Mi madre se quedó viuda muy joven, cuando mi hermano y yo éramos muy pequeños. Yo no tengo recuerdos con mi padre más allá de las cosas que me contaba mi hermano. Ella trabajaba muchas horas y nosotros pasamos mucho tiempo de nuestra infancia en casa de mis abuelos paternos.

Al llegar a la adolescencia, mi madre me dijo que se arrepentía de ni haber conectado más con nosotros antes, de no habernos dedicado más tiempo, pero estaba siempre cansada y no se le podía pedir más a la pobre. Así que, desde aquella charla, la relación con mi madre fue la envidia de todas mis amigas. Tanto mi hermano como yo disfrutábamos mucho del tiempo que pasábamos con ella. Íbamos al cine los tres juntos, salíamos a tomar batidos los martes después de clase…

Cuando fuimos más mayores nos apoyó mucho en nuestros proyectos vitales y siempre tuvimos de su parte un consejo, un aliento, una palabra bonita… Yo me fui a vivir con el que es ahora mi marido y ella fue muy feliz por mí. Cuando mi hermano y su novia tuvieron a su hijo, ella era la abuela más orgullosa del mundo; tanto, que a veces era difícil encontrar un hueco para ver a mi sobrino sin que la abuela lo acaparase.

Entonces, en una de las actividades que hacía en la asociación sociocultural del barrio, conoció a Manuel. Un hombre poco más mayor que él, divorciado, con 2 hijos y con muchas ganas aprovechar el momento (o así nos lo presentó mi madre).  Mi hermano y yo la animamos mucho a que quedase son él, pues se le veía un brillo especial en los ojos cuando venía de estar con él la asociación. Poco a poco, muy despacio, se fueron conociendo y yo pude ver cómo mi madre se enamoraba de aquel señor que parecía tan buen hombre y que la trataba con tanta dulzura.

Finalmente se hicieron pareja oficialmente. Yo no podía estar más feliz por ella, se le veía tan bien… Organizaron una comida en un restaurante para que mi hermano y yo conociésemos a los hijos de Manuel y así que todo fuese ya más familiar para todos. Allí mi madre bromeó sobre lo numerosas que serían las navidades a partir de ahora, ya que los hijos de Manuel tenían esposa e hijos los dos, pero Manuel la interrumpió diciendo que las navidades se las pasa cada uno en su casa. Él reía, no supimos si porque era una broma o porque para él era algo evidente… El caso es que en verano se mudó a casa de mi madre y, ya esas primeras navidades, cuando llamé a mi madre para organizar qué llevaba cada uno de nosotros, la hora de la cena y demás detalles, ella me dijo muy seria “Hija, ya tienes una edad para seguir pasando la navidad con mamá”. Creí notar, incluso, un tono burlón cuando pronunció esa última palabra. Creí que sería broma, pero no la estaba atendiendo.

Llamé a mi hermano y le pregunté si había hablado con ella. Y tanto que lo había hecho… La llamó para preguntarle si quería ir a merendar y pasar la tarde con el niño, ya que hacía casi un mes que no pasaba por allí y elle le dijo que tenía mucho que hacer en casa y, cuando éste le ofreció ir ellos hasta allí le dijo que de eso nada, que cada uno en su casa estaba muy bien y que ya se verían. Mi hermano estaba muy disgustado. Desde que había nacido su hijo, la abuela había sido una figura de apego muy fuerte para él y, desde que Manuel vivía con ella, no la había vuelto a ver más que un día que se cruzaron en el parque.

Llegó la navidad y mi marido y yo decidimos pasar las fiestas con mi hermano y la familia de mi cuñada en casa de ellos. Mi madre nos llamó para felicitarnos en Nochebuena. Parecía triste. Nos dijo que estaba cocinando su tradicional carne rellena, pero que sobraría mucho, pues para dos… Ninguno quisimos hacer comentarios a esto, pues había sido decisión suya. Para fin de año nos llamó; quería que fuéramos todos allí. A pesar de los feos que nos había hecho, corrimos a su llamada. Manuel estuvo muy serio, como enfadado, toda la cena. Mi madre no paraba de parlotear sobre lo contenta que estaba de que estuviéramos todos allí. Pero no pudimos evitar darnos cuenta de que su casa no era la misma, su máquina de coser había desaparecido y en su lugar había una mesa con pinturas y figuras en miniatura. Le preguntamos y nos dijo que eran de Manuel, que pintaba soldados y figuras muy pequeñas para relajarse. Me hubiera parecido muy bien, pues era ahora su casa también, si no fuera porque la mesa de costura de mi madre se había trasladado al trastero. Los cuadros con nuestras fotos de la infancia fueron sustituidos por paisajes pintados por Manuel y para cenar tuvimos que sentarnos en banquetas, ya que las sillas del comedor las habían retirado porque ocupaban demasiado y allí solamente se tenían que sentar ellos dos.

