Hace unos días mi pequeña me preguntaba por qué mis tetas son tan grandotas mientras las suyas no lo son. “¿Dónde están mis tetitas?”. El vernos desnudas frente a frente ha dado lugar a que su curiosidad ante las evidentes diferencias se acentúe.

Ella es todavía muy chiquitina para comprender algunas cosas, pero el simple hecho de que sea consciente de ellas me da a entender que mal del todo no lo estamos haciendo.

Días atrás el celebrity estadounidense Perez Hilton se vio “obligado” a dar explicaciones sobre un selfie tomando un baño junto a su hijo. ¡Que no cunda el pánico – explicó – que bajo el agua vestía un bañador! Y entonces las masas dejaron sus armas y se tranquilizaron.

¿Pero cómo? ¿Es que ahora un padre no puede darse un baño con su retoño sin que la sociedad vea algo depravado en ello? ¡Error! Los enfermos en todo caso son aquellos que ven un cuerpo desnudo y lo asocian directamente al sexo, obviando por completo que en la instantánea apareciese un menor.

Hemos sexualizado de tal manera nuestros cuerpos que ya no se concibe la desnudez como algo natural, sino como el paso previo al deseo. La cuestión se acrecienta si hablamos de los hombres; rápidamente damos por hecho que en ellos no existe ese sentimiento de cuidado hacia los hijos, por lo que se les relaciona con lo pervertido. Pensamiento machista 100% y real, muy real.

En el ambiente de confianza de un hogar no debería ponerse en duda que la desnudez no tiene otra finalidad más allá de lo evidente: darse una ducha, vestirse o por ejemplo asearse. Los niños comprenden que cada cuerpo es distinto y que a pesar de estas diferencias todos somos humanos e iguales.

El ver un pene no tiene por qué significar sexo, el mostrar el pecho no debe ser sinónimo de sexo… Nuestros desnudos no son por y para el sexo. ¿Por qué educar a los más pequeños dentro de esa creencia?

Más allá de todo esto se encuentra el pudor. Ser más o menos pudoroso es algo personal, pero no debería significar el negar cierta información a los niños. Y es que hay un dato muy importante dentro de este tema, ya que ese tan reseñable “mi cuerpo es mío” con el que todos los jóvenes deberían educarse, tiene sus bases en conocer nuestra anatomía más allá de ojos, brazos o pies.

La educación para ser buena precisa de grandes y fuertes cimientos. Negar o sexualizar lo natural no es en absoluto el mejor camino.

El proceso de aprendizaje de los niños es complejo y muy laborioso. Cuánto más lo será si pretendemos inculcarles nuestros propios prejuicios. Y, puntualicemos, todo esto no quiere decir que aquellos padres que se desnudan ante sus hijos sean mejores que los que no lo hacen. En todo caso, lo básico aquí es no negar la evidencia a los más pequeños y hacerlos partícipes de la diversidad, sin más.

Por desgracia muchos de los problemas actuales de esta sociedad tienen su epicentro en la tremenda sexualización a la que estamos expuestos: una minifalda llama a la lujuria, un escote existe porque la que lo lleva busca tema seguro, y un baño entre padre e hijo es algo enfermizo.

Probablemente haya llegado la hora de darle una vuelta a todo esto, madurar de una maldita vez y empezar a ver el cuerpo humano como lo que es, una piel con la que viviremos para siempre.