Todas hemos tenido un momento “geisha” y hemos sucumbido a los deseos del otro, para  intentar gustarle al love de turno, conseguir el amor de tu vida o para hacer un bailecito en  horizontal, sudando mucho. 

Acciones que en el 90% suelen salir fatal. 

Pues en esas estaba yo, un domingo de esos que solo quieres morirte y no de gusto porque la  noche anterior había perreado hasta con el segurata de la puerta, cuando el tío con el que  más horas paso en línea me dice que si quiero hacer una excursioncita por la sierra. Nada,  algo sencillo, rollo domingueros. 

Mientras le respondía al WhatsApp, escribía también los subtítulos del peliculón de mi cabeza. Vamos que me veía moviendo la cadera en un prado sembrado de margaritas. 

Me dice que me recoge en media hora, así que me hago la montañera suprema y buscando en  el fondo de todos mis cajones, encuentro esas mallas que igual uso para pintar la casa que para hacer una mudanza. Una coleta de caballo que queda más deportista, una botella de agua súper  cool y a esperar que venga mi troncolove a por mí. 

Llegamos al sitio donde empieza la excursión y apoyados en el maletero nos calzamos las  botas de montaña. Todo me parece sexy, hasta que se suba los calcetines, como si de un  extranjero se tratara. 

Empezamos a subir, yo muerta, intentando frenar las arcadas. Al llegar arriba después de sudar  ron como si no hubiera un mañana, nos sentamos en unos peñascos y me doy cuenta de que el  tío solo lleva un calcetín. Me quedo bizca y le digo: 

– Oye, ¿Y el otro calcetín? 

Y el tío nada, sigue hincando el diente en el bocata de tortilla de patata, como si no fuera con él  lo que le decía.  

Nos comemos un Huesito, unos cacahuetes, medio litro de agua y le vuelvo a preguntar por el  puto calcetín: 

– Oye, ¿Se te ha comido la zapatilla, el calcetín? 

Él aprieta el paso y sigue el descenso. Llegó al coche, sudada, pero bella, nos sentamos en el  maletero a cambiarnos las botas de montaña y yo ya en plan loca le digo: 

– Pero vamos a ver, ¿Qué pasa con tu calcetín? 

Él se mete en el coche, pone una sesión de máquina de los 90 a toda tralla y yo ya fuera de mi  cuerpo le digo: 

– Pero vamos a ver, ¿Me quieres decir que ha pasado con el calcetín?

Él acorralado dentro del coche, empieza a mirar a la carretera fijamente.

Al final él ya agobiadísimo, empieza a hablar dubitativo y me dice muy bajito, que cuando se ha  desviado para mear pues, pues… que le ha entrado diarrea y…  

Yo con cara de emoticono asustado, me quedo muda y medio azul del shock.  

Y él continúa casi lloroso y dice que se ha quitado el calcetín, se ha limpiado su trasero y luego lo ha tirado. 

Me quedo clavada en el asiento sin oír, ni ver , solo me viene a la mente ese culito respingón que solo hacía que mirar durante el ascenso por la montaña, con sus mallitas todas prietas. Y ahora  solo me venía la imagen de su culo con un calcetín Nike dentro. 

Me dejó en casa después de pegarnos todo el viaje de vuelta sin hablar, me despedí lo más  fugazmente que pude, con un socorrido, ya te escribo.  

Ya en el sofá de casa, hago una evaluación del día, e invierto las últimas fuerzas en renombrarlo en mi móvil de Powerboy a Calcetín sucio.

 

Leona de Barrio