberle ofrecido ponerla en el salón para todos y que pagáramos los cartuchos entre todos, como se hacía en tantos pisos. Pues no. Mucho mejor si era gratis, claro. 

Me fui a casa de mis padres con el entripado de que me iban a coger algo sin decírmelo. A la una de la madrugada, mientras hablábamos de tonterías, le digo a mi amigo: “Entra en mi cuarto y mira si me falta algo” Mi amigo: “¿Y si me ven entrando en tu cuarto? Se van a pensar algo raro.” “Pues les dices que te he pedido que me busques unos apuntes o algo que se me han olvidado.” Así que mi amigo entró en mi habitación, abrió la puerta y entró a ciegas porque el interruptor que conocía estaba junto a la cama, es decir, cruzando toda la habitación. 

Yo esperaba ansiosa al otro lado del WhatsApp para saber qué me faltaba, pero no, no me faltaba nada del cuarto, más bien, habían añadido elementos nuevos.

Al cabo de unos minutos, mi amigo me escribe en mayúsculas: “FULANITA Y MENGANITO DESNUDOS EN TU CAMA” Automáticamente, pienso que es una broma. Le digo que me hable en serio. 

“No es una broma, en serio, me acaba de pasar algo surrealista. He entrado en tu cuarto, he ido hasta el interruptor y cuando he encendido la luz me los he visto junto a mí, en la cama, DESNUDOS. En tu cama, dentro de tus sábanas azules, con tus peluches por ahí, los cojines tirados… Este hombre estaba de lado, se ha girado Y ME HA ENSEÑADO EL PENE. De los nervios he gritado y luego me ha salido pedir disculpas, me he ido de allí diciendo SORRY, SORRY. Ella se ha echado a reír.”

Yo me quedé en shock. ¿Tan difícil era pedirme permiso? ¿Y encima se ríe? Una cosa es que te coja unas galletas de la despensa o te gaste la tinta, pero ¿¿esto?? 

Mi amigo se pasó un buen rato calmándome y tratando de que yo no llamara por teléfono, porque era lo único que se me ocurría. Llamarla y decirle de todo. Pero claro, mi amigo insistía en que si llamaba en caliente las cosas se pondrían aún más tensas y que él estaba en medio, que le era muy incómodo… total, que le hice caso, pero le costó convencerme.

En aquellos días no hablé con ella y cuando llegué al piso inspeccioné el cuarto: lo habían dejado tal cual, los peluches y los cojines perfectamente alineados. Ya me lo avisó mi amigo: “Le han debido hacer una foto o algo, porque yo no sabría ponerlos igual”. Y lo mejor de todo: me dejaron UN PAÑUELO USADO en la mesilla de noche que, supongo, contendría algún fluido. DELICIOSO.

Tiré el pañuelo con mucho asco, cambié las sábanas y esperé a que llegara mi amiga para hablar de lo ocurrido. La conversación fue desagradable y alegó que no me avisó porque fue SOBRE LA MARCHA que el colchón que les presté se desinflaba y que este hombre tenía mal las cervicales, así que no les valía “¿Me habéis pinchado el colchón?”. “No, roto no está, pero se vacía, mañana mismo te lo devuelvo.” Se ve que tenía mucho más sentido montar aquel circo a pedirme las cosas como personas adultas. Y si mi amigo no llega a darse cuenta, ¡habría dormido en esas sábanas!

Después de mucha tirantez, volvimos a ser amigas, pero nunca he tenido ovarios de abrir la caja del dichoso colchón y comprobar si seguía de una pieza. Supongo que no querría añadir otra mentira a la lista.

Ele Mandarina