Lo he vuelto a hacer. He vuelto a huir de los problemas y complicaciones que trae consigo ser una persona adulta para correr a refugiarme entre los brazos del maravilloso mundo audiovisual. Y como soy una millenial y por tanto estoy genéticamente predispuesta a idealizar la década de los 90, elegí la serie “Embrujadas”, que además fue una de mis favoritas en la infancia.

Embrujadas es una serie que tiene de todo para hacernos sentir bien: canciones pop de los 90 , demonios empotradores COLE, poderes mágicos y lo peor de la moda del 2000 (que nos hace sentir bien indirectamente por no tener que seguirla nunca más).

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Todavía no me queda claro si el top de Phoebe en este capítulo fue una elección propia o si es que se quedaron sin pociones y decidieron matar al demonio cegándolo con los brillos de la tela.

No voy a negar que al hablar de la serie no soy objetiva del todo y que la nostalgia juega un papel clave en mi amor hacia estas tres hermanas. Lo cierto es que Embrujadas fue la primera serie que me hizo sentir que ya no era una cría. Me sentía súper mayor  cada vez que discutía con mis amigas en el patio del colegio sobre qué embrujada era la más guay y, también me descubrió mi amor por los debates al sentirme en la obligación moral de defender a capa y espada y ante todo el mundo las razones por las que Prue era mucho mejor que Paige (sorry, not sorry.) Pero, sobre todo, Embrujadas me hizo pensar que había alcanzado la madurez absoluta a los 8 años porque era la primera serie que veía que no era de dibujos y que no echaban en La 2 a mediodía. Ahora, aparte de las aventuras de la familia Picapiedra, también seguía las de la familia Halliwell: tres hermanas que luchaban a diario contra el mal mientras intentaban desesperadamente ser buenas madres, buenas hermanas, buenas amantes, buenas amigas y buenas personas, en general.

Y es que, en realidad, y aunque de esto no me di cuenta hasta muchos años después, Embrujadas me estaba enseñando algo que después viviría en carnes propias: que los demonios que verdaderamente dan miedo  no son los que tiran bolas de fuego por las manos, sino otros mucho más cotidianos que todas hemos sufrido  o sufriremos en algún momento de nuestra vida.  Las dudas de Piper sobre su maternidad la paralizaban mucho más que cualquier hechizo, los mil y un intentos de Phoebe por sacar adelante su relación con Cole eran más agotadores que luchar contra el demonio de turno y la transformación interna de Prue y su reconciliación con ella misma eran mucho más difíciles que conseguir hacer la poción más complicada del mundo.  Porque aunque de pequeña lo que más me atrajera fuese ver a las tres cargándose demonios del inframundo, de mayor lo que quería era verlas exorcizar los suyos propios. Y supongo que con ellos también los míos.

 

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Cuando crecí y maduré (esta vez de verdad) me di cuenta de que el mayor poder de las hermanas Halliwell no residía en poder mover cosas con la mente o en teletransportarse, sino en que eran completamente humanas. Humanas en el sentido de imperfectas, e imperfectas en el sentido más bello de la palabra.

De aniquilar demonios sabían mucho, pero en la vida se sentían tan perdidas como todas nos hemos sentido alguna vez. Dudaban de si estaban haciendo lo correcto, de si eran lo suficientemente buenas madres o hijas o hermanas o amantes, de si se estaban esforzando lo suficiente o de si había algo malo en ellas por no poder con todo. Por tener que pararse a reflexionar y admitir que hay días que simplemente no puedes.

Sí, al final del capítulo Piper, Prue y Phoebe siempre se cargaban al demonio, pero a costa de cagarla en una reunión importante de trabajo, dejar plantada a tu cita o no llegar a tiempo a la fiesta de cumpleaños de tu hijo. Porque la realidad es que a veces no podemos con todo aunque nos esforcemos mucho, y no pasa nada por admitirlo y pedir ayuda.  No tenemos que sentirnos mal por no ser la mejor madre, la mejor empleada, la mejor amiga y la mejor amante como lo es la protagonista del anuncio de compresas (que encima lo hace en plena regla, lo cual es científicamente imposible). Somos humanas, y ni las brujas más poderosas de todos los tiempos podían ser superheroínas siempre.

La verdad es que es una paradoja tremenda que una serie sobre brujas lanzase un mensaje tan humano. Igual era ahí donde estaba la verdadera magia.