MI SECADORA ESTÁ EMBARAZADA

Hace tiempo que tengo secadora en casa. Un gran avance para las que carecemos de terraza, balcón o cualquier otra forma de tender la ropa de manera digna. Que lloramos de emoción cada vez que vemos un anuncio de detergente en el que cuelgan unas sábanas blancas ondeando al viento en medio de un prado (un sitio raro de cojones donde colgar la ropa, también te digo). Que aprovechamos un día soleado, no para ir a la playa o a una terracita, sino para hacer la colada.

Poder lavar y secar en una mañana es un placer que solo las más marujas comprenderán. Te facilita la vida. Te evita estar mirando constantemente qué días va a llover (como sea una semana seguida, te quedas sin bragas. Hay mercerías que sobreviven a costa de gente sin balcón). 

Esa ropa que sale calentita en invierno. Que casi casi te devuelve al vientre materno. La secadora me ha dado más alegrías que mucha gente de mi alrededor, la Lotería o el Satisfyer (bueno, esto último sería discutible).

Yo era feliz con mi secadora y mi ropa seca. Confiaba en ella. Le metía ropa mojada y la secaba. Era de fiar. Pero hace ya unas semanas que noto que me esconde algo. Y me tiene preocupada. No sé, tal vez sean imaginaciones mías, pero…

¡Cada vez que miro el filtro de las pelusas está a reventar! 

¿De dónde sale toda esa pelusa? ¡De mi ropa no desde luego! Porque os aseguro que ahí hay más pelusa que ropa en mi armario. Si esa pelusa fuera fruto de mi ropa ahora mismo iría vestida con más transparencias que la Pedroche en nochevieja y con menos tela que Leticia Sabater en un videoclip. 

En serio, meto cuatro calcetines y dos bragas y al terminar tengo pelusa para rellenar el nórdico. 

Como se me ocurra lavar toallas lo que relleno son todos los cojines del sofá, con sofá incluido. 

¿Sabes cuando te comes un paquete de pipas y al terminar miras las cáscaras y te dices a ti misma: “Quién me ha estado echando cáscaras aquí”? Pues igual. Imposible que tanta pelusa salga de forma natural de mi ropa. Imposible.

Por eso he estado dándole vueltas. Y he descubierto algo inquietante:

La alfombra de mi cuarto está cada vez más fina. Hay una zona que incluso deja entrever la madera del suelo.

(Piénsalo)

(Dale otra vuelta)

(Venga, que ya lo tienes)

¡Efectivamente! ¡Están liadas!

Seguramente, cuando salgo de casa y dejo la secadora en marcha, esta va deslizándose lentamente hasta mi cuarto y con ese bamboleo hipnótico ha acabado seduciendo a la alfombra. Y entre centrifugado y centrifugado se pegan unos lotes que ríete tú del edredoning en Gran Hermano. A mí no se me ocurre otra explicación.

A ver, no os confundáis, que estoy super a favor de este amor lésbico. Lo que me preocupa es que la secadora esté consumiéndole la vida a la alfombra porque me la está dejando en los huesos. 

Es muy fuerte, lo sé. Cuesta asimilarlo. Pero sí. ¡La secadora y la alfombra le dan a la mandanga más que tú y yo!  Y evidentemente, todas esas pelusas son lo que son: la ha dejado preñada y van a tener felpuditos. 

Y claro, me preocupa. Porque es muy joven, aún está en garantía. Además, me lo veo venir. La secadora todo el día dando vueltas ¡y la alfombra tirada a la bartola! Una injusticia electrodoméstica de manual.

Aun así, tienen todo mi apoyo. Y si hay que comprarse un piso con balcón para tender al aire y darle un respiro, pues se compra. Eso sí, ¡las próximas alfombras las compro de vinilo!

Marta Toledo