Mi pareja y yo no éramos conscientes de cuanta gente nos caía mal hasta que tuvimos que elegir el nombre de nuestros hijos. Tendemos a asociar nombres con personas que conocemos y esto puede influir en nuestra percepción del nombre en sí, por lo que a veces decidir cómo se va a llamar tu retoño se puede convertir en un verdadero suplicio.

Cuando me quedé embarazada de mi primer hijo, me hacía ilusión llamarlo Valentín, como mi padre. Pero mi marido no estaba de acuerdo, no quería ponerle el nombre de su suegro y que su padre se ofendiera porque no le habíamos puesto su nombre. Propuso ponerle los dos nombres: Emilio Valentín o Valentín Emilio. Pero un nombre así para un bebé pues como que no me seducía mucho.

Decidimos buscar un nombre más neutral, que no perteneciera a nadie de la familia, y aquí empezó nuestra odisea: que si tal nombre no, que tiene rimas feas (Fernando, el de los huevos colgando), que si tal otro tampoco porque tiene diminutivo y queríamos que lo llamaran por el nombre concreto (Alejando no, porque lo llamarán Alex; Ricardo no porque será Riki, Eduardo será Edu y así un sinfín de nombres). Entonces decidimos que un nombre corto, pero cuando yo proponía un nombre, mi marido me decía que ese no porque tenía un compañero de trabajo, instituto o conocido con ese nombre que era un cretino. Y a mí me pasaba lo mismo, me propuso David, pero era el nombre de mi ex, después me sugirió Miguel, pero un chico de mi clase que me trató siempre fatal se llamaba así.

Pasamos a buscar nombres raros o pocos escuchados que no relacionábamos con gente de nuestra generación, pero entonces empezamos a acordarnos de los nombres de los hijos de nuestros amigos y conocidos, y en algunos casos no querías repetir, y en otros no te caía bien la mamá o el papá del niño: Enzo no, que se llama el hijo de mi amiga, Hugo tampoco que últimamente hay muchos, Leo no me gusta porque así se llama el hijo de la vecina del quinto que no me cae especialmente bien la muchacha…

Esta situación puede convertirse en un círculo vicioso. Cada nombre que se propone parece estar cargado con recuerdos negativos para uno de los papás.

Y ¿qué podemos hacer cuando ningún nombre te cuadra y decidir cómo se va a llamar tu hijo se convierte en un verdadero quebradero de cabeza? Las opciones se van reduciendo tanto que quizás lo único que puedes hacer es dejar al destino que decida. Así que al final escribimos tres nombres cada uno en un papel, sin importarnos si al otro le recordaban a alguien o no, y acordamos que el papel que saliera al azar sería el nombre de nuestro retoño. ¿Pues sabéis cual salió casualmente? Valentín, el nombre de mi padre. Y así es como finalmente se llamó nuestro hijo.

Cuando me quedé embarazada por segunda vez y supimos que en esta ocasión era una niña, volvimos a lo mismo: Laura no, que es nombre de niña ñoña porque mi prima se llamaba así y de pequeña era muy tonta; Clara tampoco porque en mi clase había una Clara y era el mal personificado; Ana no porque era demasiado simple, por la misma razón descartamos María.

Y en esta ocasión los nombres más actuales o poco comunes no nos seducían: Noa, Noor, Aria, Gala, Alma… son nombres muy bonitos, pero no queríamos que nuestra hija tuviera un nombre que en unos años se hubiera pasado de moda. Además, nos pasaba igual que con los de niño, eran nombres que ya habían usado algunos de nuestros amigos o familiares para sus hijos y no queríamos repetir.

 

Al final llegamos a un acuerdo, cómo nuestro primogénito se llamaba Valentín por mi padre, la niña se llamaría Rosa como la madre de mi marido, así los abuelos de ambas partes estarían contentos.

Ahora, yo me pregunto, ¿a todas las parejas les resulta tan difícil ponerse de acuerdo para elegir el nombre de sus hijos? ¿A vosotros también os ha pasado que habéis descartado nombres súper bonitos porque lo asociabais con alguien que os caía mal? ¡Os leo!