Os traigo la anécdota de mi metedura de pata más grande hasta la fecha.

En plena era COVID y de teletrabajo, mi empresa mandó a casa a mi departamento entero. 

Nos dieron un portátil, nos instalaron un sistema de fichado para verificar que trabajábamos esas horas, nos dieron cuatro instrucciones y des de entonces, todo fue online. La verdad es que lo agradecí, pero me trajo también una serie de problemas.

El primer problema es que yo nunca he sido amiga de la tecnología. Lo soy lo justo, pero ya si entramos en programas de reuniones, configuraciones y demás, me pierdo. Al principio iba muy pez, me tenían que esperar en las reuniones y a veces ni si quiera sabía contestar la llamada. Me tuvieron paciencia y pude ir cogiendo el ritmo hasta que ya era una experta dominando todo, o eso creía. 

Nosotros teníamos cada día una reunión, normalmente sobre las 12:00h, para explicar lo que habíamos hecho durante la mañana y como teníamos previsto terminar la tarde. Cuando esta reunión era con el supervisor, era maravillosa, siempre era comprensivo, te felicitaba si habías hecho un buen trabajo y nos animaba a todos pese a la situación que estábamos viviendo. En cambio, cuando la reunión la llevaba la jefa, era horrible.

A mi jefa le parecía mal todo. Cuando habías hecho mucho, seguro que no lo habías hecho bien porqué habías ido muy rápido. Cuando habías hecho poco, bronca por bajar la productividad. Todo eran quejas siempre y era imposible seguir el hilo de la reunión. Lo que hacíamos era esperar a que nos tocara, como en un matadero, dar el informe de como había ido el día, aguantar el chaparrón y dejar de escuchar lo que les decía a los demás. Que seguían siendo más broncas. Yo disociaba mucho en esas reuniones, a veces mi mente se iba y cuando volvía ya no sabía ni por dónde íbamos, pero es que era inevitable. 

En una de esas reuniones, yo creía que tenía el mute puesto mientras ella le echaba la bronca a uno de mis compañeros, al primero en dar el informe diario, y en un momento que ella le dijo “no sé que más tengo que hacer para que me entendáis” yo dije, “Dejar de ser tan payasa”. 

Se hizo un silencio sepulcral y rápidamente entendí lo que había pasado y puse el mute. Empecé a sudar mientras veía su cara y yo intentaba disimular la mía. Algunos no pudieron evitar que se les escapara la risa, que no se oyó, pero se vio por las cámaras. 

Mi jefa se puso roja y preguntó muy cabreada quién había sido, no tuve el valor de decir que había sido yo. Me callé y esperé. Ella volvió a preguntar y me volví a callar. Muerta de miedo y de vergüenza. Entonces ella dijo que, si no éramos capaces de ser educados o al menos dar la cara, terminaba la reunión ahora mismo y tomaría medidas. Se desconectó sin despedirse y nos quedamos todos los demás sin ella. Uno de mis compañeros pidió un aplauso para la persona misteriosa entre risas y aplaudí por vergüenza. Nos desconectamos todos y seguí trabajando muy nerviosa. 

En menos de una hora, el supervisor me envió un enlace convocándome a otra reunión en la que solo estábamos él, mi jefa y yo. Me dijo que me conectase que tenían que hablar conmigo. Empecé a sudar y entré en la reunión. 

Mi jefa tenía cara de querer matar a alguien, mi supervisor estaba tan pacificador como siempre. Me dijo que habían revisado la grabación de la ultima reunión y que se podía ver claramente como mi usuario era el único en el que el micro no aparecía tachado, que por tanto sabían que había sido yo la persona del insulto y querían pedirme explicaciones. 

Yo me disculpé muy avergonzada, le dije que lo había dicho sin pensar, que no sabía que tenía el micro abierto y que no quería faltarle al respeto, que lo sentía mucho. Que me daba tanta vergüenza, que luego no fui capaz de confesar. Y que de verdad que no se iba a volver a repetir. 

Mi jefa procedió a otra de sus broncas, diciendo que esperaba que quedase constancia de esto, que era una falta grave, que no había excusas y que la había ridiculizado delante de mis compañeros, que había que crear precedente y que no se podía permitir que esto se repitiera o que quedase sin castigo. 

Yo me quería morir. No dije nada en todo el rato. Solo asentí mientras la miraba. 

Mi supervisor dijo que ahora que ya nos había escuchado a las dos, valoraría qué hacer y que se pondría en contacto con nosotras. Que esperaba que ahora que yo ya me había disculpado, quedasen atrás rencores o rencillas y que él se encargaría de gestionar la parte que le tocaba. Todos dimos las gracias y abandonamos la reunión.

De verdad que pensé que me iban a despedir. Pasé dos días muy nerviosa y con mucha ansiedad, hasta que finalmente me llegó un correo del supervisor para otra reunión, esta vez solo con él, y allí me explicó que me sancionaban con 1 día de empleo y sueldo. 

Me dijo que lo sentía, que, si fuera por él, no habría llegado tan lejos. Pero que había sido imposible disuadir a mi jefa y que no había otra manera. Que esperaba que no me generase mucho malestar y que estuviese tranquila, que con el tiempo nos íbamos a reír de esto. 

En ese momento me puse a llorar y me volví a disculpar, me repitió lo mismo y me envió la documentación que debía firmar telemáticamente, la firmé, me dijo que hoy ya podría terminar mi jornada y así lo hice. 

Luego tuve ese día de vacaciones forzosas y cuando me volví a incorporar, me comentaron mis compañeros que, en la reunión siguiente, estuvieron mi jefa y el supervisor explicando lo que había pasado y como se me había sancionado, que esperaban que eso sirviera de lección y que no les gustaría tener que volver a gestionar nada así. 

Poco después, recibí una oferta de otra empresa y decidí que era el momento de hacer un cambió. Así que perdí de vista a mi jefa y de de entonces, compruebo dos veces si tengo puesto el mute.

Anónimo

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