Reproducimos un testimonio que nos llega a [email protected]

Trabajé durante bastante tiempo en la hostelería y esto que os voy a contar pasó en un chiringuito de playa de una zona muy popular. 

Mi jefa era un desastre. La típica jefa que va de amiga, que quiere ser tan amiga como tu jefa. Que sabes que para prosperar en la empresa y ascender o que te tratase bien ella, lo que tenías que hacer era ser chupi guay, contarle de vez en cuando tus cosas y, básicamente, ser su amiga. Ella trataba infinitamente diferente a las personas que se iban a tomar algo con ella, que a las personas que iban solo a trabajar. El chiringuito está en un lugar algo apartado del centro y la civilización en sí, así que pasábamos allí muchas horas y generábamos bastantes vínculos, cosa que a ella también le daba rabia. 

Si veía que tú te estabas haciendo muy amiga de alguien que no era ella, empezaba a putear, a cambiar turnos o a intentar unirse. Yo llevé esta situación como pude y, quiero creer que, por méritos propios, después de una baja larga del encargado y tras varios años trabajando allí, me ascendieron. 

Cuando pasé a ser encargada, una de las principales putadas era que siempre iba a tener el horario partido. Tenía que estar presente en todos los turnos y ya nunca más podría hacer mis horas seguidas. Mi jefa insistía en que mis horas de descanso entre medio de los turnos eran sagradas, que en cuanto fuera mi hora me fuese y que volviese solo cuando tocara, pero la realidad era muy diferente y lo sé, porque estuve en los dos lados. 

Las supuestas horas en las que el encargado/a se va, nunca se cumplen, porque son horas puntas en las que hay muchísima faena y, mínimo, una hora más siempre se hacía. Veías a tus compañeros/as ir de culo y en lo último que pensabas era en decir adiós. 

Le hablé de esto, me dijo que no, que este año estaba mejor dimensionado todo y que no iba a ocurrir, pero spoiler, sí que sucedía. Yo me acababa quedando mínimo 3 horas más al día. Me quedaba un poco cuando me tenía que ir, entraba un poco antes al segundo turno y me quedaba más rato a la hora del cierre. Mis compañeros/as me dijeron que estaba trabajando más de la cuenta y que debía hablar con mi jefa. 

Le ofrecí una redistribución de los turnos de los trabajadores que había hecho y hablado con ellos, que pensaba que podría solucionar el problema. Ella se negó, decía que ella llevaba allí muchos años, que ya lo había intentado todo y que lo que mejor funcionaba era lo que estábamos haciendo. Le dije que otra solución era contratar a otra persona, ya que yo estaba sustituyendo al encargado, pero nadie me sustituía a mí. Faltaba una persona y eso se notaba mucho. Me volvió a decir que no. Ante la negativa, le dije que entonces me subiera el sueldo o me pagase esas horas, porque la realidad era que siempre me tenía que terminar quedando y que, si no lo hacía, todo el servicio iba mal. 

Me dijo, literalmente, que ni de coña. Que esas horas yo las hacía de más porque quería. Que ella lo que no podía hacer era pagarme horas extra cada vez que yo decidiera echar un ratito más en la empresa. Me enfadé y le dije que no era el caso, que faltaba gente y que me quedaba porque soy responsable y buena compañera. Ella me dijo que era cosa mía, que si yo tomaba la decisión de regalar esas horas a la empresa, ella no iba a estármelas pagando. Que si no estaba de acuerdo con las condiciones, simplemente, dejase de quedarme esas horas y me fuese a descansar a mi casa. 

Me dio tanta rabia esa conversación que al final, decidí tomarme la justicia por mi mano. Adapté un poco los turnos de todos y todas, poniendo un pequeño descanso entre medio. Añadí esas horas extras que me quedaba como fijas en los turnos y para aligerar faena, lo que hacía cuando me quedaba, era meterme en la barra. Todo esto no afectaba en nada a lo que había planeado mi jefa, solamente formalicé lo que estaba pasando y lo puse en los cuadrantes.

Cuando me quedaba en la barra, cogía dinero de la caja. Aquí seguramente me diréis de todo, pero me da igual. Yo sé lo que hice por ese trabajo, las horas que le echaba, los intentos que hice para que mi jefa entrase en razón y el increíble nivel de trabajo y de explotación al que estábamos sometidos. Las que habéis estado en hostelería ya debéis saber de lo que hablo. 

Lo que no pensaba hacer, era regalarle mi trabajo. Como formalicé los cuadrantes, vi que cada día me estaba quedando 3 horas más, a 7€ la hora, 21€ en total cada día que trabajaba. Y eso hacía, cada día, me llevaba 21€ de la caja. 

Estando en la barra era muy sencillo, servíamos muchos cócteles, tapas, helados y demás que, al pagarme en efectivo, yo no lo picaba en la caja. Los metía en un botecito que tenía apartado y al terminar la jornada, me lo llevaba. 

Nunca me pillaron y, sinceramente, me genera cero cargos de conciencia. Las cosas no se hicieron bien y esta era mi manera de no perjudicar a los compañeros/as y cobrar lo que me pertenecía.

Gracias por leerme.