El tema de la lluvia nos separa por completo a los bohemios que la adoran, que aman mirar por la ventana esos días nublados mientras las gotitas se aferran al cristal de su ventana y a los que la odiamos con todas nuestras fuerzas. Yo os juro que no puedo con ella.

A ver, entendamos por odiar, salir a la calle y calarte hasta los huesos. Evidentemente la agricultura lo agradece infinitamente mientras que dichas lluvias no arruinen toda la cosecha. Hasta ahí bien. Mi odio inevitable hacia este fenómeno atmosférico viene por las siguientes cuestiones:

La baldosa traicionera

Esto seguro que nos ha pasado a todas alguna vez. Y anda que no jode. Vas andando en plena lluvia y si ya es difícil estar al tanto de todo lo que te rodea en un día normal, con lluvia ya se convierte en un juego muy “divertido”. Voy andando con el bolso colgado del hombro, con una carpeta de papeles importantes sujeta a mi pecho para que no se moje en absoluto. En la otra mano llevo el paraguas.

Ando un poco con prisa para llegar cuanto antes a mi destino y… ¡ZAS! Ahí está la puta baldosa traicionera que muy lejos de estar bien sujeta al suelo, ha decidido levantarse a mi paso para mojarme entera. Zapatos, piernas… y, si, la carpeta con papeles importantes. Es que es imposible detectar qué baldosa es la que está ahí esperando para joderte el día. ¿Esto qué es? ¿El juego del buscaminas? Si miro hacia delante para no chocarme con la gente me como la baldosa, si miro al suelo para no comerme la baldosa, me como a la gente… ¡QUÉ HORROR!

El maravilloso mundo de los paraguas

Esto da para dividirlo en varias situaciones… porque por un lado está el paraguas endeble. Os prometo que he llegado a plantearme si todos los paraguas son igual o si habrá alguno que sea más estable, esos sí, gastándote 100€ en él… El caso es que empiezo a notar un ligero chispeo y antes de que la cosa vaya a peor, yo, precavida de mí cojo y abro mi paraguas.

No pasan ni diez minutos cuando de repente… ¡PIMBA! Paraguas a la derecha, paraguas a la izquierda y… como no podía ser de otra forma… paraguas doblado hacia detrás dejándome completa y absolutamente vendida a la lluvia.

Luego, por otro lado, me quedo pensando en si existirá el paragua de tamaño ‘Término medio’. Sí, porque todos los que veo (y he tenido) o son sombrilla de playa o miniatura para adornar cócteles. Los paraguas que no son plegables por lo general suelen ser muy grandes. Es cierto que son prácticos para no mojarte nada de nada, pero luego llegas al trabajo, y ¿en qué taquilla dejas semejante sombrilla de playa? Ya te toca cargar con él tooodo el día (y no dejártelo olvidado, muy típico en mí). Con los paraguas plegables tienes la ventaja de poderlos guardar en cualquier lado, pero ¡Ay, amiga! Una vez que sales a la calle y tienes que abrirlo… elige, o te tapas el culo o la cabeza. Porque las dos cosas, son imposibles. Aunque, puede ser que solo nos pase a las culonas.

A todo esto… ¿hace falta un cursillo para saber llevar paraguas? Igual soy yo la torpe, pero es que… es imposible ir caminando sin chocarse con los que vienen en sentido contrario. En ese momento de agobio máximo parece que, en vez de llover lluvia, llueve ácido. Si no, no entiendo tanta prisa y tanta desesperación por llevarse por medio lo que pillan por delante.

Vamos por una misma acera, ¿Qué hago? ¿Paso yo primero o pasa mi paraguas? O no, espera, mejor el o la que viene de frente llevándose mi ojo por delante.

Ciega y gafas mojadas, hostia asegurada

Esto me pasa siempre que llueve, y seguro que esta situación os ha pasado a muchas si tenéis que llevar gafas 24/7 al igual que yo. Resulta que tienes que salir de tu casa al coche, y dices… “joder, es que para este tramo tan pequeño… no voy a abrir el paraguas. Venga, que tampoco me voy a mojar tanto”. Ya… no te mojas tanto, o eso crees. Porque de repente tus gafas empiezan a llenarse de diminutas gotitas que cada vez van a más, y entre ver poco o ver con las gafas mojadas (que es como si no llevaras nada), dices… “pues me las quito y así se mojan menos”.

Claro… no se te mojan, pero el último escalón te lo has comido por ver menos que un burro con antojeras y la hostia te la has comido. Fantástico día, ¿eh?

¿Peinarme? Para qué

Esto es exactamente igual que cuando lavas el coche. Hace unos días radiantes de sol, y dices: “voy a aprovechar estos días y voy a lavar el coche, que ya le hace falta”. De repente todos los astros se alinean para que al día siguiente caiga el diluvio universal y el coche se te vuelva a llenar de ese barro asqueroso que cae con la lluvia…

Con el pelo, es lo mismo. Sin ir más lejos, el otro día fui a la peluquería después de mil años. Bien, pues antes de salir (ya peinada, claro), cayó una… digna de una película de miedo. Mi cara de póker fue para retratarla. A pesar de todo, tengo que felicitar a la peluquera, que hizo magia para que estos pelos rebeldes no se encresparan demasiado.

Pero amiga… la peluquera o peluquero no está contigo 24/7 (a menos que tengas algún familiar peluquero a tu disposición), ¿y entonces, ¿qué pasa cuando quieres salir a la calle en un día lluvioso? Pues yo no sé vosotras, pero yo me recojo un moño, y a tomar por saco… los pelos rebeldes en un día de lluvia, a mí se me resisten. Parezco la loca de los gatos. Y contra eso, no puedo hacer nada.

Los amables conductores que a su paso me deleitan con una ola. No soy la sirenita cariño. Frena un poco, coño.

Os prometo que con esta gente no puedo. O sea, tienen la empatía en el puto culo, hablando mal y pronto. Yo también soy conductora y cuando llueve y veo un peatón por la calle al que puedo empaparle a mi paso, freno considerablemente para evitarlo.

En fin, Loversizers… es muy respetable que haya gente a quien le apasione salir a saltar charquitos y todas esas cosas… pero conmigo, que no cuenten. ¿Alguna os habéis visto en alguna de estas horribles situaciones?