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Servidora no es una fan de las series españolas. Ojo, que no es un renuncio a la españolidad. Me encanta comerme un pincho de tortilla de patata en una terraza con unas cañas y mis amigas, mientras arreglamos el mundo (no arreglamos ná, pero salimos con la sensación de que sí). Quizás por eso le di una oportunidad a la serie cuando me sentí identificada en el primer capítulo con esas escenas.

Y puede que sea lo que te enganche a ti, el sentirte identificada con ella o alguna de sus amigas. Porque, sinceramente, por la sinopsis que me dio Netflix mi reacción inicial fue un Next.

Sin duda, el rollito de esta serie está en los personajes. La protagonista, Valeria, es una escritora en crisis, pero además de las chungas: personal, sentimental, laboral, creativa y económica. Vamos, que le han echado un mal de ojo.

Menos mal que la muchacha está rodeada de tres amigas más (que cada una de ellas tiene sus batallas) y se juntan para hacer terapia, buscar soluciones y, mientras, beber.

Desde luego hay genialidad en cómo, pese a haber una clara protagonista, las amigas son co-protagonistas; nos dejan entrar y ver sus historias con Valeria fuera de plano, y eso está genial.

¿Por qué? Pues porque si Valeria no te identifica, quizás alguna de las amigas sí, y ya estás enganchada.

Es cierto que la trama gira en torno a su atasco creativo, pero no te engañes, el libro es solo la excusa para que Valeria bucee en sus miserias. ¿Y por qué iba querer añadir los problemas de un personaje ficticio a los míos? De verdad, qué ganas de sufrir. Pues amiga, porque básicamente alguna de sus miserias (o de sus amigas) las tienes tú. Seguro, ya te lo adelanto.

Entonces, ¿dónde está la gracia?

Pues yo se la encontré en dejar de sentirme mal por pensar que había sido la única en cometer alguna(s) de las cagadas que tienen ellas. Es una serie que humaniza las crisis vitales, de amistad, en el trabajo o con los tíos de Tinder. Pero con el plus ficticio: ella no se rinde, flaquea, duda, llora, se equivoca, pero no se rinde, porque en ningún momento se plantea que escribir no sea lo que quiere hacer.

Y eso es una versión de Mr. Wonderful pero con sacarina, que suelen tener mejor digestión.

Es innegable que está pensada para un público mayoritariamente femenino, pero a mi churri le gustó bastante; cuando le pregunté el porqué, me dijo que había sido como poder ser espectador de los momentos que no vive conmigo y ese material es oro. Me quedé de pasta de boniato.

Me dijo que había sido una clase de iniciación al feminismo para hombres, porque viene en dosis light a través del personaje de Nerea y que Valeria naturaliza en la mujer el hecho de no querer ser madre sin tener que vincularlo a un trauma, una carrera de éxito, ni cualquier otra excusa barata. Simplemente no quiere, punto.

Y yo, saliendo de mi rol de novia caldosa, he de decir que tiene razón.

Hace visibles temas cotidianos estereotipados a los que tienen que seguir haciendo frente diferentes colectivos, pero los inserta de manera tan fluida y natural en la trama que consigue que se te quede el runrún en la cabeza sin la sensación de que vuelves a escuchar lo mismo de la misma forma.

Si todavía te planteas verla, te daré una última recomendación: es como ver un docu-reality sobre algún momento de crisis de tu vida al que le sobra o falta algún detalle, pero la esencia está perfectamente captada.

Desdibuja la línea que separa la ética de la felicidad y remarca que lo correcto no siempre nos hace felices y lo que nos hace felices no siempre es correcto. Y hay que decidir, arriesgar, equivocarse y volver a empezar.

Lo bueno es que en cada casilla de salida hay una terraza con pinchos de tortilla, cervezas y tus amigas.

Ana Castillo.