El 15 de enero cumplí 50 años, medio siglo dando por culo, y para celebrarlo decidí hacerme un autorregalo. Con toda mi buena voluntad fui a una tienda de productos de cosmética cuyo nombre no diré, y empecé a curiosear por la estantería de cremas. Total, que se me acercó una chavalita de 30 años y me preguntó lo típico: “¿Puedo ayudarte en algo?”. Ahí se desató la guerra.

− Sí, verás, quería una crema que de aspecto jugoso. Tengo la piel bastante seca, sobre todo en invierno, y quiero un acabado opuesto al mate.

− Perfecto, hay una que te va a venir genial.

La chica me enseñó una crema para líneas de expresión que yo ya había probado y me fue fatal porque no hidrataba nada, así que con educación el contesto.

− Es que esta ya la he probado y me dejaba la piel reseca. ¿No tenéis ninguna que no trate arrugas ni nada, solamente que aporte brillito?

Y SOLTÓ LA BOMBA.

− Sí, pero son para pieles más jóvenes. Como tú eres madurita, mejor algo que también trate las arrugas.

Podría haberle soltado una bordería, pero decidí darle las gracias y despedirme educadamente. Si me iba a gastar un pastizal en una crema, por lo menos la elegiría yo online en base a mis preferencias y no a las arrugas que tengo o dejo de tener.

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Volviendo a casa empecé a pensar en esa maldita costumbre de dar por hecho que las mujeres queremos tapar nuestras arrugas, acomplejándonos por cuatro líneas de expresión que significan que hemos reído, que hemos llorado, que nos hemos enfadado y, en definitiva, que hemos vivido.

Yo no soy un melocotón a punto de ponerse pocho. Señores y señoras, dejad de llamarme ‘madurita’, soy una mujer de 50 años. No me avergüenzo de mi edad ni me avergüenzo de mis manchas o de mis arrugas faciales. No las quiero borrar porque forman parte de mi biografía. Si quisiera hacerlo, iría a un centro de estética y me pincharía bótox, en vez de gastarme 100 euros en un gel de baba de caracol y ADN de unicornio que probablemente ni funcione.

Al llegar a casa le conté la historia a mi marido. Qué curioso que a él jamás le han hecho comentario alguno sobre sus arrugas. Vamos, ni a él ni a ninguno de nuestros amigos con rabo entre las piernas. ¿Será que lo que molesta es que las mujeres no seamos como una Barbie independientemente de nuestra edad? Mi cuerpo cambia y si con 20 ya me daba igual tener celulitis, michelines o las tetas grandes y caídas, con 50 todavía más. Así que por favor, dejemos de juzgar a las mujeres por no adaptarse a los cánones establecidos.

Envejecer con orgullo no es maquillarte con tonos sutiles y comprar la ropa en Punto Roma. Envejecer con orgullo es pintarte como una puerta si es lo que te apetece, vestirte con minifalda si así estás a gusto, y pasarte por el forro de la braga faja la opinión de los demás. Y amigas, a mis 50 años puedo decir que lo estoy logrando.

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Anónimo