Tengo una especie de superpoder que, lejos de hacerme la vida más fácil o darme la capacidad de ayudar a los demás, me convierte en una persona extremadamente infeliz. 

Mi “don”, por llamarlo de alguna forma (pues no sé si habrá alguna palabra que esté cerca de definirlo) es que soy capaz de vaticinar fallecimientos en las personas de mi entorno cercano.

No soy la única de mi familia con esta capacidad. Siempre recuerdo a mi abuela paterna, que murió cuando yo era una cría aún, murmurando oraciones y rezos entre dientes de vez en cuando de forma extraña.

Supongo que en mi árbol genealógico debe haber una rama de brujas a saber desde cuántas generaciones…

 

 

Uno de mis primeros recuerdos al respecto fue, una vez, escuchar a mi abuela comentar a mi madre mientras cocinaban que había sentido arañazos en el colchón desde debajo su cama y eso nunca traía nada bueno…

Me impresionó bastante, y siempre me he preguntado si la mujer también habría intuido su propio fallecimiento…

Aunque trataban de ocultarme todo esto, yo ponía la oreja cuando menos lo esperaban y me enteraba de cosas. Mis padres trataban de ningunear a mi abuela ante mis ojos, pero toda esta información me sobrecogía porque a mí también me sucedían cosas inexplicables desde muy pequeña, aunque los primeros años no era capaz de darme cuenta o de interpretarlas.

 

 

Cuando era muy joven y las señales venían con poca frecuencia (porque afortunadamente muchas menos personas morían a mi alrededor) trataba de creer -desde mi miedo y el descrédito de mis padres- que todas ellas eran meras casualidades.

Siempre sufrí todo tipo de “distorsiones premonitorias» de la realidad que, cuando las contaba, hacían que a mi alrededor me llamaran loca o culpabilizasen a mi abuela y su influencia sobre mí.

Así que, con el tiempo, al final dejé de compartirlas y comencé a guardarlas solo para mí, porque lamentablemente perdí a mi abuela, la única persona con la que poder hablarlas, demasiado pronto.

 

 

Esto se hizo definitivo conforme fui creciendo. Era tal el terror y la incomprensión que sentía al respecto que, secretamente, sentía la esperanza de que al hacerme adulta todos estos poderes desapareciesen. Pero, ya mayorcita, me di cuenta horrorizada de que me acompañarían durante toda la vida.

Lo pasé mal durante bastante tiempo: la información que me llegaba no solo no era privilegiada sino que era horrible y no sabía que hacer con ella: aunque ya tenía otras personas (amigas, pareja) de confianza con las que poder haber hablado y que quizás sí me hubieran escuchado y creído, ¿para qué iba a atormentar también a los demás?

Saber ciertas cosas les aportarían lo mismo que a mi: NADA. O mejor dicho, solo miedo y dolor.

 

Por todo esto, al final me acabé convirtiendo en una tumba (y nunca mejor dicho) llena de misteriosos secretos…

Os preguntaréis cómo se me presenta la información: normalmente es a a través de sueños (que no siempre son pesadillas sino simplemente sueños que avisan a través de imágenes de la desaparición de alguna persona en concreto, en una situación que quizás no es literalmente la muerte pero se puede interpretar de forma simbólica como tal).

Quizás contado suena complicado de entender pero os aseguro que en los sueños no hay duda, porque no es simplemente lo que en ellos aparece, sino cómo me siento al recordarlos cuando despierto.

 

 

Por ejemplo, una noche soñé con Cristian, un amigo de la adolescencia del que hacía por lo menos diez años que no sabía nada pero con el que, en su época, estuve bastante unida y le quise mucho.

Cristian estaba al otro lado de una carretera repleta de coches y tráfico. Yo me emocionaba al verlo y trataba de cruzar para darle un gran abrazo, pero no podía.

Él me acababa viendo, me lanzaba una sonrisa gigante y me saludaba con la mano, para dar media vuelta y desaparecer calles abajo, justo donde yo perdía la vista.

 

No dudéis que, cuando desperté, me hinché a llorar porque, dada mi experiencia, sabía lo que significaba ese sueño. Y pasé días intentando localizarle, saber de él.

Cuando al fin lo conseguí, se me saltaron las lágrimas, ¡estaba vivo! Conseguí hablar con él, quedamos en vernos y tomar un café como en los viejos tiempos.

Bien. Ese café nunca pudo llegar. Cristian murió, en un accidente de coche, tan solo una semana después.

 

Aún me siento agradecida por haber conseguido hablar con él por última vez y volver a escuchar su voz después de tanto tiempo, porque en otras ocasiones ha sido demasiado tarde y mis sueños me han avisado tan solo unas horas antes o en el mismo momento de sus salidas de este mundo…

Además de los sueños, también vivo otro tipo de sucesos igual de inquietantes aunque en menor frecuencia, por suerte: por ejemplo, las llamadas nocturnas a la puerta de casa.

 

Esta experiencia es la peor y, afortunadamente, me ha ocurrido pocas veces en mi vida.

Pero para mí ya no es anormal, sobre todo desde que vivo sola, haber escuchado tres toques a la puerta durante la madrugada.

Es como una llamada con los nudillos que se repite solo una vez en tres golpes consecutivos, en pleno silencio de la noche, normalmente cuando estoy en la cama a punto de dormirme o recién durmiendo.

¡TOC, TOC, TOC!

 

La primera vez que la sentí era niña y corrí a la cama de mis padres. Nadie más los había oído y me dijeron, una vez más, que mi abuela me metía miedo y me sugestionaba.

Era tan pequeña que no lo asocié con la muerte que llegó muy poco después de un familiar cercano.

Las siguientes veces de vivir esa experiencia, bastante más mayor ya, acababa preguntándome, recién despierta, si lo había soñado, si era real o solo había sido mi mente.

 

 

Entonces empecé a observar lo que pasaba en los días posteriores y a darme cuenta de lo que ocurría, igual que cuando soñaba.

Cada vez que sentía, nada más y nada menos que tres toques en la puerta en la noche, tampoco fallaba: a los pocos días, también tocaba una despedida de alguien importante o cercano…

Y este es el lastre con el que cargo y con el que tengo que aprender a vivir… hasta que me toque también a mí abandonar esta vida.

Anónimo

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