Manuel se explicaba y mi madre asentía… Me estaba poniendo bastante nerviosa cuando mi hermano encontró en el taquillón de la entrada (mientras jugaba con el niño) un montón de cartas del médico de mi madre sin abrir. Cuando le preguntamos qué era aquello nos contó que había hecho unas pruebas rutinarias y que el médico ahora que hiciera más pruebas, pero que era muy pesado y que ella estaba bien, que no tenía tiempo para perderlo en salas de espera de hospital. Manuel afirmó orgulloso con la cabeza. Mi hermano rasgó uno a uno los sobres de forma casi violenta. Allí ponía que en la citología anual que se había realizado, se habían encontrado células anormales y debía acudir de forma urgente al médico. Las siguientes cartas usaban cada vez un vocabulario cada vez más urgente, hasta la última, que la escribió su médico de siempre de su puño y letra. “Carmen, no sé qué está pasando pero debes acudir a la consulta lo antes posible. No puedo decirte esto por carta, pero sabes que lo que hemos encontrado no es bueno y todavía podemos llegar a tiempo. No te puedo obligar, pero es importante para que vengas lo antes posible.” Mi hermano tiró las cartas al suelo y entró en el comedor hecho una furia. Su médico era amigo de la familia de toda la vida y le estaba casi suplicando que fuera.

Entonces Manuel se levantó y dijo que ese “tío” solamente quería ver a “su mujer” a solas, que es lo que andaba buscando, que ella no tenía nada, que se encontraba bien y que el médico era un charlatán que la quería embaucar. Mi madre agachó la cabeza y no dijo nada. Mi hermano empezó a gritarle, a decirle que era más que evidente que le habían encontrado algún tipo de cáncer y debía ir ya, que a qué estaba jugando. Ella solamente acertó a decir que estaba bien, sonrió y acarició la cara de mi hermano como si fuera un niño pequeño y le dijo “tranquilo”. Pero Manuel aun no había acabado y dijo que estaba harto de ver cómo nos trataba como niños pequeños, que nosotros dependiésemos tanto de ella, que ahora esa era su casa y que ni cenas, ni médicos ni gaitas, que nos fuéramos de allí y dejásemos a nuestra madre vivir su vida de una vez como ella quisiera.

Ella ni se movió. Susurró un “es mejor que os vayáis, ya nos vemos otro día”. Y se puso a recoger los platos, sin mirarnos siquiera para despedirse. Mi marido reaccionó muy mal. Él quiere mucho a mi madre y la vio totalmente manipulada. Agarró a Manuel por la solapa de la chaqueta y, cuando iba a empezar a grítale, mi hermano lo soltó y le dijo que nos fuéramos de allí.

Es más que evidente lo que está pasando en casa de mi madre. Los vecinos nos dicen que a ella no la ven salir además más que cuando van al super, pero que no se oye jamás un ruido ni una discusión (lo que, en parte, me tranquiliza). Cuando hablamos con los hijos de Manuel nos dijeron que ellos jamás habían tenido trato con su padre, que les sorprendió aquella comida y creyeron que estaba cambiando, pero que él era así: necesitaba a una mujer que lo cuidase como un rey y él jamás haría nada por nadie que no fuera él mismo.  A su madre la dejó porque atendía demasiado a sus hijos cuando tenían uno y tres años… Era un narcisista que no soportaba compartir la atención de quien debía venerarlo.

Tras la amenaza de mi hermano con no volver a ver a su nieto, accedió hace poco a ver a un médico (si era otro diferente) y, efectivamente, tenía un tumor en el cuello del útero. Tras la operación y un largo tratamiento de quimio al que acudía sola porque ya era mayorcita (según sus palabras), cuando se recuperó del todo no volvió a una revisión jamás. De esto hace ya 6 años.

Mi hermano y yo vemos a mi madre una o dos veces al año, cuando nos llama para tomar un batido donde lo hacíamos hace años aprovechando que Manuel se va de pesca. Ella dice que es feliz así y que nosotros no somos quien de opinar, así que así estamos: muertos de pena porque no disfrute de sus 3 nietos como estamos seguros de que le gustaría. Pero es su decisión.

Escrito por Luna Purple, basado en la historia real de una seguidora.