Cuando tenía 16 años, ingresé en el hospital en un estado muy grave de anorexia. 

Estuve varios días con una sonda por la nariz para alimentarme, me dieron atención psicológica muy precaria y recomendaron a mis padres que me ingresaran en un centro especializado, cosa que hicieron. 

El centro era un desastre de principio a fin. Allí su única preocupación era que ganases kilos, para que cuando estuvieras en un peso normativo y estable, te pudieran dar el alta. La salud mental no la tenían en cuenta, hacíamos algunas sesiones grupales para contar como nos sentíamos, pero nunca fue un acompañamiento de un especialista. 

Como yo estaba grave, estuve bastante tiempo. En ese tiempo vi entrar, salir y volver a muchas chicas. Ninguna queríamos comer y teníamos nuestros trucos para que pareciera que sí lo hacíamos. 

Cuando estaban las tutoras delante, nos encargábamos de manosear las galletas y tenerlas siempre en la mano mientras hablábamos, para que así pareciera que estábamos comiendo. Troceábamos mucho la comida y la mezclábamos para que pareciese que había menos. Nos guardábamos comida y luego la tirábamos en el jardín. Nos cubríamos entre nosotras para ir a vomitar y un largo etc. 

Ninguna de las tutoras se dio cuenta de estas estrategias, o si lo hicieron, no lo impidieron de ninguna manera. 

Lo que también hacíamos, era “trucar” los pesajes. En el centro, una vez a la semana te pesaban desnuda, para así evitar que pudieras meter peso en los bolsillos o en la ropa. Entonces, lo que hacíamos, era bebernos de uno a dos litros de agua justo antes del pesaje para que así saliera más peso. 

 

Yo esto lo aprendí allí, me lo explicaron las amigas que hice, que estaban cada una peor que la anterior. Pero es que en el centro todo era así, una especie de cárcel con su mercado negro y su manera de burlar a los guardias. Yo me sentía muy mal y quería volver a casa, pero no me veía capaz de comer y ganar peso, así que estaba atrapada. 

Todo cambió cuando llegó Anna. 

Anna era una tutora nueva, era psicóloga especializada en TCA y una bellísima persona. Nos cogió a cada una de nosotras para presentarse y conocernos, escuchó nuestra historia y nuestros motivos, y nos prometió que no nos iba a soltar la mano hasta que no estuviéramos curadas. 

Nos insistió en que de los TCA se puede salir, que ella había tenido uno y que por eso ahora trabajaba de esto. Nos dijo que podía ayudarnos, si nos dejábamos ayudar, y nos pidió que confiáramos en ella. 

Al principio nadie confiaba en Anna, pero poco a poco se fue ganando nuestro cariño y nos empezamos a abrir. Me despertaba con ganas de ir a terapia con ella, de hablar y trabajar en mi problema. Empecé a ver de dónde venía mi trauma y las maneras en las que podía abordarlo. Incluso hicimos terapia con mis padres. 

Ella venía con nosotras a la hora de comer y enseguida se dio cuenta de como toreábamos a las demás tutoras. El día del pesaje, nos convocó a una hora y nos tuvo de pie durante más de media hora hasta que no pudimos aguantar más y entonces fuimos al baño. Cuando ya habíamos orinado toda el agua, entonces nos pesó. 

Era muy buena en su trabajo, tanto, que el día que salí del centro, lloré mucho. Le escribí una carta y le prometí que iba a trabajar mucho para curarme. Ella me abrazó y me montó una despedida en la que todas me aplaudieron para despedirme. 

Anna me inspiró tanto, que la tuve presente cada día. Cada vez que tenía pensamientos intrusivos, cada vez que me veía desbordada y quería tener un atracón, cada vez que me imponía pasar hambre. En todas ellas, recordaba todo lo que me había enseñado. Y sobre todo lo recordé, cuando me apunté a psicología y me especialicé en los Trastornos de la Conducta Alimentaria. 

Siete años después de haber ingresado en ese centro, volví, pero esta vez como trabajadora. Conseguí el contacto de Anna y le mandé una foto, sentada en el despacho donde ella solía estar. Me llamó ilusionadísima y pudimos vernos cuando yo llevaba más o menos un mes trabajando. Fue maravilloso poderle dar las gracias por todo y explicarle lo mucho que me había inspirado. 

Actualmente, sigo trabajando allí. Intento dar lo mejor de mí y aspiro a conseguir con alguna paciente, lo que ella consiguió conmigo.

 

anónimo

 

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