Tengo la piel muy blanca. Pero no blanca como la de esas personas que en verano no paran de decir «Joder, tía, ¡qué blanca estoy!» y en realidad solo su antebrazo ya está más moreno de lo que lo estarás tú en la vida.

Yo estoy blanca de verdad. Estoy blanca nivel: si mi color de piel estuviese en la gama pantone estaría recogido con el nombre de «Blanco curriculum de estudiante» o «Blanco sonrisa de Pedro Sánchez».

 

Imágenes reales captadas por una cámara de seguridad de un día que fui a la playa.

La situación es siempre la misma: en invierno todo va bien. Yo parezco una persona de lo más normal y paso completamente desapercibida entre la multitud, pero cuando llega el verano y con él el momento de empezar a quitarse capas, la gente descubre el pastel: que estoy más blanca que la cara que se te queda cuando te escribe tu ex ligue de Tinder. Y entonces empieza el caos.

Imágenes reales del día que me puse unos pantalones cortos y me fui a la calle tan tranquila.

Es algo inevitable y suele desencadenarlo el primer vestido veraniego o shorts que me pongo ese año. En cuanto la persona me ve llegar empieza la cuenta atrás en mi cabeza:

5… 4… 3… 2… 1… «¡Qué blanca estás!»

Dios ¿tú crees? ¿en serio? No me había dado ni cuenta, de verdad.  Ahora mismo me voy a casa y me cambio de piel, que ésta no me pega mucho en verano. No es adecuada. ¡Gracias y perdona las molestias!

Da igual que la persona me conozca de toda la vida: todos los veranos se sorprenderá porque mi piel siga teniendo el mismo blanco nuclear de siempre y las veces que exprese su desconcierto serán directamente proporcionales  al número de veces que me vea en bikini. Entonces, me aconsejará que me pase por la playa o simplemente que salga a la calle más, porque por supuesto un color de piel así solo he podido conseguirlo viviendo como una ermitaña en una cueva. Una muy profunda. En Escandinavia. Todo esto mientras me mira con una mezcla de condescendencia y lástima y me pide que me ponga otra capa de factor 180 y que me quede en la sombra no sea que me vaya a dar un algo en plan «Los otros».

Ni saliendo así de tapada estaría mi abuela tranquila en verano.

Pero mira ¿sabéis qué? Que no. Que me niego. Podría haber hecho muchas cosas horribles en la vida. Podría ser la que en las reuniones familiares dice «Yo no soy racista, pero…», o la que va en el metro escuchando música sin cascos y con el volumen al máximo, o una teleoperadora de cualquier compañía telefónica, o incluso peor: podría ser la persona que decidió que hacer una segunda parte de Chicas Malas era una buena idea.

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Pero no. Mi único pecado es tener un color de piel que no está de moda actualmente en el país en el que vivo. Porque, no, aunque para muchos sea un shock peor que el  final de Los Serrano, estar morena no siempre ha sido algo deseable y sigue sin serlo en algunos países. Y si estar morena al final resulta que es una simple moda y algo cultural, debería ser respetable no seguirla ¿no? Quiero decir, si se vuelven a poner de moda los chándals de terciopelo, por lo menos nos lo pensaríamos dos veces antes de subirnos al carro ¿no?

Yo paso ¿eh?
Yo paso ¿eh?

El caso es que no solo he decidido aceptar mi color de piel tal y como es pese a los posibles traumas que pueda ir causando en verano a la gente, sino que he hecho una lista con todos los beneficios de ser más blanca que un universitario después de exámenes, a ver si con la tontería lo pongo de moda otra vez, y el resultado ha sido este:

– Puedes hacer muy felices a tus amigos y familiares y subirles la autoestima automáticamente simplemente dejando que comparen su color de brazo con el tuyo en verano.

– Puedes escaquearte de situaciones incómodas fingiendo que eres una guiri que no entiende el español.

– Puedes fingir que estás enferma y nadie dudará de ello porque siempre tienes «mala cara».

– Todos tus amigos querrán tumbarse a tu lado cuando vais a la playa porque el sol rebota en tu piel rollo parasol y si se ponen en el ángulo adecuado a ellos les da el doble.

– Puedes hacerte una foto con flash y cuando  se mezcle con el blanco de tu piel y te haga parecer la niña de la curva, mandarla a Cuarto Milenio fingiendo que es una aparición y hacerte famosa.

Puedes disfrazarte de Miércoles Addams para siempre. (o de Edward Cullen, pero no mola tanto y tendrías que gastarte el sueldo en purpurina.)