PA’UNA VEZ QUE CORRO, CASI ENSEŇO TOL POTORRO

Correr es de cobardes. Y además, está sobrevalorado.

A ver, ¿en qué momento se decidió que hacer algo en lo que sudas, te quedas sin respiración, te da agujetas, te despeinas, y que encima no te da gustirrinín (guiño, guiño), es algo bueno?

Sin ser por obligación, creo que he corrido dos veces en mi vida. Para coger el bus. Ambas salieron mal. Nunca más. Antes llego tarde.

La primera vez me caí de bruces en la puerta del bus, encima de un charco, y encima lo perdí.

La segunda fue peor.

Decidí hacer una excepción a mi norma porque tenía un vuelo que coger para visitar a la familia y se me había echado el tiempo encima.

Por motivos que no vienen al caso, había perdido mucho peso y toda mi ropa era, al menos, tres tallas más grande que yo.

Como soy muy práctica, había llenado la maleta con mis outfits favoritos, para que mi madre me los arreglara a mi nueva talla. Como, además de práctica soy muy creativa, me ajusté los pantalones que llevaba puestos con horquillas, siguiendo un tutorial que había visto en “ideas en cinco minutos”. Para rematar, como además de práctica y creativa soy medio lela, no me llevé el cinturón ni nada por si acaso.

Así salí yo de casa: con un pantalón supuestamente super skinny fit que más bien parecía que me había cagado encima, sujetos con horquillas del pelo, medio sujetándolos con una mano porque no me fiaba de mi invento, y mi maleta rosa en la otra mano. 

A lo que estaba llegando a la parada del bus el conductor me vio y me hizo señas de que estaba por marcharse. Como era un poco tarde, pues eché a correr por segunda vez en mi vida.

No se si fue el subidón de adrenalina, que mi cuerpo estaba intentando sobrevivir a aquella maratón, o que simplemente soy más torpe que  un gusano con guantes, pero me olvidé de sujetarme los pantalones. Y las horquillas, pues poco a poco se empezaron a mover se su sitio hasta que se cayeron (¿los vídeos se llaman ideas en cinco minutos porque es el tiempo que duran las ideas puestas en práctica?)

Os imagináis lo que pasó después, ¿verdad?

Efectivamente, la gravedad empezó a hacer su trabajo y los pantalones empezaron a caer hasta llegar casi hasta el suelo. Pero no acabó ahí la cosa, no os creáis. En un amago de intentar evitar el desastre, en una de las zancadas di una especie de patada voladora, como si fuera un ninja, para poder sujetarlos con la mano. Error. Lo único que conseguí fue que mi camiseta se subiera de un salto hasta la altura del sujetador, que mi mano se quedara enganchada en la cinturilla del pantalón que llevaba por los tobillos, y darme una hostia de campeonato contra el suelo.

Y ahí estaba yo, medio desnuda en el suelo, retorciéndome en el suelo cual culebrilla por el dolor, a plena luz del día, y en una de las calles más transitadas de mi barrio. Menos mal que TikTok no existía, sino termino siendo vídeo viral.

Lo más curioso fue que mi primer pensamiento tras la caída fue de alivio. De alivio porque al menos, mis bragas si eran de mi talla, y además eran super cuquis con el sujetador a juego. Una será torpe, pero con estilo.

Si os preguntáis que hice después, pues no me quedó otra que levantarme, coger mi dignidad que estaba ahí en el suelo con mis pantalones, y subirme al bus a aguantar risitas y miraditas durante 50 minutos hasta llegar al aeropuerto. 

Una vez allí, cambié mi vuelo por uno a Australia, donde me alquilé una cueva con vistas muy mona y donde sigo viviendo alejada de la humanidad.

Andrea.