Ni las diferencias entre solteras y casadas, ni la presencia o ausencia de hijos ni las distancias territoriales. Hay un motivo que puede boicotear las relaciones de amistad más que cualquier otra cosa: el dinero. A riesgo de tirar de un recurso ya manido, no me resisto a referenciar a “Friends”: ¿os acordáis de aquel capítulo en el que Chandler (DEP Matthew Perry), Ross y Monica discuten con Joey, Rachel y Phoebe a cuenta de los planes de presupuesto medio-alto? Pues igual.

Ea, ya está aquí la guerra

Estábamos planeando la despedida de una de mis amigas cuando se propuso el típico plan de verano: costa y farra. Nada novedoso, pero, desde hace un par de veranos, los precios se han disparado tanto que casi es mejor ir a echar al día a la playa con bocadillos y volver. Se propusieron tres o cuatro fechas, se votó en una de esas benditas encuestas de WhatsApp y, a la que salió, se empezó a trazar el plan.

Pero entonces llegó una de estas personas que piensan que, si no se echan el grupo a la espaldas, las cosas no salen por culpa de la pasividad del resto. Que vale, se agradece que alguien lleve la iniciativa, pero nadie se ha quedado sin su despedida hasta el momento. La lideresa suprema, con su rol autoasignado, llegó y dijo: “He encontrado este alojamiento. Reservo yo y me hacéis bizum, ¿vale? Somos X en el grupo, cabemos a X cada una”. En ese plan tan autoritario.

No recuerdo la cifra, unos 70 u 80 euros eran, pero no todo el mundo se puede gastar esa cantidad de un momento a otro. Y menos a cinco meses vista, sin saber cuadrantes laborales ni otros datos necesarios con los que planificar nada.

Algunas solicitaron tiempo, otras dijeron que no sabían si finalmente podrían ir y otras, directamente, se salieron del grupo para no enredar. Y ahí se armó la gorda. Las que sí estaban dispuestísimas a un plan de presupuesto alto y que podían pagar en el momento eran, obvio, las más acomodadas. Comenzaron su ristra de argumentos con los que afearnos la actitud a las demás:

“No hacéis más que poner trabas a cualquier intento de llevar la iniciativa, porque aquí nadie hace nada”.

“Yo tampoco sé dónde voy a estar en cinco meses, porque a lo mejor me muero mañana, pero esto es así”.

“Es increíble que haya gente saliéndose del grupo, cuando la novia ha ido a prácticamente todas las despedidas”.

Yo, que estoy en el lado de las tiesas, rebatí como pude. Trabas no, solo intolerancia a imposiciones y a la evidente alergia que gastan algunas a buscar algún consenso. Somos muchas y es complicado coordinar, pero todo el mundo debería tener derecho a opinar.

Por supuesto, hice caso omiso al chantaje emocional que nos instaba a sumarnos al plan, “porque la novia ha ido a todas las despedidas”. Se supone que ha ido porque quiere y puede, quizás mi situación no se pueda comparar con la que ella ha tenido en otras despedidas.

Esto se nos ha ido de las manos

Si tenéis un grupo de WhatsApp grande y habéis tenido que organizar algún evento, todo esto os sonará: dimes y diretes, indirectas, formación de grupúsculos a favor o en contra, viejas rencillas sacadas a relucir, conversaciones paralelas por otros chats y un largo etcétera. Absténgase las adalides de la ética y la integridad que siempre comentan algo tipo: “¿Qué tenéis, 15 años?”. Las discusiones se tienen a cualquier edad, queridas. A veces se descontrolan y no pasa nada, somos humanas, no deidades perfectas, como vosotras.

En esa vorágine que describo, pueden pasar días y días hasta que alguien ponga un poco de sensatez y proponga un plan alternativo con el que todas estemos más o menos a gusto, pensando en la protagonista principal. En este caso, la cosa se enquistó tanto que no pasó. La autoritaria y las otras “ricas” organizaron y arrastraron a las que pudieron. Otras desistimos desde el primer momento, y otras se fueron sumando a medida que se acercaba la fecha. Pudieron arreglar supletorias y alojamientos alternativos, sin más.

El tiempo irá pasando y esto quedará en anécdota hasta que haya que organizar otra cosa, alguien se moleste y le dé por sacarlo. Afortunadamente, la novia nunca se entera de estas disputas y, de hecho, todas se lo pasaron en grande. Alguna hay a la que le gusta el salseo y pregunta “Oye, ¿y la organización bien?”, y entonces nos enfrascamos en largas explicaciones que amenizan las idas en coche hasta o desde el lugar de destino. Un clásico.

Quizás las cosas serían mucho más fáciles si no hubiera que llevar a la novia a un destino a más de una hora, reservar todo tipo de actividades estrambóticas o llevar accesorios ridículos. Se nos ha ido de las manos. En la despedida que más disfruté, alquilamos un local a dos manzanas de donde vivía la novia, llevamos tapas frías, contratamos a un grupo de música para que amenizara y, después, nos fuimos en un bus alquilado a quemar la noche capitalina, hasta el amanecer. Fue sencilla, pero suficiente. Fue económica, que no cutre y, sobre todo, muy muy divertida. Pero, a día de hoy, algo así parece imposible de revivir.

Anónimo