Mi madre y yo no siempre nos hemos llevado bien. No tengo malos recuerdos con ella durante la infancia, pero nos distanciamos mucho a raíz de mi entrada en la adolescencia. Sé que no se lo puse fácil, aunque ella tampoco gestionó esa etapa de la mejor manera. Soy la menor de tres hermanos y nací cuando ya nadie contaba conmigo. He crecido un poco con esa sensación de haber caído en la familia de rebote y sin ganas. Mi madre no es mala persona, nunca lo ha sido. Pero creo que, a la incompatibilidad de caracteres, se suma que me tuvo ya mayor y que ella es más de varones que de niñas. Yo qué sé.

Lo que quiero decir con todo esto es que nuestra relación no ha sido ni mucho menos la ideal. Lo cual comenzó a cambiar, aún no sé por qué, cuando mis padres se separaron. Desde que empezó a hacer su vida al margen de mi padre, he conocido partes de ella que antes no veía. Descubrí que mi madre, esa mujer que siempre me pareció tan de otra generación que no podíamos tener nada en común, se parece a mí mucho más de lo que creía. Es decir, yo me parezco a ella, supongo. Solo que no lo sabía.

No sabía lo moderna y fuerte y libre que es. No tenía ni idea de lo igual que le da lo que opinen los demás. Ni tampoco sabía lo mal que estaba en su matrimonio ni lo oprimida que se sentía. Tuvo que jubilarse y divorciarse para dejarse ver del todo. O esa fue mi sensación, al menos.

Desde que comenzó su nueva vida, nuestra relación es mucho mejor. Nos vemos más a menudo, hablamos casi a diario y, lo que es más novedoso, compartimos nuestras movidas porque ya no nos juzgamos la una a la otra como hacíamos antes. De hecho, tengo muchas dudas de si hace unos años hubiera encajado tan bien por mi parte lo que hace esta señora tan diferente a la que pensé que sería mi madre a su edad.

Porque mi madre de 70 años es mucho más activa que yo, siempre va a la última, va a la playa en tanga y se ha echado un novio de 45. Y yo solo puedo decir: ¡Ole, ole y ole mi madre!

Qué orgullosa estoy de ella y de que por fin viva a su manera. No la idolatraba de niña, no la admiraba de adolescente y, sin embargo, ahora que soy una mujer adulta, he decidido que quiero ser como ella. Solo que no quiero esperar a la senectud, quiero ser ya como ella es ahora.

Hacer lo que me dé la gana, vestirme como me salga del pepe y enamorarme o encapricharme o lo que sea de quien sea. Tenga la edad que tenga y digan lo que digan los demás. Porque a mí ese novio suyo por el que mis hermanos la ponen verde, y que está más próximo a mi edad que a la suya, no me gusta especialmente, la verdad. Pero a quien tiene que gustarle es a ella y no solo no parece que le haga mal, sino que la tiene bien contenta. Así que nada más que decir, señoría: a ser tan felices como sea posible y por todo el tiempo que sea posible.

 

 

Laura

 

 

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