Todas hemos nacido en sociedades patriarcales –unas más que otras, vale, por aquello de reconocer los avances– y eso significa que todas hemos sido criadas bajo parámetros machistas contra los que la toma de conciencia es un arma poderosa.

Por eso queremos llamar la atención sobre actitudes que nosotras, las mujeres, reproducimos o permitimos casi en automático. Algunas protestaréis… ¡si es que están bien! Pero no, no lo están porque perpetúan un modelo social no igualitario. Vamos a concretar.

Actuamos de forma machista cuando…

 

  • Aceptamos que un hombre nos ceda el asiento POR EL HECHO DE SER MUJER o nos abra una puerta o cargue con nuestros bultos. Y los que me vienen con el argumento de las normas de urbanidad, cálmense. Que si siempre van de pie en el autobús o metro les compro el argumento porque entonces sí le ceden el asiento a todas las personas que se encuentran pero la próxima vez pregúntense: «Si en lugar de ser Pepa, fuera Pepe, ¿le cedería el asiento?». Si la respuesta es no, machismo detectado.

 

  • Damos por sentado que es el hombre quien debe invitar en una cita, por ejemplo, o venir a recogernos a la puerta de casa. «¡Es romántico!», dicen. También era romántica y elegante, puestos así, la tuberculosis y no la queremos hoy en día. Esa idea de la invitación consolida un argumento que a mi juicio es bastante feo: que a las mujeres nos atrae la posición económica de los hombres con los que salimos. ¿Y qué hay tras esto? Que el hombre es el proveedor y la mujer, la cuidadora. Eso está muy pasado, chicas.
  • Pensamos que la mujer es el sexo débil, por eso necesita ser protegida por un hombre que la lleve a todas partes para que no se pierda, que la consuele cuando se siente mal –no la puede consolar una amiga, nooo–, que le dé la solución a sus problemas porque ella sola no es capaz de resolverlos. Por extensión, el hombre es el sexo fuerte y no puede entonces mostrar debilidad –porque eso es de chicas–, necesitar consuelo ni ayuda de su pareja. Mal papelón les ha tocado también a ellos, ¿no? Es que el machismo nos jode a todas y todos.

 

  • Creemos que no está bien visto que UNA MUJER, A DIFERENCIA DE UN HOMBRE, se enfade, eleve la voz o diga groserías. Por supuesto que hacer eso no es una muestra de educación y es estupendo que lo veamos así, siempre que el argumento se aplique tanto a hombres como a mujeres porque la educación no debe distinguir entre géneros. Aquí una lista de cosas que se supone que una señorita no debe decir… un hombre tampoco, ¿verdad?
  • Nos alegramos de no pagar entrada en un local MIENTRAS LOS HOMBRES SÍ PAGAN. Por mucho que te beneficie a corto plazo –te ahorras unos euros, vale–, pero el coste es alto. Como bien dicen aquí:

si no pagas por el producto, el producto eres tú

  • Juzgamos a otras mujeres y repetimos chascarrillos sobre lo ligeras de ropa que van algunas o con cuántos se acuestan. Vale, no tenemos nada en contra de tener una actitud libre frente al sexo y no defendemos los abusos en ningún caso pero, entonces, ¿qué resorte te ha hecho sacar ese aspecto sobre tu vecina o tu compañera de trabajo a la conversación?
  • Hacemos de menos a las mujeres que no han sido madres porque la maternidad supone la máxima realización para las mujeres. Ah, claaaro… El único destino de las mujeres es ser madres, ¿es eso? ¿No? Si es lo máximo a lo que pueden aspirar, ¿verdad? ¿No? ¿Seguro? Entonces, si no lo crees, ¿por qué lo dices? O ¿por qué asumes que lo que te pasa a ti y a tus hijos es más importante que lo que le ocurre a tus amigas o compañeras sin hijos?
tareas domésticas que se cargan las mujeres
Concurso del Ayuntamiento de A Coruña y Fundación Mujeres
  • Decimos que tenemos suerte porque «mi chico me ayuda mucho en casa». ¡Ay, de verdad! Que el lenguaje es importante y no, no es banal que digamos eso porque implica que las tareas domésticas son tuyas –y mías y de cualquier otra poseedora de vagina– y no, amiga, no. Si en la casa sois dos, la responsabilidad de cada una de las tareas para llevarla adelante son de los dos, no tuyas y él –¡qué majo!– te ayuda.
  • Culpar a la amante en casos de infidelidad. Cuestiones morales a un lado, dado el caso de que un señor marido sea infiel a su señora, quien rompe el compromiso es el marido y, por tanto, el responsable –como mínimo al 50%– de su actuación. No sé qué extraño mecanismo invalida este razonamiento y se condena a la mujer que se lía con ese marido como responsable de romper el matrimonio. Vaya, vaya…

 

  • Pensamos que necesitamos a un hombre al lado para viajar, para montar un mueble, para cargar con una caja y –en el top de la lista– para ser feliz. Déjame recordarte que la única persona responsable de hacerte feliz eres tú misma. Y, consciente de eso, comparte esa alegría de vivir con quien tú quieras pero no la condiciones a nadie.
  • Disimulamos nuestro interés en el sexo. A ver, es simple: ¿te gusta un hombre y quieres acostarte con él? Ve. ¿Quieres dar el primer paso? Pues adelante y que piense lo que quiera él y el resto del mundo. Dejemos atrás esos miedos a intimidarles, a parecer una buscona…

Por último, somos machistas cuando quitamos importancia a todas estas actitudes y a otras tantas denuncias de micromachismos y machismos a secas. «¡No es para tanto! ¡Eres una exagerada!» y, además, la amiga conflictiva que ve un drama en cada cosa que ocurre en el mundo. Pues será pero es que yo me creo eso de que el machismo es un iceberg del que solo vemos la punta –los malos tratos físicos y las muertes de la violencia de género– y que hasta que no empecemos a sacar a la luz más trozo e ir más atrás, no conseguiremos cambiarnos.

 

Seguro que hay más situaciones que se nos escapan pero todas estas, por desgracia, nos salen con demasiada frecuencia. Hagamos propósito de enmienda para la próxima vez.

 

Foto destacada: Moderna de Pueblo