Mis amigas me regalaron las entradas para mi cumple. ¿Al BBK? ¿A mis 43? No lo veía nada claro. Y mira que yo había sido de festivales, que había ido a todos lo que había podido, pero eso era con 15 y 20 años menos. No estaba yo nada convencida. ¿Y mi zona de confort? ¿Y si me coincidía la regla? ¿Y si cogía cistitis? Cistitis había cogido casi en cada festival al que había ido en la vida, pero, una vez más, cistitis a los 20 y cistitis a partir de los 40, nada que ver, amiga. Mis amigas empezaron a molestarse con mi reacción a ese regalo al que tanta ilusión le habían puesto. Y qué más hubiera querido yo que decirles que lo iba a dar todo, que me iba a poner hasta arriba de cerveza, de bailar, de berrear; que me subiría, como antes, a los hombros del primer desconocido que se prestara voluntario, que carpe diem, que YOLO, y que al fin y al cabo, no todos los días cumple una 43. Pero la realidad es que no me convencía nada la idea. 

Antes de nada, diré que estoy muy feliz de tener todos y cada uno de los 43 años que tengo, y que me considero muy afortunada de haber llegado a cumplirlos (eso lo primero y más importante). Pero también es verdad que no me pena nada reconocer que hay actividades que una hizo durante su juventud (de los 18 a los 30 y pico) y que ahora pretende emular como si no hubieran pasado los años por su cuerpo y su espíritu, solo para darse cuenta de que está haciendo el puto ridículo (con todo el cariño que se tiene una a una misma). Aunque también me moría por ir a un concierto de Florence and the Machine, y de sacarle fuego a todas sus canciones, porque me sabía las letras, las referencias, las voces por arriba, y hasta los coros por abajo.

Además, sería el primer festival al que iba desde que tuve a mi primer hijo y han sido tres hijos, así que sería casi casi como ir a mi primer FIB, allá por el año 2000. Empecé a animarme. Me compré ropa, les mandé mil fotos de outfits a mis amigas, me hice pruebas en el pelo… Para cuando me di cuenta yo ya estaba flipada de la vida, y súper contenta de ver cómo los modelitos me quedaban mil veces mejor ahora a mis 43 años que hace 20. 

Conforme iba llegando el día, y tal como había sospechado, me tocaba la regla, y así como de joven me daba exactamente igual dónde aliviar mis esfínteres y dónde cambiarme de tampón, lo cierto es que yo ya me había acomodado. Uso copa menstrual, ya desde hace tiempo, e iba a tener que renunciar a ella porque no veía viable encontrar una cabina con lavabo donde limpiarla. Un mal menor, diréis, pero cuando una va cumpliendo años, poco a poco va sacrificando todo a cambio de una sola cosa que valora muy por encima de todo lo demás: la comodidad. Pero hablando de comodidad, mis amigas, que son las mejores, me confesaron (aunque pretendían que fuera sopresa) que habían cogido un hotel para dormir, en lugar de quedarnos en tienda de campaña, algo que también me preocupaba un poco porque tengo dolores de espalda. Ese detallazo fue lo que me animó del todo y decidí ir y darlo todo. Como antaño. Y dicho y hecho. Fue pisar el festival y darme todo el subidón festivalero.

Mis amigas, que esperaban verme en un mood mucho más soso, fliparon y se vinieron muy arriba también. Disfruté como la adolescente que fui y la señora que soy, bailé, canté, y, para sopresa final de todo el mundo, acabé subiéndome a hombros del primer desconocido que se prestó voluntario, para luego pasar por las manos de un montón de gente en el primer (y último, creo) crowd-surfing de mi vida. Impresionante cómo me lo pasé. Una vez en casa, tuve que pedirme perdón a mí misma por haberme censurado de antemano. Nunca más. 

Y como apunte final, diré que los baños estaban limpísimos y cada cabina tenía su espejo y su lavabo donde una pudo mirarse, retocarse, y lavarse la copa menstrual con toda la comodidad del mundo. 

 

Anónimo

Envía tus movidas a [email protected]