Hay muchos tipos de miedo irracionales que con la edad vas trabajando: A la oscuridad, a los fantasmas y los monstruos de debajo de la cama, a quedarte sin nadie más en casa… Pero, ¿qué pasa con los miedos por inseguridad? ¿Cómo trabajas eso en una sociedad llena de complejos y normativas corporales? ¿Cómo salir de ese huracán de pensamientos negativos sobre ti misma?

En esta web hay mucha información compartida sobre miedos que toda mujer con unos kilos de más ha sentido una vez en la vida:

Miedo en el sexo: Desnudarte y no gustar, hacerle daño o aplastarle, que no pueda respirar cuando te sientas en su cara, que reboten mucho tus pechos o tus michelines, sudar demasiado, ahogarte de cansancio y no aguantar, querer apagar la luz, etc.

Miedo a mostrarte: Vestir tonos oscuros y ropa ancha, morirte de calor en verano, no ponerte esa prenda de ropa porque se ve demasiado, las rozaduras o sarpullidos, ocultar tus manchas en la piel, no ir a la playa o a la piscina, no bailar en las discotecas para no parecer ridícula, etc.

Miedo a mirarte: Verte en el espejo y no gustarte, llorar de impotencia al anhelar otro cuerpo, odiarte a ti misma, darte asco, insultarte en tu cabeza y menospreciarte, estirar tu piel para no ver estrías y celulitis…

Miedo a engordar: De año a año ver que la ropa ya no te queda, pesarte cada semana para “por lo menos mantener y no ganar más”, evitar comer cuando tienes hambre, empezar a hacer dietas imposibles de mantener, eliminar tipos de comida de tu alimentación porque te han dicho que engordan…

Miedo a no encajar: El sobre esfuerzo por hacerte valer “aunque seas la gorda”, buscar la aprobación de quien tengas al lado, coger el rol de «la divertida» del grupo, no salir o ir a eventos donde sabes que llamarás la atención, etc.

No voy a entrar en detalles sobre qué nos pasa por la cabeza ante cada uno de ellos, y por supuesto la lista se podría ampliar mucho más si nos ponemos a pensar. Hay mil textos sobre esto.

Tampoco tengo la solución exacta a como gestionar esta mierda que nos ocurre en la cabeza ni como ayudar a lidiar con tantos pensamientos autodestructivos. Pero sé que pequeños pasitos hacen que a la larga le quites importancia a aspectos de tu físico que desde adolescente te han privado de vivir con normalidad. O de disfrutar(te).

El primero es confiar en la persona con la que compartes tu cama. Cuando te dice que te quiere tal y como eres, te lo dice de verdad. No necesitas apagar la luz u ocultar tu cuerpo, déjate querer. Déjate cuidar y acariciar. Valora esos abrazos por la espalda aunque tenga sus manos en la barriga. Deja que te mire en silencio, ya te conoce y sabe cómo eres desde el primer día.

El segundo y más costoso sería mirarte al espejo. Si, nos miramos siempre ya lo sé. Hablo de mirarnos al espejo sin pensamientos negativos ni reproches. Sin comparar con otros cuerpos u otros tiempos. Hablo de mirarse al espejo y empezar a ver lo bonito que es (ha sido y será) nuestro propio cuerpo. El que te sostiene y te mantiene viva, al que le debemos tanto amor y respeto como recompensa por todos estos años de odio.

Y el último sería empezar a valorarte de verdad a ti misma y de todo lo que eres capaz. Recoge en tu mente las miradas de asco y los comentarios de odio que has soportado, las discriminaciones por tu físico y las comparaciones que te han hecho… Y mándalas a la mierda. ¿Va a pesar más la opinión de un imbécil cualquiera? ¿Te suena la frase “vales tu peso en oro”? ¡Pues coge tus chicas y calcula!

Sí, es fácil decirlo. Por eso he dicho que pasito a pasito, poco a poco, se va consiguiendo. No es algo que ocurra de la noche a la mañana; un día decidirás ir a tomar algo con tus amigas a ese local que nunca has ido, otro te pondrás un vestido colorido, otro verás el reflejo en el aparador de una tienda y no te parecerá una ofensa… Día a día irás superando pequeños retos que van sumando, y llegará el momento en el que el total de todas esas acciones te compensará tantos años de dolor y frustración.

 

Date tiempo para quererte como te mereces, vale la pena.

Moreiona